Aveces muero de frío, sabes. Suelo sentirme sola, vacía, incompleta.
Me hago la pregunta que basa la paradoja; ¿Hace ruido el árbol que cae cuando no hay nadie para escucharlo? Tal vez, así me siento.
La pregunta que los filósofos intentan responder y a la cual todos tenemos relativas respuestas, y de repente, una se identifica con ella. Se siente como el árbol; inexistente, imperceptible, a la cuestión de la razón humana: ¿Si alguien no le escucha ni le ve o le siente, habita este mundo? Y no, no se trata de no tener sujetos en la vida con los cuales reírse a carcajadas o llorar hasta querer morirse ahogada. Compañeros, amigos, familia; puedes compartirles tantas cosas y soltar las palabras como si fueran perras aptas para todo público, sabiendo que no todos desean escucharlas o las entienden. Ellos suelen pensar que tu felicidad sobrepasa los límites porque tu sonrisa nunca desaparece, aunque entre sábanas pienses, y llores y caigas.
De repente, algunas tardes abriéndole las puertas a la noche, cuando sientes que alguien te observa en la habitación y que esa presencia percibe el ritmo de tus jadeos alcanzando a diferenciarlos entre el cansancio y la excitación, mientras algo de psicodelia acompaña el aire impregnado de soledad pero existencia, y tus manos, recorriendo tu cuerpo sobre la cama en el desorden de tus letras y palabras, cuando estás en el punto máximo llamado climax, cuando sientes que ya conquistaste tu corazón y tu espíritu agotado pero explosivo se relajan. Allí, terminando el día, los sentidos detenidos por un pequeño golpe de abrir de ojos, allí, cuando se advierte que el alma necesita compañía,se anhela que llegue la voz que represente esa presencia y diga; Oye tú, te oigo, te observo, te admiro, te deseo, eres mía.
Tal vez sea la respuesta a la cuestión, el árbol no está solo, lo están esperando y tu deseas que lo hagan, que te encuentren..
Rodriguez Tania Valentina. 15 Nov. 2015
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