El carrusel de Rose

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El clima invernal siempre había sido perfecto para estar en casa, es lo que siempre pensé. La nieve era más linda a través de la ventana, sin que ese frío atronador quemara cada capa de piel que poseía, nunca importaba cuántos suéteres llevara encima, el frío siempre llegaba a cada fibra de mi existencia. El invierno poseía ese tipo de belleza que debe admirarse y no tocarse. Lo único que podía consolarme era chocolate caliente, una manta y la calefacción encendida, el día perfecto para cualquier habitante de Averville en la víspera de navidad.

Supongo que mi día nunca está destinado a ser perfecto en estas fechas.

El claxon de un auto sonó incansable hasta recordarme a mi madre cuando crucé sin cuidado frente a él, con mis piernas congelándose mientras se esforzaban por seguir pedaleando a toda velocidad. Tal vez si la hubiese engrasado un poco la noche anterior, ahora estaría sufriendo mucho menos. Si no hubiese olvidado mi bufanda, aún sentiría mi nariz pegada a la cara. Si hubiese puesto el despertador, no estaría jugando a la ruleta de la muerte contra los coches.

Sí, todo es difícil cuando las cosas no se hacen cuando y como se deben, pero en estos días procrastinar es divertido ¿no es cierto? Pues no, es terrible no considerarse un buen ejemplo, yo debería ser un hombre ejemplar si considero que soy un adulto que trabaja. Y lo peor: que trabaja como ejemplo de las generaciones más pequeñas.

¿Por qué estoy corriendo como si de eso dependiera mi vida hacia la juguetería? Porque los niños de la guardería donde trabajo, probablemente se merecen el maldito cielo. Y porque cuando crezcan, dejarán de ser los seres adorables e inocentes que son ahora, pagarán impuestos y lucharán por no consumir drogas, o se volverán alcohólicos como sus padres, y de todos ellos solo dos o tres serán exitosos pero tal vez su riqueza los haga miserables.

No soy pesimista, solo leo las estadísticas en el periódico y trato de hacerles la infancia más duradera.

Pero no voy a negar que hay quienes se salen completamente del rango esperado, esos que conformamos el uno por ciento que no puede ser medido ni siquiera por revistas como el BlackEntreprise, esa de negocios que todos los hombres que se creen intelectuales y quieren ser millonarios, leen. Sí, yo también la leo.

La leo porque sigo esperando el día en el que hablen de la homosexualidad como un negocio rentable en el siglo XXI. ¿No lo sabían? Nos hemos vuelto una moda, con tantos desfiles luchando por hacernos ver, el matrimonio que ahora es legal en Averville, al igual que el cambio de sexo para los transgénero y la lucha por la aceptación de los derechos LGTB+ que fue ganada hace unos meses. ¿Suena como la ciudad ideal? Lo es, hasta cierto punto.

Probablemente muchos de los que pertenecen a la comunidad piensen que estoy delirando o que simplemente soy un imbécil por no disfrutar nuestra nueva visibilidad en el mundo, pero pasó de ser una búsqueda de libertad a una campaña de marketing. ¿Comerciales de televisión? Creo que tenemos nuestra propia marca de galletas con un enorme arcoíris. ¿La guardería donde trabajo? Reciben un bono por la "inclusión sin discriminación", como le hace llamar el gobierno, por haberme contratado. Técnicamente les pagan por haberme aceptado como soy, por gustarme los hombres. ¿Qué mierda es eso? ¿Tengo que pagar para ser aceptado al decir que soy homosexual, como un soborno? Eso nunca va a quitar las caras de los padres cuando recibo a sus hijos, como si fuera un pederasta. O la de las madres cuando saludo a sus maridos, pensando que quiero meterme en su cama. No es culpa mía que sean heterosexuales de clóset, pero no estoy todo el día pensando en tirarme a alguien.

Es cierto, disfrutamos más libremente del sexo sin prejuicios ni ataduras entre nosotros, y para muchos es una ventaja. Pero de ahí a pensar que puedes tirarte todo lo que tenga un pene entre las piernas, hay límites.

Merry ChristmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora