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Estando en su adolescencia, Catherina llegó a un punto en el que se sentía sola a pesar de tener buenos amigos, padres amorosos, hermanos cariñosos, una familia ejemplar... En fin, una vida perfecta a la vista de todos. Lo que nadie sabía, es que ella no se sentía de ese modo y se ahogaba en su propio dolor.
Cuando regresaba del colegio, se encerraba en su habitación por su abrumado y desesperado sentir. Se recostaba en su cama, mientras imaginaba una vida nada parecida a la que tenía en esos momentos (y la cual ella deseaba tener) hasta quedarse profundamente dormida.
Por mas que tratara de olvidar y aceptar la vida que se le había otorgado, no podía olvidar el embriagador sentimiento de rechazo hacia ella misma. Inmensa era su desdicha al despertar cada mañana y ser atropellada por la cruda realidad, que lloraba incesantemente.
Llegó un punto extremo. Ya no salia agua de sus ojos grisáceos, si no un liquido espeso color carmesí, tan llamativo como el infierno mismo que la llamaba a fundirse en su manto de penumbra y soledad.
En las redes sociales, siempre llamaba su atención las páginas de jóvenes bellas y gozosas de tener un cuerpo de diosa, tal y como ella deseaba con todas sus fuerzas. Tenia la idea gravemente errónea de que cambiar cada uno de los atributos que se le habían otorgado al nacer, la harían una mejor mujer.
Los días se volvían semanas, y estas meses, su estado de animo disminuía junto a su salud. Lucia deteriorada, por no decir demacrada, ya no se le podía hacer honor a la palabra "bonita" en su personalidad. Ojos ojerosos y sin brillo, la sonrisa que acompañaba su -cada vez menos-, lindo rostro, la fue abandonando. Había perdido el privilegio de ser llamada bella e inocente.
La consecuencia de sus nada prudentes, actos la llevaron a padecer de una terrible crisis de anorexia nerviosa.
Si antes ella aparentaba ser feliz, ahora le daba completamente igual. Podía notarse su huesudo cuerpo a kilómetros, ya que al no alimentarse correctamente y, vomitar los pocos bocados ingeridos, no se daba cuenta que estaba dándole a su vida un final tortuosamente lento.
Fue tanta su desesperación, que un día al estar sola en casa, tomo un par de tijeras y comenzó a cortar lentamente la piel de su pálido abdomen, ya hasta visibles sus pequeñas costillas.
No se detuvo. Cortó laszonas "imperfectas" hasta que estuvo satisfecha con el espantoso resultado. Estaba tan sumida en sus pensamientos, que hacia oídos sordos a las llamadas de auxilio que tronaban en su cabeza. Trataba de ignorar el lamentable dolor que emanaba de sus heridas, y oprimía los gemidos del llanto, hasta que ningún sonido se pudo percibir en aquella habitación.
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Catherina con tan sólo 15 años, ya padecía de todos los trastornos y traumas que una chica de su edad, definitivamente no debería tener.
Tenia sueños.
Albergaba la esperanza de poder, algún día cumplirlos.
Deseaba viajar por el mundo, asistir a un concierto de Chyntia Phelps y ser periodista; escribir y contar a través de sus letras y escritos lo que opinaba del mundo, que sus sentimientos plasmados en las paginas de aquellos diarios, le dieran un mejor sentido tanto a su vida, como aquellos que lo leyeran.
Llegó al extremo de su agonía, sus padres empezaron a ausentarse en casa, sus hermanos dejaron de prestarle atención, y sus "amigos" dejaron de llamarla.