Al fin había terminado ese tedioso trabajo. Hoy era uno de esos días en los que simplemente caminar por la calle era equivalente a tomar una ducha. La humedad presente era tal que el Señor Plomero se sentía atravesando gelatina viscosa e invisible.
Los cuarenta grados que hacían en la calle no hacían más que distorsionar el pavimento y convertir el centro urbano de la Capital Federal en una suerte de escenario postapocalíptico de guerra nuclear, en el cual los desgraciados sobrevivientes no hacían otra cosa más que vagar de aquí a allá con caras agobiadas y corbatas demasiado apretadas.
Nadie se detenía más de lo necesario y, contrario al bullicio que normalmente toma lugar en aquella zona rebalsada de actividad, era notoria la falta de voces gritando, hablando por teléfono y de cualquier tipo de conversación humana, de hecho. Al contrario, el ruido de los motores de autos, colectivos y camiones era predominante.
Había llegado aproximadamente a la una de la tarde a aquel antiguo edificio, vestigio del antiguo diseño señorial que predominó en Argentina hacía menos de un siglo, al que ingresó luego de intercambiar algunas palabras rápidas con el encargado sobre el problema en las tuberías del sótano.
Dedicó cuarenta minutos apantallándose con la mano en un intento vano de juntar un mínimo de aire potable, resollando por el olor a podrido y estirándose el cuello del mono de trabajo un mínimo de treinta veces antes de terminar el arreglo.
Necesitaba una ducha con urgencia, pues sospechaba que esos cuarenta escasos minutos ahí abajo habían fermentado un equivalente a cien años al hedor esparcido por sus axilas.
Era evidente la mancha de sudor que se había expandido rápidamente por la ropa, y cualquiera diría que ese detalle era algo que no podía faltar en el uniforme de un plomero, al igual que la despreciada y famosa raya del culo (y de eso él estaba muy orgulloso, pues se mantenía en un estado físico óptimo para su edad y todavía no contaba con los famosos flotadores que propiciaban a mostrar la parte baja de su anatomía).
Sin embargo, y a pesar de su profesión, el Sr. Plomero era de esos raros especímenes que nunca terminaban de acostumbrarse a la suciedad inevitable que conlleva su actividad, y no era extraño para él ducharse entre cada trabajo terminado.
Una vez juntadas todas sus herramientas y con su caja en mano, echó un último vistazo a su obra de arte del día (la terminación del pegamento había quedado un poco menos que perfecta).
Subió las escaleras rápidamente, ansioso de dejar de respirar aquel aire viciado. Recorrió un pasillo y abrió una puerta, más aliviado, encontrándose en el largo hall del edificio.
El conserje no estaba allí, pero había dejado una nota en el escritorio de vigilancia, que escribía: «Regreso en 10 minutos».
En el lugar había varios sillones de cuero esparcidos a lo largo, pero sin embargo, y a pesar de estar tentado, no se sentó. Corría el riesgo de dejar el mueble con olor a pasta y sudor, y más terrible aún, manchas de grasa.
Así que se acercó a las puertas de vidrio abiertas que daban a la calle y apoyó la caja de herramientas en el suelo.
El calor seguía siendo igual de atroz que hacía un rato, y esa, al ser una callejuela estrecha, provocaba que el humo de los autos y colectivos que pasaban tardase un tiempo en disiparse.
Divisó una rotisería pequeña en la vereda de enfrente, de la cual escapaba un fuerte olor a aceite frito. Un cartel mostraba una oferta bastante tentadora de milanesas con papas fritas, así que sacó su billetera del bolsillo, cuando escuchó casi al lado de su oído el sollozo de una mujer.
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Terror Psicologico
HorrorEl terror psicológico (u horror psicológico) es un subgénero de la ficción terrorífica, ya sea literaria o cinematográfica, que centra su atención en los temores de los personajes, sus culpas, creencias y supersticiones. En este tipo de narración se...