Paseo en el Museo

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Era muy temprano por la mañana en el Museo de Historia Natural, en pocas horas llegarían las familias o simplemente personas solitarias en busca de algún conocimiento nuevo o de una inspiración para pintar o escribir alguna obra. Alexander Humboldt estaba limpiando los pisos de madera de todo el Museo, alrededor de la exhibición de animales disecados en sus diferentes entornos.

El Museo abría a en menos de veinte minutos y Alexander tenía que dejar los pisos relucientes para que las personas que fueran de visita vieran que era un lugar con clase. El señor William era el dueño y director del Museo, siempre ha querido que su Museo sea grande y exitoso para que decenas de personas, de todas partes del mundo, lo visiten. El señor William es un arqueólogo y biólogo excepcional. No se conoce persona en el pueblo que sepa más que él. Su colección más preciada era la exhibición de animales disecados, algunos los cazó él mismo cuando era joven, pero la mayoría los compró legalmente a proveedores de Museos.Ese día estaría muy atareado, había recibido una llamada hace menos de dos horas, informándole al Señor William que más de catorce grupos de una preparatoria irían a visitar su Museo. Este se levantó de su escritorio con un aspecto pálido y asustado. Odiaba las visitas escolares, eran decenas de jóvenes tocando y de vez en cuando rompiendo las maravillas que había en el Museo. Eran chiquillos malcriados, sin preocupación ni interés por lo que había en el interior de este. Pocos eran los que verdaderamente le ponen atención a las cosas que contiene el lugar y a los guías de los recorridos. ―¡Alexander! ¡Alexander! ―gritó el señor William cuando entró a la sala de animales disecados―. Hoy es día de visita escolar. Tienes que bajar y supervisar a los chicos para que no toquen nada. Mantenlos en su lugar.Alexander era el hijo adoptivo del señor William. Sus padres murieron cuando él tenía ocho años. Después del terrible suceso, Alexander visitaba todos los días el Museo, ya que era el lugar favorito al que lo llevaban sus padres. Tuvo que escapar de su casa y alimentarse de las cosas que se encontraba en la basura durante casi medio año. Un día el señor William le preguntó por qué visitaba tan seguido el Museo y Alexander le contó su trágica historia. El señor William preparó todo para poder adoptar al chico con todo y sus posesiones.A pesar de haber vivido nueve años con el señor William, Alexander no lo considera su padre, lo ve más bien como su jefe. Trabaja tiempo completo en el Museo y ha aprendido más en casa que en la escuela (solo terminó la primaria). El señor William le ha enseñado muy bien y ahora conoce casi tanto sobre biología y arqueología, al igual que de matemáticas, lenguas, historia universal y otras materias que imparten en la escuela.Alexander dejó de trapear en cuanto vio al Señor William entrar por la puerta gritando su nombre, se quitó sus auriculares y lo escuchó con atención.―Yo no puedo detener a un grupo de adolescentes, me toman como un estúpido. No importa lo que les diga, se burlan de mi ―Alexander ya había pasado por estas situaciones―. ¿Por qué no vuelve a llamar a los oficiales de seguridad que despidió hace un mes?―¡Porque son unos incompetentes! ―gritó William―. No hacían bien su trabajo, dejaron entrar a un vagabundo que tocó al oso blanco y ahora tiene una horrible mancha en su cuello.―Le ayudaré a supervisar a los estudiantes, pero no le aseguro que hagan caso. También tiene que decirle a los guías que se den cuenta de que algunos se escapan de sus grupos y andan libres por el Museo.―Lo haré, pero baja enseguida a esperarlos. Pon el letrero de «Abierto» y abre las puertas por completo. Enciende los paneles de información electrónicos y las luces de los lugares más oscuros ―parecía muy alterado por la visita―. Llama a los guardias de seguridad y diles que solo los necesitaré por hoy y ningún día más. ¡Y que se vengan de inmediato!Alexander asintió con la cabeza mientras se ponía de nuevo los auriculares y se movía como bailando hacía la salida de la sala de animales disecados. Llevó el trapeador y el cubo de agua al almacén y empezó a hacer todo lo que el señor William le dijo: encendió luces, abrió puertas y llamó a los guardias.Cuando por fin logró convencer a los cinco guardias de seguridad para que se presentaran en el Museo salió del estudio del señor William y se dirigió a la entrada, donde lo esperaba él.―Ya hice todo ―mencionó Alexander cuando se detuvo a un lado de él, mirando el exterior y a los siete camiones amarillos que transportaban a los estudiantes―. Abrí las puertas, como lo puede notar. También abrí las puertas de entrada a todas las salas. Encendí las luces de los lugares más oscuros y los cinco guardias aceptaron venir en cuanto pudieran, pero quieren que le pagues el doble por avisarles tan de imprevisto.―Está bien, está bien. Tú sube a la sala de los animales y cuida muy bien que nadie toque nada. Ya sabes que son mi mejor colección y me dolería mucho saber que algo más está manchado.El señor William era muy dramático cuando hablaba de sus animales disecados. Alexander subió perezosamente las escaleras que llevaban al segundo piso, donde se encontraban los animales.El Museo, aparte de presentar la Historia Natural, también tenía algunas exposiciones de antigüedades, tales como una colección que compró a un noruego de objetos reales que usaron los vikingos: vestuarios, armas, brújulas y partes de barcos. Había otra que tenía cosas que datan de la era medieval y una más tenía objetos de la segunda guerra mundial. Otra de las exposiciones era sobre la variedad de plantas que hay en las islas Galápagos. Había una sala en la que se presentaban artículos religiosos muy antiguos, como crucifijos y copas, al igual que cuadros sobre esos temas (era la sala que menos se visitaba en el Museo y la que tenía menos adquisiciones). Y una última sala presentaba imágenes de las cuevas y túneles más profundos del planeta. También había algunas palas, rocas y cascos con linternas que se usaron en algunas de las cuevas por viajeros en busca de emoción.En cuanto los camiones amarillos que transportaban a los alumnos de la Preparatoria de Oceanville se detuvieron, todos empezaron a bajar desordenadamente, pero siempre manteniéndose en grupo. Los maestros supervisores de cada autobús fueron los últimos en bajar y tardaron unos minutos en ordenar a todos los adolescentes. Los primeros grupos en entrar fueron los quintos, en uno de esos grupos se encontraba Vladimir Sorenson, un chico muy reservado en sus emociones pero con dos buenos amigos: Kendra Bragiggia y Chester Cooper. Los tres eran amigos desde el primer semestre de la preparatoria, cuando un maestro los puso a los tres en un mismo equipo para exponer sobre las mitocondrias de las células animales y vegetales.Los tres eran los más marginados de su salón de clases, pero también eran los más conocidos por la cantidad de tonterías y locuras que hacen. A ellos no les importaba quedar en ridículo frente a todos, porque las cosas que hacen, las hacen por diversión.Ese grupo era el que encabezaba a todos los demás y estaban amontonados en la entrada del Museo, justo frente al señor William que los miraba con preocupación. La maestra de clase de biología se acercó al señor William y empezó a platicar con él sobre los motivos de hacer está visita, el dueño del Museo asintió lentamente y después empezaron a pasar al interior del Museo. Ya dentro, los esperaba un grupo de personas vestidos con una playera de color rojo. Eran los guías y cada uno se fue directo con un grupo y les pidió que los siguieran para empezar el recorrido.Vladimir y sus dos amigos se colocaron en la parte trasera del grupo, y cuando la guía hablaba no le escuchaban nada. Trataron algunas veces de acercarse más pero sus compañeros no los dejaban. Ellos se separaron un poco del grupo para poder ver y leer la información de cada pieza de la antigüedad. Había una que le llamó mucho la atención a Vladimir, una brújula hecha casi completamente de oro. Lo único que no concordaba en aquella maravillosa pieza era el delgado cristal que cubría la parte superior, estaba roto y le faltaba un pedazo.El escrito que presentaba la brújula decía que ese artefacto nunca logró funcionar a la perfección, tal vez porque era de oro puro o porque la hizo un hombre que estaba loco y que creía que había una animal que hacía que viajara a otros mundos. La brújula fue encontrada enterrada en el sótano de la casa de un alquimista francés llamado Nicolás Flamel.Vladimir hizo algunos comentarios sobre tener esa brújula en sus manos, sus amigos lo ignoraron porque lo que dijo fueron puras locuras y después continuaron viendo todo lo que tenía al Museo.En las grandes secciones de Historia Natural se encontraban miles de millones de huesos de todos los tipos, de todos los animales y de todos los tiempos. Algunos estaban fosilizados y otros estaban en perfectas condiciones. El Museo contaba con una réplica en miniatura de todos los huesos de un mamut, de un Tiranosaurio Rex y de un hombre de las cavernas (este era a tamaño real, pero los huesos eran replicas). Había muchos esqueletos de distintos animales armados perfectamente, esos huesos si eran reales.Todo el grupo estaba aburrido porque los guías no hacían más que hablar y hablar sin parar. Contaban las historias de las supuestas muertes del ser que alguna vez tuvo esos huesos y en otras historias mencionaba nombres completamente desconocidos para ellos. A pesar de que eran de otros países también eran de otros tiempos, en el pasado.El grupo se dirigía a la sección que contenía los artículos religiosos. Todos soltaron un gemido de disgusto porque tenían que entrar obligatoriamente y escuchar lo que les decía la guía. Vladimir, Kendra y Chester no estaban dispuestos a soportar semejante tortura. Los tres tenían sus dudas sobre la religión católica, cristiana y todo lo relacionado con Dios y el Cristo crucificado. Pensaban tan parecido en algunos temas que a veces se sorprendían. Ese tema era uno de ellos. ―¿Qué les parece si nos escabullimos del grupo y recorremos el Museo por nuestra propia cuenta? ―les preguntó Kendra a sus amigos. ―Pero tenemos que escuchar todo porque la maestra podrá utilizar las cosas que diga la guía para aplicarnos un examen― se quejó Vladimir. ―A mí me parece muy buena idea. Después regresamos y miramos está sala ―mencionó Chester―. La guía solo dice o lee lo que dicen las tarjetas que están al lado de cada artefacto. No creo que haya problema con el examen. Solo hay que repasar unas tres veces cada tarjeta y tratar de aprendérsela de memoria.Al final Vladimir aceptó separarse del grupo. Para empezar entraron a la sala donde se exhibían cosas relacionadas con los vikingos, había unas espadas que estaban expuestas y dispuestas al público. No estaban en una repisa o detrás de un cristal que las protegiera. Había un cordón grueso que marcaba un perímetro para que no se acercaran, pero Vladimir aprovechó que todo estaba solo y entró para tomar una espada. La levantó y la blandió por unos segundos, después la regresó a su lugar.En esa sala, a parte de las espadas, no había nada más interesante: pieles, cascos y bocetos de barcos. Había un barco en miniatura dentro de una botella de casi un metro de alto y dos de largo. Se veía interesante pero esa si estaba dentro de un exhibidor de cristal. ―Vamos al segundo piso ―mencionó Vladimir ―. Mi padre me dijo que había una exhibición muy grande de animales disecados. Siempre he tenido la tentaciones tocar a un oso. Se me hacen tan grandes y fuertes.Los tres salieron de la sala de los vikingos y empezaron a buscar una escalera que los llevara al segundo piso. La encontraron al dar vuelta por un pasillo que los llevaba a la tienda de recuerdos. La escalera era angosta para que subiera un grupo al mismo tiempo, no pasaba de medir metro y medio de lado a lado. En el centro, subiendo todos los escalones, se encontraba una elegante alfombra roja con detalles y bordados con hilo dorado en las orillas. Parecía muy antigua, pero de igual manera podía ser una réplica.Cuando llegaron a la parte superior descubrieron que era un gran balcón que recorría toda la sala principal del Museo, era como una especie de dona. Se podían ver a los diferentes grupos escuchando a sus guías en diferentes lugares de la planta baja. Algunos salían de las habitaciones y otros entraban en ellas.En la planta alta, y en el balcón en forma de dona, se encontraban cuatro entradas con puertas dobles de gran tamaño. Al norte, al sur, al este y al oeste. En todas las puertas se podía ver que al otro lado se encontraban los animales disecados. Los tres compañeros de clase entraron en la que les quedaba más cerca. Al entrar se asustaron al ver que había un guía a lado de la puerta. ―¿Acaso los grupos ya están subiendo? ―les preguntó el guía. Los tres negaron con la cabeza―. Deberían de esperar a que todos suban para que les puedan explicar a todos juntos. ―No se preocupe ―comentó Kendra―. Nosotros no venimos con los estudiantes de allá abajo, venimos por nuestra cuenta. No tenemos nada que ver con ellos. ―Me es extraño, entonces, que ustedes tengan mochilas ―observó el guía. ―Somos adolescentes ―mencionó Vladimir tratando de salvar la mentira de Kendra―. Nos encanta cargar con cosas extrañas y a nosotros no nos gusta salir sin mochila. Uno nunca sabe lo que se pueda ofrecer guardar. ―Pero no se preocupe ―agregó Chester―. No necesitamos guías. Nos encanta dibujar y venimos por un poco de inspiración con los animales disecados y los paisajes en los que se encuentran.Kendra y Vladimir empezaron a asentir con la cabeza. Vladimir sacó un cuaderno con las hojas en blanco y un lápiz. El guía pareció que si se tragó la mentira. Dejó pasar a los tres amigos. Ya dentro se reían entre dientes y en lo bajo para que no los escuchara el guía. Se alejaron lo más rápido que pudieron de él.Los animales estaban separados por ecosistemas. Había desiertos, bosques, tundras, llanuras, praderas, etc. Y en cada ecosistema se encontraban los animales correspondientes. La sección más aburrida era la del océano. Solo había peces pequeños y un tiburón gato. Algunas rayas de mar, cangrejos, langostas y cosas insignificantes. Ellos esperaban ver a una gigantesca ballena o aun imponente tiburón pero se decepcionaron. En cambio, en los demás ecosistemas, si se encontraban los animales más grandes. Osos, alces, jabalíes, camellos. Había unos árboles y plantas que se veían tan reales que Kendra no se quedó con las ganas de arrancar una pequeña flor morada y de esa manera descubrió que eran de plástico.Vladimir logró apreciar de frente a un gigantesco oso grizzli que estaba parado en sus patas traseras y tenía el hocico abierto como si estuviera rugiendo. Sacó su cámara digital y le tomó una fotografía. Siguieron caminando por toda la exhibición tomándoles fotografías a los animales que les parecían más bonitos, fuertes o graciosos en la forma en la que fueron disecados. Tortugas de desierto, decenas de aves, águilas, zopilotes, pandas, mapaches, cocodrilos, caimanes, pumas, guepardos, lobos, castores, hurones, cisnes, salamandras, ranas, sapos, etc. Todos quedaron atrapados por el flash de la cámara de Vladimir.Había una sección especial en la que exhibían insectos de todas las variedades y tipos que había. Lo que más le gustó era que estaban encerrados en unas pequeñas cajas con la cubierta de cristal. Los insectos estaban acomodados en perfecto orden para que en cada caja cupieran veinticinco insectos en una cuadricula de cinco por cinco. Las cajas se extendían a lo largo de casi veinte metros. Las mariposas y las libélulas fueron las que se veían más bonitas con sus alas extendidas.A lo lejos, cerca de la zona de los animales que vivían en el hielo, vieron que había un joven desconocido sentado en una banca frente a un pingüino y una foca. Parecía una estatua porque no se movía, pero después de unos segundos se rascó el brazo y los miró.


Para Alexander era raro ver a tres jóvenes admirando tan detalladamente las especies que se encontraban en la exhibición de animales disecados del señor Williams. Creyó que venían con los grupos de la preparatoria, pero después de unos segundos y al ver que no entraba ningún alumno más se dio cuenta de que no eran de los estudiantes que vinieron de visita.Alexander no quería quedársele viendo a los tres adolescentes porque sabía que ellos creían que estaba loco, que era raro o que quería pelear, y él no quería hacer nada de eso. Lo que no podía dejar de ver era a la joven chica de cabello rubio con luces de color rojo. Su cabello era lacio y largo. Vestía una falda hasta la rodilla de color negro, estaba adornada con broches y botones de todos tipos y tamaños. No parecía una chica fanática del celibato, más bien parecía una fan del rock gótico. Tenía una blusa completamente negra y unas botas del mismo color. Se veía algo oscura, parecería un demonio con forma de mujer hermosa si no fuera por su mochila de un solo tirante de colores llamativos, exactamente los del arcoíris.Uno de los chicos que la acompañaba era el más bajito de todos. Vestía como cualquier otro adolescente en busca de personalidad, con una mochila de color azul muy claro y brillante con un estampado de figuras extrañas de color negro. El otro chico era el más alto, vestía muy casual, con un pantalón de mezclilla, una camisa morada de manga larga y unos zapatos deportivos.Era una extraña combinación para tres amigos.Los chicos se acercaban cada vez más hacia donde se encontraba Alexander, así que él decidió tomar su posición como "guardia de seguridad del Museo". Se levantó y se detuvo a un lado de la exhibición de animales que habitan en los polos. Trataba y trataba de no mirar a la chica, pero no lo lograba, tenía que encontrar alguna excusa para mirarla por lo menos de reojo. ―¿No eres muy joven para trabajar en este Museo? ―le preguntó la chica cuando se posicionó frente a Alexander y lo miraba a los ojos con una mirada tierna y llena de amistad.Alexander no supo cómo es que lo descubrió tan rápido. Tal vez se dieron cuenta de que los estaba mirando demasiado, o porque estaba en posición de soldado sin mirar ningún animal. ―Tu camisa roja me lo dijo todo ―continuó la chica. Alexander miró su camisa, se le olvidó cambiarse de ropa antes de que abrieran el Museo. Por lo general solo utilizaba el uniforme cuando fregaba los pisos―. Me llamo Kendra, y ellos son mis amigos Vladimir y Chester.Alexander salió de su semblante serio y saludó a los chicos. A Kendra con un beso en cada mejilla y a los dos amigos con un apretón de manos. ―Me preguntaba si podías explicarnos qué son todos estos animales, qué comen y cosas como esas.―No puedes ver a un chico extraño porque de inmediato quieres fraternizar con él, ¿verdad, Kendra? ―se burló el chico más alto, el que presentaron como Vladimir. ―Lo que pasa es que tú eres un hombre antisocial y les tienes miedo a las personas desconocidas ―se burló Kendra de él―. Ya estás grande, ya sabes que no tienes que aceptar dulces de los extraños ni subirte a sus autos. Es muy celoso ―dijo a Alexander. ―Me encantaría poder explicarles todo sobre estos animales, pero me temo que no podré ―notó como Kendra se ponía triste por esa noticia―. No sé con exactitud todo sobre los animales, pero si quieren puedo ser su guía personal y decirles lo poco que se. ―Acabamos de escapar de nuestra guía y subimos para acá―se quejó Chester―. No creo que sea bueno tener otro guía. ―Es personal ―lo regañó Kendra―, así que cállate. ―Creí que no eran parte de los grupos de la preparatoria. ―No hablemos de eso y muéstranos a los animales, ¿quieres?Alexander y los demás se giraron para poder mirar de frente a todos los animales, aún estaban en la sección de animales de la jungla, así que avanzaron para llegar a la zona de animales de los polos. Había pingüinos con diferentes formas de cabezas, focas, morsas, zorros blancos, lobos blancos, osos polares, etc. La mayoría de los animales eran de color blanco. Alexander les explicó que era su camuflaje en la nieve.Kendra se mostró muy apegada a Alexander, se la pasaba a su lado y le hacía muchas preguntas sobre todos los animales. Alexander todavía no terminaba de explicarle algo sobre uno de los animales cuando Kendra le preguntaba sobre otro. Ella insistió en que le dieran la vuelta de nuevo a toda la exhibición de animales desecados, para que Alexander les explicara algo de cada animal. Logró convencer a sus amigos de que con la información que les dijera Alexander lograrían pasar el examen de bilogía, si es que hablaba de los animales.Alexander estaba dichoso por poder pasar más tiempo a lado de la joven que le precia atractiva, así que no se negaba a nada. Hasta la dejó pasar al interior para poder tocar la melena de un león africano. A Kendra le pareció tan suave y acolchonadito, que no se quería separar del pelambre de aquel animal. A los demás chicos también les dio permiso de tocar algunos animales, pero solo los que se encontraban más adelante en la exposición, ya que si entraban demasiado y el Señor William se aparecía regañaría a Alexander.Después de muchos minutos, estaban a punto de regresar al lugar donde se encontraron con Alexander. Ya habían llegado muchos de los grupos de la preparatoria y todos admiraban a los animales al lado de sus guías que solo les explicaban en qué consistía cada ecosistema y mencionaban algunos animales.Los cuatro chicos se sentaron en la banca, justo frente a la zona de nieve. Todos les daban la espalda a los animales. ―¿Sabes qué? ―le preguntó Kendra a Alexander para hacer una pequeña conversación―. Me caes muy bien... ¿Dónde estudias?A Alexander le avergonzaba decir que no asistía a ninguna escuela, que estudiaba en casa y que sus certificados de escuela fueron obtenidos legalmente a base de la palabra del señor Williams y de algunos exámenes. ―En realidad no estudio ―respondió Alexander con un poco de pena. ―¿Entonces por qué sabes tanto sobre estos animales? ―le preguntó Chester. ―Mi... padre es el dueño del Museo y él me ha explicado muchas cosas sobre lo que se encuentra en éste lugar y en otras salas del Museo. Él me enseña todo lo que sé y me da clases sobre las materias que estudian ustedes en la preparatoria. ―Como me gustaría poder estudiar en mi casa, con un tutor o algo parecido ―se quejó Vladimir―. Aunque en parte no me gustaría, tendría que estar con mi padre todo el día. ―¿Problemas en casa? ―preguntó Alexander. ―Mi padre es un adicto al alcohol, no ha hecho nada por tratar de rehabilitarse a pesar de que se lo he propuesto. Por causa de eso mi madre se fue hace unos años. Aunque yo creo que él la mató. A mí me golpeaba muy a menudo por querer conversar con él sobre sus problemas y sobre cualquier otra situación que me pase. Ahora me alejo de él lo más que puedo y así he salido adelante. ―¿Por qué no llamas a aquellas personas que se llevan a los menores a un hogar mejor cuando los padres no se pueden hacer cargo de ellos? ―preguntó Alexander, muy interesado en la historia de Vladimir. ―Siento un poco de lastima por mi padre, sé que necesita de mí y de cierto modo le he agarrado cariño. A pesar de lo mal padre que es me ha estado pagando todos mis estudios, siempre me deja dinero para que prepare la comida, la cena. Además, me da para que yo compre lo que quiera. ―¿Te sientes cómodo solo porque te da dinero? ―preguntó Chester―. En un nuevo hogar también te tendrían que dar dinero, y tendrías más cariño en familia. Ya te lo he dicho, vente a vivir conmigo, a mi casa. ―Me encantaría, pero no puedo y sabes las razones.Chester se dio la media vuelta en la banca para ignorar los siguientes comentarios de Vladimir, donde le explicaba las causas por la que no buscaba un nuevo hogar. Chester estaba examinando la belleza de cada animal que vive en zonas de nieve y frío. Todos tenían el pelaje muy claro, si no era blanco era gris o algo derivado. Solamente las morsas tenían la piel más oscura.Algo llamó la atención de Chester, algo en aquel perfecto escenario no concordaba. Había una criatura que tenía el pelaje amarillento y con detalles negros en su pelaje, era un felino. No podía decir con exactitud qué felino era porque nunca antes lo había visto. Extendió la mano para tocar el hombro de Alexander y llamar su atención, cuando lo logró señaló el animal que descansaba en posición de cadáver sobre el hocico abierto del oso polar. ―¿Qué pasa? ―pregunto Alexander al ver que Chester no le decía nada, solo señalaba a los animales, pero no sabía con exactitud cuál mirar. ―¿Qué es lo que tiene el oso polar en la boca?Todos se giraron para ver de lo que hablaba Chester. Alexander se levantó y se acercó lo más que pudo al escenario nevado. Se detuvo en la pequeña pared de cristal que prohibía el paso. ―Creo que es un gato montés... ¿pero qué es lo que hace ahí? ―Alexander se escuchaba dudoso. En realidad no entendía nada. ―Tal vez algún preparatoriano hizo una broma: trajo al gato muerto de su casa y lo puso sobre el oso para asustar a la gente ―opinó Kendra. ―Ese felino no es doméstico, solo se encuentra en los bosques ―explicó Alexander, mientras entraba a la exposición para examinar más de cerca aquella broma―. Creo que es un Ocelote. ―Tal vez lo tomaron de otro lugar y lo pusieron aquí ―mencionó Vladimir.―El gato no tiene la posición de un animal disecado, está perfectamente acomodado como si en realidad el oso lo haya matado recientemente. ―¡Cuidado, el oso no está disecado, está vivo y tiene hambre! ―bromeó Chester.Todos lo miraron para que guardara silencio.Alexander se puso a un lado del enorme oso blanco y con mucho cuidado lo tocó en la espalda para comprobar que si estaba disecado, y lo estaba. Acercó su rostro al Ocelote para examinarlo, no tenía heridas en la piel y no pareciera que llevaba mucho tiempo muerto, parecía que segundos antes de que lo encontraran alguien lo puso en ese lugar. Tomó al felino con sumo cuidado para no cortarlo con los colmillos de oso. El Ocelote estaba fresco, y suave. Su pelaje era como el de cualquier gato vivo y cuando le tocó la panza sintió como si solo fuera un gato dormido. Pero había algo raro en ese animal: no respiraba. ―Parece que está vivo ―mencionó Alexander mientras se acercaba a sus nuevos amigos ―, pero no respira. Es como si hubiera muerto hace poco... Creo que debería de llamar al señor William.Alexander pasó sobre la barrera de cristal que media menos de un metro y se reunió con Kendra, Vladimir y Chester. De inmediato Kendra empezó a acariciar la cabecita del felino. Chester hizo lo mismo y como Vladimir no se podía quedar con las ganas, los imitó, acariciándole la espalda.De un momento al otro la cabeza del felino se irguió mirando a cada uno de los chicos con un movimiento de ojos. Kendra, Chester y Vladimir apartaron de inmediato la mano por el susto. Alexander también se asustó, pero no soltó al Ocelote. En un abrir y cerrar de ojos notaron que ya no se encontraban en el Museo, ni en ningún lugar conocido. Estaban en un lugar hecho de piedra y con forma cilíndrica con el techo tan alto que no lo lograban ver.Los cuatro estaban muy asustados, y sus corazones latían hasta más no poder. Alexander miró sus manos y notó que ya no tenía al pequeño Ocelote. Los cuatro se acercaron lo más que pudieron el uno al otro y se tomaron de las manos. ―¿Dónde estamos? ―preguntó Kendra. ―Creo que es una construcción de los griegos ―Alexander hizo una pausa―. No logro encontrar ninguna salida.
Desde la oscuridad de las alturas, una mancha empezó a bajar dando saltos en cada plataforma que había en la pared. Mientras más bajaba los chicos se iban dando cuenta de que lo que estaba bajando con agilidad era el Ocelote que encontraron en la boca del oso polar. Estaba vivo e iba hacía donde ellos estaban.

Barlevit, Esferas y FelinosWhere stories live. Discover now