Capítulo 1. La vida en Flench.

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Capítulo 1.

Odette tiene 13 años. Y a esa edad, su imaginación es tan desbordante como solo la tienen los niños pequeños. Quizás, sea eso lo que la mantiene viva en el pequeño pueblo de montaña en el que nació: Flench. Ella piensa que si por lo menos hubiese tenido hermanos o hermanas, todo habría sido más divertido. Pero desde que su padre murió hace dos años, su madre, Isamara, no ha querido conocer a más hombres. Incluso es Odette quien se suele encargar de todas las tareas domésticas porque Isamara pasa la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación llorando. Odette intenta ser fuerte, por las dos, pero no son pocas noches las que ella también se duerme entre lágrimas, esperando que algo ocurra en Flench, algo que cambie su vida a mejor. Allí, es como si el tiempo transcurriese el doble de despacio. No solo en la escuela, sino también por la tarde y por la noche. Todas las mañanas desayuna leche caliente con galletas, se enfunda su gorro rojo de lana, a juego con una bonita bufanda y guantes, y sus botas de piel negras y cargada con la mochila echa a correr ladera abajo. En el camino suele encontrarse con Seriel, una muchacha rubia y delgada que habla poco. Odette, tiene que ayudarla a menudo a levantarse de la nieve, ya que es bastante patosa y se cae cada pocos pasos.

Seriel ve en Odette a su ángel de la guarda y no sabría qué hubiera pasado si Odette no hubiese querido ser su amiga el primer día de curso. Seriel vivía en una ciudad cercana a Flench, pero cuando sus abuelos maternos enfermaron, se vinieron para estar con ellos y cuidarles. Su hermano pequeño, Silvo, solo tiene 2 años y es Seriel quien ha notado el gran cambio de la mudanza. Donde ella vivía no nevaba tanto, no te jugabas el romperte un tobillo yendo a la escuela y además, tenía muchos amigos y amigas. Pero en Flench, el primer día de colegio se burlaron de ella por su aspecto frágil y sus gafas de pasta negra y estaba a punto de echarse a llorar cuando Odette les amenazó a todos y se cambió de sitio para sentarse con ella. Desde entonces, son inseparables.

-Seriel, dentro de poco será tu cumpleaños. ¡Tienes que hacer una gran fiesta!

Su amiga la miró espantada, intentando averiguar si lo que propone es de verdad o de mentira, pero Odette siguió hablando entusiasmada.

-Si fuera mi fiesta de cumpleaños, pediría que me hicieran dos tartas, ¡no!, tres tartas. De chocolate, de fresa y de limón. ¡Las tres con mucha nata! También querría miles de globos, con graciosas caras dibujadas y mensajes de feliz cumpleaños. Y por supuesto: ¡muchos regalos! Pero no ropa que dé calor, como ocurre siempre. Me pediría novelas, un trineo y un ordenador. ¿Qué vas a pedirte tú, Seriel?

-No lo sé. No sé si celebraremos mi cumpleaños.

-¡Cómo puedes decir eso! No se cumplen 14 años todos los días.

-Pero en mi casa sabes que no se puede hacer ruido porque molestaría a mis abuelos, Odette. Y una fiesta de cumpleaños no suele ser silenciosa...

-Es verdad, no lo recordaba. ¡Pues la celebrarás en mi casa!

-¿Crees que será buena idea? Tu madre...–empezó a decir sonrojándose.

-¡Pero no puedes quedarte sin fiesta de cumpleaños Seriel!

-Odette, no me importa. Además, no tengo amigos a los que invitar.

-Yo soy tu amiga –dijo sonriendo y tirándole de la trenza.

-¡Menuda fiesta entonces!

-¿Y por qué no llevamos un termo de cacao caliente a mi árbol y pasamos la tarde allí?

-¡No Odette! Y tú tampoco deberías ir allí nunca más. ¡Es peligroso!

-¿Qué va a ser peligroso mi árbol? Yo nunca me he caído.

-No me refiero a eso. ¡El bosque es peligroso! –dijo con pánico, temblando.

-Seriel –sonrió con paciencia–, ya veo que te crees a pies juntillas todo lo que dicen en este pueblo de chismosos y supersticiosos.

-Odette, ¿y si no fuera una leyenda? ¿Y si de verdad hubiese hombres lobo en el bosque? –preguntó la chica, con el pánico humedeciendo sus ojos.

-Pues ojalá que existiesen Seriel, porque por fin este pueblo empezaría a ser interesante –contestó sinceramente.

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Odette dibujaba distraídamente en su cuaderno, mientras la profesora hablaba de la formación de los volcanes. Se imaginó que ocurriría si en Flench hubiera volcanes que entrasen en erupción. Ella desde luego que se iría de allí, aunque tuviese que atarse a su madre con una cuerda y cargar con ella en su espalda. El alcalde, su mujer y su grupo religioso "Sálvemos nuestras almas" seguro que se quedaban. El señor Pat, el pastelero, seguiría amasando bollos, como si la cosa no fuera con él. Y el pequeño mercado sería una bomba de cotilleos, de idas y venidas.

-Odette, por última vez. ¿Cuáles son las formas comunes de los volcanes? –preguntó, con la satisfacción de saber que la niña no había estado atenta y que podría castigarla por ello.

-No lo sé profesora –suspiró.

-Muy bien. Después de clase te quedarás castigada una hora, copiando en tu cuaderno el tema que estamos viendo. Y te advierto: la próxima vez no seré tan considerada.

Odette gruñó frustrada. Más aburrimiento, para su ya de por sí aburrida vida. Oyó las risitas de algunos compañeros, pero no quiso entrar en su juego para no ganarse un nuevo castigo.

Al finalizar la clase, Seriel se despidió de ella con pena. Le gustaba mucho volver a casa con Odette hablando de sus cosas. Excepto de chicos. Odette sentía que perdía el tiempo dedicando un solo segundo de su vida hablando de ellos.

-Dame tu agenda, voy a ponerle una nota a tu madre.

-Aquí tiene profesora –le extendió la agenda escolar y un bolígrafo.

A su madre le daba igual que Odette llegase con notas. Se limitaba a mirarlas y a firmarlas, para tumbarse después en su cama y pedirle a Odette que por favor, cerrase la puerta.

-Odette, eres una buena alumna. Pero no puedes estar siempre pensando en las musarañas. Espero que no vuelva a ocurrir.

-Sí profesora –contestó sin convicción.

Sin perder el tiempo, sacó su cuaderno, un par de bolígrafos de colores y el libro de texto. Si se daba prisa, lo mismo le daba tiempo a jugar en su árbol antes de tener que ponerse a hacer la cena.

Odette y los Hombres LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora