Expulsado del paraíso

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Providence apareció como una niña de diez años antes de que el universo fuera creado. No había explicación lógica, sólo apareció como si nada.
Físicamente era una niña, pero sus pensamientos se expandían con una rapidez y razón más allá de lo conocido hasta ahora; ella misma no sabía como había sido creada, tampoco entendía el porqué todo se veía tan claro en su mente menos eso pero tenía una eternidad para averiguarlo.
Al principio, la oscuridad le molestaba por lo que pensó en crear algo que le ofreciera un abrazo cálido y luminoso, aún con su corta existencia las ideas no dejaban de surgir y todo lo que visualizaba se hacía realidad. En menos de una semana había logrado crear un nuevo hogar, con colores brillantes y hermosos.
El universo no era suficiente, pues seguía sintiéndose sola. Las estrellas y planetas sólo eran adornos.
Mucho tiempo pasó cuando creó a los humanos, podía decirse que casi era una adolescente madura; amaba a sus pequeñas creaciones pensantes pero cuando se dio cuenta de que caían en la maldad y la tentación se deshizo de ellas con mucho dolor en su corazón. Tal decepción la llevó a crear a los ángeles: seres iguales a ella pero sin tanto poder ni conocimiento; todos la seguían ciegamente y acataban sus órdenes sin chistar pero para ella no era suficiente…
Una vez, encerrada en su taller, decidió que a pesar de que amaba cada centímetro de sus preciadas criaturas iba a crear algo nuevo. Un compañero para toda la eternidad, con libre albedrío, que la pudiese aconsejar y guiar cuando perdiera el camino ¿Acaso sería posible? Ella era Providence, podía hacer cualquier cosa…
Un poco más alto que ella, un poco de cabello anaranjado por aquí, ¡hombros anchos! Y lo más importante: un corazón cálido. Tomó un rayo del sol, planeaba meter sólo un poco pero ¿y si lo echaba completo? ¡Mucho más amor! En su mente parecía un buen plan.
Cuando terminó se alejó un poco, esperó a que su nuevo ángel diera signos de despertar y cuando lo hizo unos ojos ámbar contemplaron a su creadora.
—Bienvenido al mundo, Mephistopheles. — Saludó, la mujer. Tomó una aureola y la puso sobre su cabeza, el pelirrojo le sonrió. Para ser apenas un joven adulto como ella era bastante guapo, le devolvió la sonrisa con la certeza de que había hecho bien su trabajo. —Serás mi amigo y compañero por toda la eternidad, estaré para ti y tú para mí. Nada nos va a poder separar, y contaré contigo para cada paso que de en mi vida ¿Qué te parece?
—Suena bien para mí — La chica río ante esa respuesta tan bella y simple, ojalá él supiese las responsabilidades que le esperaban.

Todo estaba yendo bien, ¿en qué había fallado?
Se sentía una tirana pero todos sabían que ella estaba haciendo lo correcto, debía expulsarlo. No sería la primera y última falta que cometería, era un peligro para todos en el paraíso y aunque le doliera… Aunque sintiera que su corazón se oprime con cada lágrima que ese pobre hombre suelta suplicando piedad…
—A veces siento que todo se me va de las manos, no puedo controlarlo todo. — comentó ella; se había reunido con su amigo y colega en un hermoso jardín. Siempre le gustó pasar tiempo con él a solas, le agradaba ese nivel de intimidad.
—Me tienes a mí para ayudarte— le recordó Mephistopheles. Casi parecía ofendido por no haber sido tomado en cuenta como su mejor apoyo.
—¿Y si te pasa algo? — preguntó, preocupada.
—Nunca va a pasarme nada, tonta. Siempre me tendrás aquí.
Providence nunca lo comentó, pero adoraba cuando le recordaba que siempre estaría a su lado.
—Por favor, te lo suplico. Providence: te amo. — El martillo celestial de la Diosa tembló en su mano; quería gritar, llorar, tirar todo y abalanzarse sobre sus brazos para prometerle que todo estaría bien.  No era posible por más que quisiera, debía soportarlo, ser fuerte y renegarse a que las cosas no funcionaban así. Todo tiene sus reglas, ella las creó.
La sala blanca, atestada de ángeles, prestaba completa atención a cualquier gesto de su líder esperado ver un quiebre o -aún peor- debilidad.
—Mephistopheles: Tu destino ya fue escrito pero tal vez puedas salvarte, respóndeme una simple pregunta…— Silencio. Sólo se oían los sollozos frecuentes del pobre ángel condenado. —¿Estás arrepentido?
¿Estaba arrepentido de su plan? Crear un universo de castigo eterno para las personas “malas”. Desde que era una adolescente siempre pensó que las almas podían arreglarse, si hicieron algo malo se podía tratar y arreglar, ¡es por eso que había creado un purgatorio especial para ellos! La divina providencia estaría allí para ellos, para mostrarles el camino hacia la bondad.
Mephis fue diferente toda su vida, él creía que aquellas almas corrompidas debían ser castigadas para siempre. Recibir castigos dolorosos, hacerlos probar el poder del fuego… Ella lo hizo con ese material, debió imaginar que su interior sería ardiente y doloroso.
—Providence, ¿Por qué me creaste con un rayo de sol?
Ambos estaban recostados en el jardín, la mano de la mujer se movía de un lado a otro conformando nuevas contestaciones. Su compañero siempre se deleitaba viendo las formas que las estrellas hacían juntas.
—Quería que fueras diferente, pero que no perdieras la calidez del amor— contestó. —¿Por qué?
—Simplemente a veces creo que soy muy diferente, no encajo muy bien con el ambiente. Es todo.
—Bobo, eres demasiado especial— sin pensarlo demasiado tomó su mano; un rubor apareció en sus rostros y evitaron verse debido a la vergüenza. Se sentían infantiles pero felices al estar juntos.
Mephistopheles tardó en contestar pero cuando pronunció el  “sí” todos sabían que mentía. La mirada de la Diosa se apagó, y las siguientes palabras fueron las más difíciles de pronunciar en toda su existencia:
—Mientes. — Lo hizo en su propia cara, fue un insulto indirecto. Reunió todas sus fuerzas y dictó la sentencia.—Por el poder que se me ha sido concedido como la creadora del cosmos y toda la vida existente, yo condeno a Mephistopheles a ser removido de su puesto de ángel y abandonar el paraíso para siempre.
El nombrado comenzó a llorar con más fuerza, los ángeles que lo rodeaban lo levantaron a la fuerza pues el condenado se retorcía en el suelo tratando de zafarse; todos los presentes en la sala -incluida la todo poderosa- los siguieron para ver su expulsión.
—Providence, te lo suplico ¡perdóname! — debía ignorarlo, ya era demasiado tarde.—¿Gabriel? ¿Rafael? Por favor, chicos ¡Suéltenme, son mis amigos, saben que esto es un error!
Los gritos eran más constante conforme se acercaban a las rejas de la entrada del paraíso. Los ángeles que lo acompañaban hicieron que se arrodillase en el suelo, Providence dio un paso adelante y le arrebató la aureola para luego partirla en dos. Fue entonces que vio como aquello que más odiaba envolvía a quien más quería, la oscuridad se había instalado como huésped permanente en el cuerpo de su amigo y jamás saldría.
—¡Tú, maldita zorra desgraciada! — exclamó el exiliado; uno de los ángeles estuvo a punto de golpearlo pero su jefa lo detuvo. —Te vas a arrepentir de esto, voy a vengarme y destruiré este maldito lugar.
Aparecieron varios hombres con lanzas, Mephistopheles comenzó a retroceder hasta la puerta que comenzaba a abrirse; intentaba esquivar las lanzas pero no le quedaba otra que retroceder. Cuando estuvo afuera, sostuvo con fuerza los barrotes y gritó con odio, desde su lado no veía nada más sólo rejas y un vacío.
Providence no se fue hasta que él lo hizo, estaba sola frente a la puerta y sabía que no podía verla.
—¡Te odio! ¡Te odio, maldita sea! —gritaba el pelirrojo. Esta vez, al no haber nadie cerca, lloró libremente; amaba a Mephis, había pasado junto a él demasiado tiempo como para recordarlo, él era todo lo que ella quería y más pero nunca le iba a pertenecer.
—Supongo que esto es lo mejor— susurró para si misma— Ahora serás libre, espero que estés bien sin mí.
Fue millones de años después que se volvieron a encontrar, habían logrado hacer un trato de “negocios” en cuanto a donde irían las almas pero nada había cambiado. La ignoraba todo el tiempo, y a pesar de ser todo poderosa no podía controlar lo que seguía sintiendo por él y lo que el -ahora demonio- sentía , como ya había dicho antes: había hecho un buen trabajo.

Welcome to hell (One-shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora