P.D.V (Pto de Vista) de Lynz
Me desperté con un pequeño infarto. ¿Qué? ¿Qué es eso? No pueden ser ya las seis y media. No, no, no. Y encima lunes. No, si la cosa pintaba bien…
Me levanté a regañadientes, solo por el simple hecho de que tenía que apagar mis despertador para que dejara de sonar esa estúpida canción, ¿como se llamaba…? Blurred Lines. Solo la puse de alarma porque así me levantaría a apagarla de lo cansada que estoy de ella. Si a veces soy inteligente y todo.
Una vez mi cerebro procesó que no me quedaba otra que levantarme, me dirigí al baño, el único que había en el pequeño apartamento. Tampoco es que necesitásemos mucho más. Cerré la puerta, encendí la ducha y, sin esperar a que el agua se calentase, me metí con la lentitud que aporta la somnolencia. Una vez me lavé el pelo con mi champú de siempre y estaba limpia, cerré el flujo de agua y salí de la ducha, enrollándome en una de las viejas toallas que la casera nos había dado. Volviendo a mi cuarto, el reloj marcaba las siete, y no tenía que salir para trabajar hasta las ocho, así que tenía algo de tiempo. Me tiré en la cama y cerré los ojos. Solo un momento…
Me despertó el sonido de la guitarra de Misha.Miré el reloj alarmada. ¿Las ocho y cuarto? ¡Mierda, no llego ni de coña! Me calcé el horrible uniforme rojo que nos obligaban a llevar, me hice una coleta y salí corriendo gritando:
- ¡Luego nos vemos, Misha!
Corrí hacia el restaurante como si me fuera la vida en ello. De hecho, de algún modo era así, porque perder este trabajo significaría volver arrastrándome ante mis padres. De ningún modo haría eso! Antes viviría en la calle... Pero Misha no dejaría que eso pase.
El caso es que llegué quince minutos tarde, y me cayó una bronca de mi jefa. La aguanté lo mejor que pude, reprimiendo la mala leche que suelo tener por las mañanas. En parte porque era mi jefa y por otra parte porque sabía que la pobre mujer estaba en proceso de divorciarse de su marido y tampoco lo estaba pasando muy bien. Con alguien tenía que pagarlo…
En poco tiempo, el pequeño bar se comenzó a llenar, sobre todo los clientes habituales. Uno de ellos, un señor mayor, de cabello canoso y ojos azules cansados, levantó la manos, llamándome. Terminé de atender a la señora Pinsky, con la que estaba, y me acerqué a su mesa.
- Buenos días, Señor Letterman. ¿Qué tal su mañana? – Una sonrisa amable se abrió camino hasta mis labios viendo como un simple gesto de cortesía hacía disminuir el cansancio en los ojos del anciano señor Letterman.
- Oh, bastante normal, hija. – Respondió con esa voz típica de su edad que, sin embargo, no había perdido ese perfecto acento inglés que tanto me gustaba. Una de las cosas que más me gustaba de vivir en Londres, el acento de la gente. – Mientras me sigas trayendo ese desayuno tan rico que me sirves todos los días, el día empezará bien.
- Estará aquí antes de que pueda hacer el crucigrama del Times.
Me dirigí al área donde se encontraban los cocineros y les entregué las comandas de la señora Pinsky y del señor Letterman. Justo cuando creía que podría tener un momento de respiro, entró un nuevo cliente. Lo examiné desde mi posición en la parte de la barra reservada a los camareros. Era un chico, de unos diecinueve o veinte años, alto y moreno. Era bastante guapo, eso era de admitir, y los tatuajes que reveló al quitarse la chaqueta no le quedaban nada mal. Nada, nada mal.
- Buenos días, bienvenido. Soy Lynz y seré su camarera esta mañana. ¿Qué puedo ofrecerle? – Pregunté cortésmente, sonando muy profesional y casi sin acento español. Nadie diría que pasé mi infancia en España.
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