Parte II

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¿Qué acaba de decirme? me pregunté a mi mismo, incapaz de confirmar a ciencias ciertas si me hablaba en serio o si sólo estaba tomándome el pelo, como parecía ser su costumbre.
Su actitud me confundía y no sabía qué pensar.

Quería que se fuera de mi vista porque empezaba a incomodarme. Apareció entre la multitud como un inglés egocéntrico y hasta con aire afeminado, y luego lograba ponerme incómodo con sólo dirigirme la palabra. Todo se me iba de las manos.

Yo sólo asentí, dudoso y, por demás, nervioso. Tal vez la mejor idea que se me pudo haber ocurrido en ese instante hubiese sido salir corriendo y huir muy lejos de su presencia, pero en cambio me quedé quieto en mi lugar, esperando a que hiciera su próximo movimiento. Él solo sonrió, con esa sonrisa divertida que lograba helarme la piel de la nuca y me hacía tragar saliva con temor. En serio estaba dudando de todo en ese instante.

Y mientras yo trataba de no entrar en conflicto en mi interior, el señor MeTomoElInfiernoSinParpadear acababa con su bebida. Miró de reojo mi vaso y rió para sí mismo con aires de superioridad, supongo que se habría dado cuenta de lo fácil que sería ganarme en una apuesta referida al alcohol ya que no pude ni siquiera acabar con la mitad de ese cóctel, y él, en cambio, era amigo de un cantinero. Seguramente sabía mucho de bebidas fuertes. De todos modos quise arriesgarme, y si no lograba beber del trago, se lo escupiría en la cara.

—300 dólares.

—¿Qué? —me preguntó él, elevando las cejas y a punto de reír, su rostro con una expresión entre incrédula y divertida.

—Te apuesto 300 dólares a que puedo beberme lo que sea que pongas delante de mí —le contesté, luchando por mantener la calma y esforzándome por que mi voz saliera firme y convencida.

—¿Y si no puedes? —me preguntó, su voz cargada de una pizca sutil de malicia—. ¿Qué gano yo si no puedes?

Claro, él no tenía pinta de necesitar dinero, y, si había preguntado eso era porque evidentemente no le interesaban los 300 dólares. Pensé rápidamente por unos segundos y contesté:

—Haré lo que quieras —le dije encogiéndome de hombros, la voz un poco dudosa, rogando a los cielos poder beber lo que sea que estaba pensando en darme.

—De acuerdo —aceptó, de pronto sonriendo de forma adorable. Y sabía que no podía confiar en su sonrisa. Él levantó la mano llamando al barman y éste vino al instante, dando unos cuantos pasos apresurado—. Bill —le habló al cantinero, su voz sonando tan simpática y dulce como cuando hablaba con Kaya—. Un whisky escocés Bruichladdich X4.

Mencionó todo el nombre de la bebida con su mirada clavada en mi cara, sonriendo de lado y con un aire de superioridad increíble. Luego miró a Bill; el cantinero había quedado pasmado por unos segundos, sus cejas alzadas y ojos bien abiertos, mirando a Thomas con curiosidad. Quería preguntar algo, pude notarlo, pero no dijo una sola palabra y fue a buscar el pedido. Yo tragué saliva y ésta pareció solidificarse en mi garganta, estancarse y quedar como una piedra obstruyendo mi respiración. Necesitaba que Thomas dejara de intimidarme con su mirada.

Bill apareció un instante después con un vaso en la mano, el contenido sólo llegando a un poco más de la mitad del mismo, Thomas le indicó que era para mí y el cantinero me acercó la bebida. Aspiré una gran bocanada de aire cuando el fuerte olor del whisky impregnó mis sentidos, me sentía mareado con solo percibir su aroma tan potente. Bill hizo una mueca y luego desapareció de mi vista para ir a atender a una muchacha rubia a unos metros de nosotros.

Habiendo tantas mujeres hermosas vagabundeando por el bar solas, dispuestas, rubias y huecas, Thomas había decidido quedarse conmigo. Qué imbécil. De verdad me preguntaba si le gustaba hacerme la contra o si realmente no se hubo dado cuenta que lo había estado tratando mal desde que cruzamos la primer palabra.

I Kissed A Boy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora