Capítulo 3. Nueva familia.

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Capítulo 3.

Odette luchaba día tras día por adaptarse a su nueva vida en la ciudad pero no le resultaba fácil. Ella era una chica de pueblo, de lugares pequeños con olores conocidos y rostros amables. En cambio, en la ciudad todo eran prisas y malos modos. Se recostó en la encimera de la cocina mientras sorbía despacio de su taza de leche caliente meditando qué ropa se pondría ese día y si habría alguien a quién le importase. Aún faltaban tres benditos cuartos de hora para tener que ir al instituto y disponer de ese momento de soledad en la cocina le calmaba. Su nueva familia era amable y trabajadora, con un medio hermano pequeño adorable y una medio hermana mayor no tan simpática. Aún así, Odette echaba de menos a Flench por incomprensible que le resultase. En ese momento sintió como la puerta de entrada se abría despacio. Cogió lo primero que vio a mano, un cazo, y se apoyó en la pared dispuesta a aporrear a quien fuese.

-¡¿Qué haces?! –preguntó Celine–. Baja eso –susurró cerrando despacio.

Un rápido vistazo le sirvió a Odette para darse cuenta de que Celine había pasado la noche fuera de casa. Llevaba restos de sombra de ojos negra que le daban un aspecto demacrado. Las altas sandalias colgaban en los extremos de sus dedos dejando ver un par de pies con algunas tiritas en los dedos.

-Solo llevamos una semana de instituto y ya estás haciendo de las tuyas –dijo Odette en voz baja.

-Exactamente, solo es una semana así que no tenemos nada para estudiar. Además, ¡no sé quién eres para decirme lo que debo o no debo hacer! Eres tú la que ha invadido mi intimidad y a mi familia –le espetó.

-No voy a discutir Celine –musitó dolida.

-Pues entonces pasa de mí y no me ridiculices más en mi último año. Eres un bicho raro, ¿sabes?

Odette se quedó en silencio, viendo como Celine subía las escaleras al segundo piso tambaleándose. Es verdad que en Flench podían hacer las cosas de diferente modo a la "gran ciudad" pero no por ello era un ser de otro planeta, ¿no? Al menos eso pensaba Odette. Sin embargo, tres años viviendo allí le deberían haber servido para adaptarse por completo, para comportarse como las chicas adolescentes. El único problema es que a Odette no le gustaban las fiestas con alcohol que celebraban en la playa, ni daba tanta importancia a llevar el maquillaje en un estado perfecto las 24 horas del día. Tampoco es que estuviese siempre sola, yendo de un lado para otro como un alma en pena, ya que en el instituto tenía tres buenas amigas. Pero veía el vaso medio vacío y su vida, insulsa.

-¡Odette! –se oyó una vocecilla, bajando a todo trote por las escaleras.

-¡Hola ratón! ¿Qué tal has dormido? –abrazó al pequeño de la casa.

-Bien –dijo sonriendo, mostrando algunos huecos en las encías.

-¿Se te mueve algún diente más?

-¡Sí!

-Pues entonces el Hada de los Dientes nos visitará dentro de poco, ¿no Douglas?

-¡Claro!

-Hola Odette –sonrió Michaela– ¿Quieres que te acerque al instituto?

-No hace falta, gracias. En diez minutos me esperan en la esquina.

-Esta tarde, sin embargo, no podré llevarte a ver a tu madre –dijo con el ceño fruncido–. Tenemos una reunión importante en la empresa.

-Iré en el autobús –dijo Odette, poniéndose seria.

-Bien, intenta no volver tarde –le sonrió amablemente.

Odette asintió con un gesto imperceptible y dejando la taza en el fregadero subió a lavarse los dientes. Iba todas las tardes después de salir del instituto al hospital psiquiátrico en el que habían ingresado a su madre. Sabía que la culpa de su nueva situación era suya, por haber ido al bosque aquella tarde. Después de todo, su madre no había ido a buscarla y la habían encontrado a la mañana siguiente medio congelada, a punto de morir. La extraña situación había hecho que los asistentes sociales se pusieran a investigar cómo vivía Odette y el resultado final eran ya tres años en una casa de acogida y su madre en el hospital. No le servía de nada tener una buena paga semanal, un móvil de última generación y vivir en un estupendo chalé con piscina y jardín. Ella quería su vida antigua; a Seriel, a su árbol y sobre todo, a Isamara. Para colmo, cada noche antes de acostarse tenía que tomarse dos pastillas que sabían a rayos si te descuidabas y no bebías agua enseguida. Le explicaron que era para los nervios y el estrés, pero ella por norma general solía estar tranquila. Lo único que le provocaban era un intenso dolor de cabeza si se esforzaba en recordar qué había ocurrido esa noche.

Esa mañana era fresca y el frío se colaba por la fina camiseta de manga larga que llevaba Odette, erizándole el vello. Se pasó las manos por los brazos, frotando, para entrar en calor, aunque sin éxito. Al final de la calle vio a dos de sus amigas, haciendo el mismo gesto que ella.

-¿Qué pasa hoy? ¿Acaso el tiempo se volvió loco? –exclamó exageradamente.

Porque Violet era así, exagerada, dramática y adolescente. Extravagante en su forma de expresarse y de vestir. Pero única y buena con todo el mundo.

-Mujer, es que llevas una camiseta sin mangas –dijo tímidamente Niara.

Le recordaba a Seriel irremediablemente. Una chica menuda y desgarbada, con el pelo largo cubriéndole parte del rostro como ocultándose de los demás.

-¿Y qué querrías que llevase? Si solo estamos en septiembre. ¡Hoy el sol tendría que estar bronceándonos!

Echaron a andar entre bromas, riendo por nada y por todo. Criticando a profesores y a compañeros. Piropeando, en voz baja, a los chicos que les gustaban del instituto.

-¡Mensaje de Dasia! Dice que nos espera en la esquina del instituto con algo que seguro que nos gustará. ¡Me encantan los regalos!

Apretaron el paso, con miles de ideas sobre qué podría ser lo que se traía entre manos su buena amiga gótica. Era la que más cerca vivía del instituto y siempre las esperaba durante un buen rato hasta que aparecían.

-¿Os acordáis de aquellos pastelillos que hizo en forma de calavera?

-Estaban buenísimos –asintió Odette–. Siempre tiene detalles.

-¿O de la vez que nos regaló un CD a todas con canciones de esas suyas... raras? –Violet hizo una mueca.

-A mí me gustó –dijo Niara–. De hecho, sigo escuchando algunas canciones en mi Ipod.

-Porque las dos estáis igual de locas –le sacó la lengua.

-¡Allí está! –rió Violet, echando a correr.

Odette y Niara no tuvieron más remedio que hacer lo mismo y acabaron jadeando cuando llegaron hasta donde se encontraba Dasia. Ese día especialmente, Violet y ella eran como el día y la noche. Mientras que Dasia llevaba una sudadera negra con tachuelas, unos desgastados vaqueros azules y unas botas moradas Doc Martens, Violet llevaba una camiseta de tirantes amarilla, unos pantalones piratas verde botella y unas sandalias azul añil. Pero esas diferencias no habían podido con los cimientos sólidos de su amistad.

-Abrid –les tendió una gran bolsa plástico.

-¡Sí! –exclamó Violet dando vueltas.

Fueron sacando prendas de ropa, etiquetadas con su nombre, de la bolsa de plástico que Dasia sujetaba a duras penas.

-¿Y esto? –preguntó Niara con el entrecejo fruncido.

-Un regalo por vuestra gran amistad –rio–. En serio, ya que mis padres intentan compensarme con regalos cada vez que se dignan a parecer por casa de sus largos viajes de negocios, esta vez por lo menos les he pedido distintas tallas y que fuesen prendas con color.

-Guau –exclamó Violet–. No tenías por qué hacerlo.

-Llegaron anoche y esta mañana cuando he visto que hacía frío he supuesto que era el mejor día para dárosla. ¡Y acerté! Porque todas os habéis venido frescas como si fueseis tontas.

-¡Oye! –la empujaron riendo.

-Genial, ahora tengo que soportar que me conozcan como la hermana de la lésbica.

Todas se apartaron malhumoradas, mirando a Celine que había aparecido con su séquito de amigas rubias y sin ninguna respuesta ingeniosa que la dejase en ridículo. Ellas sonrieron satisfechas y se marcharon contoneando las caderas y dejando boquiabiertos a un grupo de chicos de primer año.

-No somos hermanas –gruñó Odette en voz baja.

-¡Pues claro que no! –Asintió Dasia–. Tú eres encantadora y ella un monstruo.

-Tranquila, llegará un momento en que volverás con tu madre y todo irá bien –le animó Niara.

-¿Aunque eso signifique dejar de veros?

-Vaya, no había pensado en eso. ¿Acaso todo tiene que salirnos mal a los adolescentes?

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Odette y los Hombres LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora