Parte 2

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Al día siguiente, las horas en el instituto se me hacen eternas y cuento los minutos que me faltan para verla.
Al fin, el condenado sonido que anuncia el final de la última clase, suena; me cargo la mochila al hombro y salgo corriendo a mi casa.

Saludo a mi madre al pasar por la cocina para coger algo de merienda y subo al galope las escaleras que conducen a la planta superior. Me meto en el baño y me doy una ducha rápida; me aseo, en general. Cuando salgo para vestirme todavía falta media hora para las seis, tiempo suficiente para ir andando hasta Times Square.

Cuando llego, la plaza está llena de empresarios que acaban de salir del trabajo. Me siento en un banco desde el cuál se ve perfectamente la boca de su calle, y espero a que aparezca.

De uno de los portales sale una joven con un vestido blanco que le llega hasta la rodilla. Mis ojos se salen de sus órbitas mientras avanza hacia mí. Lleva su larga melena pelirroja recogida en una trenza que le cae por el hombro.

-¡Hola! -exclama al llegar hasta mí.
Su melodiosa voz me saca de mi ensimismamiento.

-Hola -saludo mientras me levanto -, se me había ocurrido que... en fin, te podría llevar a merendar a mi cafetería favorita, está muy cerca.

-Genial -sonríe.

Echamos a andar hacia Hard Rock Café y en pocos minutos estamos allí. Nos sentamos en una mesita para dos y pedimos unas tortitas para compartir y dos batidos de chocolate.

La observo mientras se mete un trozo de tortita en la boca. Se le forman hoyuelos cuando mastica. No puedo evitar fijarme en las dos plumas que se encuentran enredadas en su pelo.

-Amber, -me mira con la boca llena -tu almohada suelta muchas plumas.

Me mira con los ojos muy abiertos y se atraganta. Tose ruidosamente mientras yo le ofrezco el batido.

-Lo siento -se disculpa cuando se recupera.

Me río levemente.

-No pasa nada, ¿tienes hermanos? -pregunto para cambiar de tema.

Su mirada se ensombrece y sus hombros se caen.

-Tenía...

Mi corazón da un vuelco.

-Lo siento, yo...

-No importa, de verdad. Se llamaba Kyle y era mayor que yo; -suspira y coge aire -tuvo un accidente con la moto...

Su voz se entrecorta al pronunciar a última palabra. Finge una sonrisa y se termina las tortitas en silencio.

Caminamos durante largo rato compartiendo experiencias de la infancia, divertidas y embarazosas. Nos reímos un montón y, sin darnos cuenta del rumbo que tomábamos, nos hemos distanciado bastante de su apartamento.
Amber se sienta en un banco mientras se recupera de un ataque de risa. Tiene las mejillas coloradas.
En mi interior me doy palmaditas a mí mismo por haber dado un giro tan bueno a la situación. Supongo que Amber ya ha olvidado la razón por la que hemos abandonado el café.
Suspiro y me siento junto a ella. La miro y sonrío.

-Estamos muy lejos -exclamo cuando me doy cuenta de la distancia que estamos de Times Square -, ¿cogemos un autobús?

-Vale, pago yo -dice.

Niego con la cabeza.

-Sí -insiste -, tú has pagado en la cafetería, ahora pago yo.

Levanto las manos en señal de rendición.

-Vale, vale -digo -pero solo si accedes a tener otra cita conmigo.

Se ríe.

-Trato hecho Adam Porter -accede estirando la mano.

Se la estrecho y sonríe satisfecha. A pocos metros hay una marquesina. Un autobús pasa silbando junto a nosotros y salimos corriendo tras él.

Corremos todo lo que podemos para pillarlo. Cuando llegamos ambos estamos sin aliento. El conductor nos abre la puerta y Amber compra dos billetes. Nos sentamos al fondo y le cedo el lado de la ventana. Pronto se queda dormida con la cabeza apoyada en mi hombro. Su pelo me hace cosquillas en la nariz mientras observo la ciudad de enormes rascacielos iluminados, erguirse sobre un fondo oscuro. Llegamos a su parada y la despierto. Salimos hacia su apartamento y cuando vamos de camino hacia su portal, comienza a nevar. Me quito el abrigo y se lo pongo por encima. Ella abre el portal y nos metemos para resguardarnos del frío. Me despido de ella y me devuelve el abrigo. Abro la puerta pero ella me detiene gritando mi nombre. Me giro y se abalanza a mis brazos; envuelvo su cintura y escondo el rostro en su cuello. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando acaricia mi coronilla. Se ríe levemente, se separa un poco y me mira fijamente. Sin saber qué estamos haciendo, nos aproximamos más y más...  

Ambos nos detenemos y sonreímos con vergüenza.

-Perdón... yo ya me iba... -tartamudeo.

Se ríe. Se pone de puntillas y me da un beso en la mejilla.

-¿Mañana a la misma hora? -pregunta.

-Por supuesto.

Me sonríe. Me doy la vuelta y, ahora sí, me voy.

Cuando llego, la euforia se apodera de mí y le pego un puñetazo a la almohada. Pego un salto y me pongo el pijama. Me cuesta un montón dormirme, ya que no puedo dejar de imaginar el momento del abrazo; su pequeño cuerpo perfectamente amoldado al mío. Y su beso, esos labios... pfff.

El misterio de la chica irlandesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora