Capítulo 2.

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Sonó la campana que anunciaba el verdadero final de mi día, la que cerraba la puerta de la tienda. Hacía un frío espantoso y tú te estremeciste tímidamente y en silencio. Miré aquel local que tantos secretos propios contenía y sonreí, recordando como Al me había reclutado.

En este pueblo no hay ni un solo día de calor, probablemente si no existiera la tecnología no sabríamos lo que es el Sol. De hecho, mi piel podría reclamar ante la ciencia su existencia. Pero ese día se asomó cual viejo amigo que hace años que no ves. Quien decidió no asomarse al mundo fui yo (no me malinterpretes, sigo sin hacerlo) pero ese día estaba enfadado de verdad. Furioso. ¿Quién era el mundo y porqué me hacía eso? Aunque ni siquiera recuerdo que pasó, solo el sentimiento de caer y que un hombre obsesionado con escuchar voces desconocidas hablando de sus desamores, me encontró. Y bajo un techo gris y caído, una taza de chocolate caliente, y una caja llena de vinilos, aprendí a esconderme y sonreír, pero sobretodo aprendí el poder de todas aquellas canciones. A amarlas.

-Ni siquiera era lo suficiente mayor para trabajar…- me dije a mi mismo, sonriendo, susurrando y sacudiendo la cabeza.

-¿Qué?

-Oh, nada, sólo recordaba cuando Al me “contrató” –hice las comillas con las manos- para este antro.

-¿Y cómo fue?

-Bueno, algo así como – me aclaré la garganta para intentar imitar la voz grave de Al- “eh, chico, ¿quieres llevar cajas de un lado para el otro y que te paguen una minucia a fin de mes?”

Qué guapa estabas cuando te reías. Me pegaste un codazo.

-No seas tan duro con él. Te quiere ¿sabes?

-Y yo a él, Al es genial. Anticuado, pero genial.

-Cuidado, estamos en medio de la noche, quizás nos está oyendo y no nos hemos dado ni cuenta.

Empecé a mirar alrededor haciendo el tonto, como si realmente alguien pudiera espiarnos. Y es que tenías razón, estaba todo a oscuras, sólo nos iluminaba una farola con una luz muy tenue, y la luna. Siempre me gustó más la luna que el Sol (obviando el hecho de que al último no había tenido el placer de conocer). Cambiante, llena de luz, incluso en la noche más oscura la encontrabas. Sin embargo, también se escondía, asustada, y nos dejaba nubes grises o estrellas ya muertas. Me gustaba la Luna porque no era arrogante como el Sol, siempre queriendo ser el centro de atención, me gustaba porque moría por él, incluso aunque jamás llegarán a verse. Y me gustaba porqué me recordaba a ti. Con una risita cansada te paraste en mitad de la calle, respiraste muy, muy hondo, cerraste los ojos y te sentaste en el suelo.

-Te preguntaría que haces si no me diera miedo saber la respuesta- pero estabas tan guapa, Maggie, y tan jodidamente imperfecta.

-¿Escribes?

-A eso me refería yo.

-Cállate y respóndeme-te aguantaste la risa.

-A veces. Suelo escribir lo que pienso y luego quemarlo.

-¿Por qué lo quemas?

-¿A quién le importa lo que piense yo?- no lo decía con autocompasión, era una pregunta real.

-No me contestes con otra pregunta, no lo soporto. Ahora dime porqué quemas esos papeles.

-Bueno, no les veo utilidad alguna y a veces me da incluso pavor releer lo que he escrito, así que simplemente los extingo.

-¿Sobre qué escribes?

-¿Me vas a hacer un tercer grado sentada en el suelo y con los ojos cerrados en plena noche?

Breakeven.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora