El pollo asado del paradero 18

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Cada vez que tomaba el metro línea amarilla, el olor a pollo asa'o del paradero 18 se me venía a la cabeza.
Viajando por Rondizzoni y Parque O ' Higgins recordaba algunas clases de natación que por supuesto habían sido inútiles.  Ver el bronceado de los brazos de mi papá y algunos preparados de jugo con fideos cabello de ángel, me sonaban como campanas en la cabeza.
Al aterrizar en la estación, la muchedumbre se apresura a bajar de los vagones como si existiera posibilidad de quedarse atrapado, viviendo unos años bajo el suelo, tal como cantaban los Café.
Saliendo al bullicio del terminal del Metro, mucha gente, empanadas y churros al por mayor, venta en la calle, colectivos por donde se quiera, aparecía mi amigo de verdad, ya no en mí cabeza sino en mi nariz, ojos y chaleco.
El Santa Isabel era el epicentro.
Nuestro querido olor a pollo asa'o, pero no cualquiera no, ese olor industrial,  que al pensarlo en ráfaga debiera ser muy malo para la salud de los pulmones y de la mente. Pero aprendimos a vivir con él,  aprendimos a quererlo, aprendí a relacionarlo con que vería a mi padre y a la Sonia,  aprendí a que ahora, 20 años después, un olor puede transportarte hacia momentos felices, a que la añoranza duela menos.
Mi querido viejo.

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