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-Levántate-, dijo una voz etérea más allá de su cabeza.

Estaba acostado, solo y abandonado, en un páramo seco, yermo y plagado de arena, con plantas secas y ásperas. Su mejilla ardía, y su cabello estaba seco, tieso. Le dolía todo.

-Vamos, levántate...

El muchacho se levantaba. Su largo cabello pelirrojo caía por el hombro y sus ojos tardaron en acostumbrarse a la luz de aquel lugar. Ahí, frente a él, estaba parado alguien, otro muchacho. Sólo podía distinguir su silueta.

-¿Quién eres?-, dijo, tartamudeando. Sentía hambre y sed, cansancio y dolor.

-Tú conciencia. Pero primero dime una cosa...

El pelirrojo sintió que le daban la mano, una mano suave y fría. Miró al rostro de aquel que le hablaba.

-¿Quién eres tú?

El otro le sonrió al pelirrojo.

-¿Quién eres tú, mejor dicho?

-Levántate-, dijo la voz electrónica a su lado.

El muchacho pelirrojo estaba acostado en su cama, con el lado más caliente de la almohada bajo su mejilla. Se sintió asustado por un momento, pero luego recordó. La alarma de su celular.

Tenía algo importante que hacer, pero no recodaba qué. Dormir durante tanto tiempo causaba muchas veces problemas con su memoria. Pero ese sueño que había tenido... En fin, cosas que no valían la pena recordar.

Se levantó y medio recogió su largo cabello en un moño poco elaborado. Su barba estaba despeinada, como si se tratara de un matorral. Trató de peinarla como pudo, mientras el reflejo en el espejo le devolvía una mirada cansada, y un tanto confundida.

-¿Qué tiempo hará hoy?-, dijo el muchacho en voz alta a su celular. Este podía interpretar la voz del usuario cuando le daban órdenes.

-Frío la mayor parte de la mañana, con tendencia de lluvias en la tarde.

-¿Y los pendientes?

El aparato tardó un momento en responder.

-Preparar la cena para la gala de los Masones. La cena será a las 9:45 esta noche...

Y mientras el aparato seguía con su cantaleta, Arturo sólo pudo exclamar:

-¡Verga, la cena!

El pelirrojo y el otro muchacho llevaban caminando cinco minutos por aquel paraje sin que el ambiente cambiara. El pelirrojo vio a su compañero: era un muchacho un poco más grande que él, en tamaño y edad. Tenía una silueta poco definida: de no haber escuchado su voz, hubiese dicho que era una chica. Se contoneaba, y su ropa era bastante ligera. Llevaba sobre su cabeza un gorro de lana (muy incómodo para aquel lugar desértico), de varios colores que parecían moverse.

-¿En qué piensas?-, dijo el muchachillo al pelirrojo, observándose con una sonrisa que parecía más bien perturbadora.

-Pendientes que debo terminar.

El muchachito se detuvo, y empezó a mirar alrededor de ambos. El pelirrojo también miró, pero su visión no le dejaba ninguna esperanza.

-Date cuenta dónde estamos. ¿Qué pendientes podría tener alguien como tú aquí? Ni siquiera sabes quién eres ni tampoco de dónde has venido. No debes tener esperanza alguna de saberlo pronto.

El muchachito hablaba con razón: ni siquiera sabía qué estaba pasando. Solamente había despertado ahí, abandonado a su suerte por qué sabe que horribles razones.

Las cosas que no se dicen (Las cosas que se dicen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora