Parte 1

71 6 0
                                    

Hoy. Un día normal; nublado, diría yo, pero normal.
Todos estamos sentados aguardando con impaciencia a que el viejo timbre suene. El maldito sonido se hace esperar, pero suena, y entonces todos salimos disparados al patio.

-¡Adam! -mis amigos me llaman para ir a jugar al fúbol.

-¡Empezad vosotros! -me despido con un gesto de la mano.

No quiero, ni puedo jugar al fútbol; una sombra escondida tras un árbol me ha llamado la atención.
Me acerco a la valla que nos separa de la calle para identificar al individuo.
Cuando llego, identifico a una chica, de unos dieciséis años, mi edad. La llamo. En el instante en que se percata de mi presencia sale corriendo.
Un sentimiento interior me obliga a seguirla. Busco, intentado que mis intenciones no sean desveladas, una forma de salir de la cárcel que, en estos momentos, se me antoja el instituto.
En un momento en el que me aseguro que nadie mira, me impulso y salto la valla. Miro a mi alrededor, busco a la chica por todas partes. Decido ampliar mi repertorio de búsqueda. Me dirijo a una calle por la que creo que ella ha optado por ir. Recorro las atestadas calles de Nueva York. Sorteo a los transeúntes y me pregunto qué hacía una chica así en una zona como la de mi instituto. Su "rastro" también conocido como mi intuición, se pierde y vuelvo frustrado a casa.

Cuando llego, una chica me está esperando en la entrada.

-Hola -saludo -, ¿quién eres?

-Hola, me llamo Amber, lo siento, me he perdido y te he seguido hasta aquí -detecto una pizca de acento irlandés.

Su pelirroja melena resbala hasta la altura de sus codos. Su cara está salpicada por diminutas pecas. Sus verdes y brillantes ojos refulgen como esmeraldas sobre su pálida tez.

-No importa, ¿dónde vives? -pregunto.

-Vivo en un bloque de apartamentos de una calle adyacente a Times Square, aunque no recuerdo muy bien dónde está porque me acabo de mudar.

-¿Quieres que te acompañe?

-Sí, por favor, si no te importa.

-No, claro. Espérame un momento, que dejo mi mochila.

Asiente y abro la puerta. Tiro la mochila en el pasillo y me reúno con Amber.

-Estamos un poco lejos de tu casa.

-Pfff... no lo sé, llevo mucho tiempo vagando, quería orientarme e investigar dónde vivo.

-Vamos -apremio.

El trayecto es largo pero entretenido. Por el camino, Amber me cuenta su historia: nació en un pueblecito el Sur de Dublín, se crió allí hasta su edad actual, en la que se peleó con sus padres, una pelea muy fuerte al parecer, y se vino a vivir a Nueva York hace unos días.
Según ella, tuvo una infancia muy bonita, marcada por acontecimiento el cual, ella me dijo, la marcó y formó como la persona que es hoy.
Sonríe cuando termina de hablar. Su sonrisa es preciosa.
En seguida me doy cuenta que ella ha tomado el relevo. Sé que ella también se ha dado cuenta en cuanto dice:

-Estamos muy cerca, ¿verdad?

Asiento mientras señalo el final de la calle.

-Eso es Times Square -señalo.

-Genial, muchas gracias -sonríe de nuevo.

-¿Te dejo aquí, o te acompaño? -pregunto demasiado rápido.

-Déjame aquí, de verdad, muchas gracias por traerme -dice sin dejar de sonreír.

-De nada -sonrío, me ruborizo y me rasco la nuca.

-Adiós -se despide y desaparece entre la multitud.

Me giro y miro hacia arriba. El cielo anaranjado me pide a gritos que la siga. Doy un paso, aprieto los puños y me giro en su dirección.

-¡Amber! -grito esperando captar su atención.

La chica pelirroja se gira y me mira. Sorteo, otra vez, la multitud que se agolpa en la bulliciosa plaza. En pocos segundos estoy frente a ella. Una pluma blanca reside en su pelo, alargo la mano y la aparto de su melena. Sus ojos se iluminan y yo me ruborizo.

-Tenías una pluma.

-Ya... es que mi almohada suelta muchas plumas -se pone tensa y desvía la mirada.

Dejo de mirarla a los ojos.

-Yo... me preguntaba si... -tartamudeo y cojo aire -¿te puedo venir a buscar mañana a las seis aquí?

-Sí, perfecto -sonríe por enésima y maravillosa vez.

Sonrío como un tonto y me despido. La observo hasta que su figura se pierde. Me giro y pego un salto de alegría. En seguida me doy cuenta de lo que estoy haciendo y me reprendo en silencio por estúpido.
El camino se me hace corto mientras memorizo sus preciosas facciones y su peculiar acento.

Me duermo ideando el plan para la ¿cita?, de mañana. Cuando la "idea ideal" aparece en mi mente, cierro los ojos y concilio el sueño en apenas dos minutos.

El misterio de la chica irlandesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora