Primera parte.

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"Cómo me gustaría que el mundo volviera a ser cursi, que la humanidad recuperara el sentido romántico de la vida y junto con él, la tradición de los noviazgos largos, las serenatas, las cartitas perfumadas, los apretones de manos entre las rejas de los balcones. Cómo me gustaría vivir en un mundo más discreto y decente, donde el amor fuera una necesidad del alma y no un capricho del culo. Pero qué le vamos a hacer: me tocó vivir una época insensible, deshumanizada, obscena, en la que nadie respeta ya los sentimientos del prójimo."

Terminé de leer otra página de aquel libro de Enrique Serna y dejé mi ejemplar de Fruta verde sobre la mesilla de noche. Entonces me fijé en la pálida luz que se colaba a través de las cortinas, ¿Qué hora será?  

A pesar de de ya estar acostumbrada a noche tras noche de insomnio y de que el cansancio ocupase mi cuerpo durante el resto del día, el sueño nunca llegaba y jamás era capaz de conciliarlo. Así que perdiendo mi vista en la nada comencé a reflexionar sobre mi día a día y sobre la manera increíble en el que este se identificaba con lo que acababa de leer.

Por ejemplo, no hacía falta más que salir a comprar el pan para ver cómo todo el mundo estaba pendiente de un mensaje, con el móvil en la mano. O para darte cuenta de que en ese instante cientos de relaciones nacen o mueren gracias a un par de palabras enviadas a través de Internet. ¿Dónde quedaron las citas? ¿Las notas de papel que se dejaban a escondidas entre las hojas de cuadernos? ¿Y lo embobada que podías quedarte con sólo una mirada de la otra persona?

Ello parece ahora un simple cuento chino o cosas que suceden sólo en los libros, ya que ahora todo depende de una foto colgada en la red en la que vendes tus cualidades y ocultas tus defectos buscando un mejor postor.

Ahora es cuando podéis llamarme romántica empedernida, soñadora o anticuada. Pero yo soy de las que ansía poder vivir un romance de película.

| ... |

—Buenos días cariño. —mi madre me sonrió de manera autómata cuando tomé asiento en la cocina. Poco después me sirvió un par de tostadas y me acercó el zumo de naranja. — ¿Has conseguido dormir esta noche? —un gran intento de entablar conversación conmigo por su parte. Aunque no la culpaba a ella, pues en esta casa era como un cero a la izquierda y seguramente aún más infeliz que yo. Acataba órdenes de mi padre sin poder opinar o aparecerían los gritos y las discusiones. Y ella se había dado cuenta, con el paso del tiempo, que era mejor callar y asentir que agotarse psicológicamente con tonterías.  

—No, pero tampoco lo he intentado. Estuve leyendo hasta la deshora y luego me di una ducha.

—Podríamos ir al médico cuando vuelvas del instituto. —añadió, sentándose a mi lado. Mi respuesta se vio cortada cuando mi progenitor entró en la sala. Fue ahí cuando dejé mis cubiertos sobre el plato y negué con la cabeza ante la opción.

Apuré el paso hasta la puerta de la salida, dando por finalizada la conversación y mi desayuno. Oí voces en la cocina mientras me vestía el abrigo y mi madre salió de allí, acercándose. Seguramente me diría aquello que mi padre quería obligarme a hacer, pero gracias a nuestro cabreo, su orgullo no se lo permitía.

Aun con la mochila ya a la espalda, mi madre se empeñó en recolocar mi abrigo a su gusto, abotonado un par de botones y alisando algunas arrugas.

—¿Quieres que te lleve?

—Iré andando, gracias.

—Podría decir al ama de llaves que te acompañe si te sientes más segura así.  —ella alisó una última vez la misma arruga y mis ojos rodearon su cavidad al completo antes de que mis labios se fruncieran en una línea.

Romeo y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora