Esa noche soñé con la oscuridad más absoluta. Como si me estuviera ahogando. Hasta que me di cuenta de que mi cuerpo estaba totalmente húmedo y fui consciente, poco a poco, de cada parte de mí. Una luz se dejó entrever y al rato tomé total consciencia de donde estábamos. Parecía una especie de bosque sólo que estaba todo… muerto. Los arboles prácticamente negros y sin hojas, todos en un estado frío. No es el lugar en el que te imaginas a Caperucita paseando, si no donde el lobo podría vivir. Me estremecí y empecé a pasear intentando entender qué estaba pasando y qué hacía yo ahí. Todo el paisaje parecía estar hecho por un pintor con prisa, cada árbol puesto en un lugar sin relación al otro y, al intentar coger una rama o tocarlo, se deshacía como ceniza en tus manos. Supuse que estaba soñando, pero parecía todo demasiado real. Como si hubiera estado antes ahí. Entonces oí los sollozos y los gritos ahogados. Llenaban cada poro de mi piel y, en el periodo que acababa y empezaba otro, seguía oyendo su eco sordo. Me arrodillé del dolor tapándome los oídos, ¿qué era eso? No acababan y no aguantarían mucho más, así que empecé a buscar la causa de aquella atrocidad. Estuve caminando largo rato, intentando acostumbrarme al sonido y diciéndome a mí mismo que podía soportarlo. Aunque no creía demasiado en mis palabras. Y la vi, mejor dicho, te vi. Te abrazabas las rodillas y unas grandes alas grises te cubrían el rostro excepto en los momentos en que agonizabas y podía reconocerte. La cara surcada de dolor y empapada de lágrimas. Empezó a hacer un frío espantoso y también empezaste a temblar. Y yo lo único que quería hacer era parar todo aquello. Abrazarte y que te hundieras en mis brazos. Pero los sueños son sueños y jamás los pude controlar. Intentaba correr hacia ti, desesperado, pero mis pies no se movían y todo se volvió difuso y sentía como caía en remolinos.
Abrí los ojos de repente.
La luz entraba por el poco hueco que tenía la ventana ya que siempre cerraba toda clase de abertura. Odiaba la luz lunar o solar entrando por mi habitación, sólo quería la negrura total y no distinguir entre si tenía los párpados cerrados o los ojos abiertos. Empecé a pestañear rápido para acostumbrarme y acabé abriendo los ventanales y las cortinas. Además, después de esa pesadilla no podía conciliar el sueño. Me desperecé y entre bostezo y bostezo bajé las escaleras para encontrar a mi madre (¡cómo no!) limpiando la cocina. Mi madre es profesora en el departamento de Me-Quejo-De-Todo-Pero-En-Secreto-Adoro-Limpiar-Mi-Casa y directora del departamento de Jon-Córtate-Ya-Ese-Pelo, pero supongo que sólo hace su trabajo. Tiene los pómulos subidos y la cara chupada con ojos cansados, el precio de ser madre soltera de dos hijos y que uno de ellos sea adolescente, pelo por los hombros y parcialmente teñido de rubio. Es bastante alta y jamás, y cuando digo jamás es jamás, ha llevado tacones. Hace tiempo que me prohibí a mí mismo preguntarle por el tema. No quería llegar al momento en que me empecería a dar todo un discurso sobre lo machista qué son, cómo convierte a las mujeres en un objeto de admiración y bla, bla, bla. No me malinterpretes, la quiero y hasta hay veces que creo que tiene razón, pero simplemente es demasiado para alguien como yo. Iba vestida con su usual delantal blanco. Totalmente blanco. Cuando usamos un delantal para cocinar esperamos que acabe con una mancha de aceite por allí y otra de grasa por allá, pero mi madre se niega a aferrarse a esa regla. Así que es de esa clase de personas que consigue que sus dos hijos no destrocen su rutina diaria y su morada a base de limpiar, quejas y ser la gran mujer que es.
La besé en la mejilla y murmuré unos “buenos días”. O algo así.
-¿Qué tal en La Tienda?- mi madre y yo tenemos una especie de código no escrito con el que cambiamos el nombre a los lugares y les ponemos uno diferente para identificarlo. “La Tienda” era la tienda de Al, la cual se llama Lonely Hearts Music Club. Se refiere a la canción de los Beatles “Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band” pero, puesto que él es soltero y un gran aficionado del amor, de Los Beatles y de la música en general, decidió poner ese nombre. Siempre explicaba que la idea le vino cuando vio por primera vez al amor de su vida (la primera de los cientos que ha tenido). Era esa chica rubia, delgada, guapa y bien vestida a quien todo el mundo desea y/o envidia. Sólo que con veintiséis años y más madura. Al menos eso pensaba Al (ahora ya sabes cómo acabó la historia) y siempre que escuchaba ese álbum se acordaba de ella hasta que la bombilla se encendió y las luces de neón de la tienda también.

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Breakeven.
Romance"-Esas medias estan rotas, Maggie." "-No es lo único que parece estarlo. Y me acuerdo, recuerdo tu voz cuando dijiste eso y recuerdo cuanto te quise. Lo siento.