La luz se propagaba al final del día, y no porque el sol se escondía, sino porque mis ojos ya no te veían. La felicidad y satisfacción de escuchar tu voz se volvia parte del recuerdo cuando los gritos de los monstruosos adultos se apoderaban de mis oídos. Llantos desgarradores llevandome a la necesidad de cubrirme los oídos para que estos no sangracen a causa da tanto dolor.
