Y sé que están pensando...
Es demasiado decir, no me gusta, vete a la mierda de todos modos
Aquellos pasos resonantes se escuchan a través de los pasillos desolados a las cuatro de la mañana, el jefe no pudo esperar más para estrenar un nuevo conejillo de indias. Debe de ser algo importante para que algún patético funcionario suyo lo haya contactado a estas horas.
Pero a cada paso que escucha, Abele tiembla a ello, no puede creer que su estúpido amigo lo haya contactado y teme por él mismo, por su amigo y aún más por el querido Karamatsu. Ahora mismo están esperándolo en su despacho quietos junto a su escritorio, mira de reojo a su compañero con el deseo de ver algún arrepentimiento o retractación en su rostro pero no hay nada, sólo una firme y densa mirada que lo hace temblar disimuladamente.
—No le des más vueltas a esto— habla Dillono en susurro sorprendiendo a su amigo sin aun mirarlo—, ya no podemos retractarnos o el jefe nos dará un castigo por molestarlo. —Le mira un poco, no le gusta verlo de esa manera, sabía muy dentro de él que llamándolo no sería una grata idea para Abele —¿O eso quieres?
Inmediatamente Abele niega recordándolo todo esos castigos que el jefe le ha dado, aún tiene marcas de la última vez que fue sometido por él.
Antes de poder decir algo, la puerta se abre estrepitosamente haciendo que los dos chicos vuelvan sus miradas a la entrada viéndolo al jefe acercándose a ellos a pasos lentos. Se puede percibir su aura sombría y lúgubre junto con su típico traje de cuadros café, su camisa blanca y corbata rojiza, su piel aún sigue siendo tapizada por aquellas cicatrices que lo caracterizan muy bien; su sola presencia les hace temblar.
—Me alegra que haya recibido mi llamada, señor Tougou—Dillono lo recibe sin titubear con voz retumbante sin perder su seriedad en su rostro.
Tougou sólo le mira indiferente para cuando en un tan solo parpadeo, saca su mano derecha de su bolsillo para darle un golpe en el rostro de éste, Dillono cae al suelo golpeándose la nuca en el transcurso. Abele sólo puede cerrar los ojos intensamente mientras que aprieta su mandíbula, si le ayuda él también puede ganarse varios golpes del jefe. Se siente impotente y patético, impotente al no poder hacer nada y patético por no arriesgarse. Sin duda era cobarde.
Siente un roce en su cuello de la parte de atrás que le hace abrir sus ojos con rapidez, el jefe le acaricia unos segundos haciéndolo temblar al paso de ellos pero siente su mano ir para sus cabellos agarrándolo con firmeza provocándole dolor en su cuero cabelludo. El jefe acerca su rostro con el de él para sonreírle amargamente con esa sonrisa filosa. Quiere apartar su mirada pero si lo hace, se llevará un golpe. Extrañamente, el jefe lo suelta mientras se ríe un poco, burlándose de él quizás.
—Bueno idiotas, ¿Y dónde está el chico? —El jefe se sienta cómodamente en su sillón, sube sus pies al escritorio cruzándolas mientras enciende un puro.
Dillono y Abele se paran enfrente de él al otro extremo del escritorio, Abele mira a su amigo con preocupación por el golpe que ha recibido, le sangra la nariz y le parece ver formándose un hematoma en ella pero éste solo se pasa la manga de su camisa lastimándose al paso restándole importancia.
—Se encuentra...—Tougou levanta la mano para que callase.
—Que hable la chica— Le señala con su dedo índice.
Dillono le mira de reojo. Sabe que si titubea, golpe o castigo, toma aire disimuladamente.
—El chico está en el sótano —hace firmeza en su voz—, y si me permite recordarle señor Tougou, soy un chico.