Hace años que ocurrió una hecatombe en medio de una época en que la humanidad prosperaba y había paz entre los seres. Fue extraña la forma en que todo se acabó de repente, cuando del centro de la tierra emergieron criaturas gigantescas a poblar la tierra. Eran del tamaño de las montañas, llevaban ecosistemas y seres en sus espaldas. Se movilizaban buscando el clima apropiado para su comodidad. Pero tan grandes eran, que solo el hecho de observarlas venir, suponía el fin para el espectador. No tenían forma definida, eran irregulares, y se arrastraban, dejando a su paso solamente ruinas y ácidos corrosivos. Las ciudades eran consumidas por sus vapores, y los seres que poblaban la tierra, devorados por los invasores. Con los meses, el oxígeno se volvió escaso y así empezó la extinción masiva de las especies y todo lo que se creía conocer. La muerte y el nuevo comienzo, marcaban un extraño y sombrío inicio de una nueva era, como la muerte misma.
Mientras el cielo de un purpura que solo la putrefacción igualaba en color, cuya luna alumbraba al negro, ruidoso y a veces taciturno mar, en sus profundidades, las criaturas contemplaban una figura suspendida. Era la sombra de un submarino. Sus luces rojas brillaban desde las ventanas redondas, y dentro albergaban los últimos seres humanos. En el mar aún había seres que ellos solían cazar en sus trajes especiales. Era la noche numero setecientos veintitrés desde que decidieron huir ese día en que los rayos ultravioletas y las luces toxicas caían del cielo; ya habían transcurrido algunos meses desde que el oxígeno dejó de abundar, para dar paso al azufre, que era la sustancia con que las criaturas invasoras vivían. Estaban todos reunidos y el lider estaba en medio de ellos, de pie, hablando sobre una misión que consistía en ir a la superficie en busca alguna base en la cual asentarse, algún vestigio de que la humanidad luchaba contra la extinción, pero sobre todo, salir de ese espacio reducido que poco a poco los volvía locos. Bien podían adaptarse a vivir bajo el mar, y ser como los homínidos acuáticos teorizados, pero observaron a los animales, que en contacto con la oscura agua, perdían su naturalidad, es decir, se transformaban en monstruos autómatas, deformándose poco a poco hasta llegar al horror, un horror siniestro y asqueroso, cercano a la putrefacción y al exceso de rayos cósmicos, un horror que los hacía ver como seres perdidos y atrapados en sus propias pieles; un cambio que los llenaba de miedo, el miedo que les quitaba la paz... que los turbaba y tal vez, como era su naturaleza, los conduciría a la autodestrucción.
Todos escucharon al capitán aquella noche, atentos, con sus miradas vidriosas y rostros sin expresión y acordaron ir al día siguiente. Hicieron todos los preparativos posibles. Y así mientras transcurrían las horas, horas en las que todos debían dormir, empezó a vibrar bruscamente el submarino, despertando a todos. Con temor y curiosidad, se asomaron por la redonda ventana, y vieron una extraña forma gigante pasar por debajo de ellos. Observaron el radar, y era algún ser o una nave, monstruosamente gigante. Agitados y con las miradas puestas clavadas en las ventanas y los salvavidas, esperaron a que ocurriese lo peor. Así, pasaban los segundos, los minutos, y el cuerpo inmenso, ya se había ido lejos, podían observar las luces del extraño cuerpo que eran verdes y violetas, muy nubladas y difuminadas. Eran luces de neón al parecer, como las criaturas que brillan kilómetros más abajo, donde es oscuro; solo que ahora, todo es oscuridad. El nerviosismo y la incertidumbre les quitaron el sueño, pero debían ir en cuando amanezca, solo así sobrevivirían. Se levantaron y de inmediato, comenzaron a prepararse para el viaje. Los relojes del interior de sus cascos marcaban las 6 y 17 de la mañana. Afuera el sol ya apenas alumbraba el cielo siempre nublado, la luz del sol era tenue y se lucía como si fuese una pulcra luna, con una intensidad calorífica muy reducida; y le daba al planeta una sensación extraña, como del inframundo, mientras las nubes negras se arremolinaban con violencia soltando gases mortales. Las luces rojas del submarino alumbraban sus rostros tiesos y nadie hablaba, aunque lo podían hacer a través del intercomunicador de sus trajes. El líder dio la orden con un código, y acto seguido el agua los inundaba hasta llenar la cámara. Se abrió la compuerta, todos estaban ya en las oscuras aguas, únicamente alumbrados por las luces que emitían sus trajes, unos trajes especiales que producían oxígeno si es que se introducía agua en unos tanques situados en la espalda, mediante un proceso simple llamado electrólisis. Traían consigo una maleta que contenía lo necesario para sobrevivir cierto tiempo y también se encontraba el dispositivo con el cual poder regresar. Un soldado sacó una esfera del tamaño de las extintas naranjas, la presionó provocando que se inflara, y ambos subieron rápidamente hacia la superficie y así lo repitieron todos casi al mismo tiempo. Al llegar a la superficie, todo era como un nuevo nacer, ahí afuera estaba lo que alguna vez llamaron hogar, cielo era de un purpura oscuro y las nubes grises destellaban rayos violáceos que como flashes y se encendían de un lado hacia otro en zigzag, les resultaba abrumador y pesado, incluso la gravedad se había modificado levemente, volviendo sus cuerpos un poco más pesados. Una niebla cubría todo el mar negro y la temperatura era fría y por momentos se entibiaba. Las aguas estaban quietas y todos ellos yacían en sus embarcaciones inflables. Era un día extrañamente calmado. Encendieron el motor y fueron directo a la orilla. Todos estaban atentos al metraje que les proporcionaba su visor, que descendía al acercarse más a la orilla. El cielo destellaba de color amarillo por momentos, el sonido del viento era sombrío, a veces susurraba, y así, silbando hasta que el sonido se desvanecía entre el anchuroso océano oscuro. Se oían sonidos muy graves, provenientes de animales gigantes, parecían truenos prolongados, a veces eran similares a los tambores y a veces a como el crujir de la tierra. Todos se detuvieron en la orilla, cargaron sus armas y los suministros en sus espaldas. Pensaban recorrer toda esa zona, estudiarla durante algunas horas y luego regresar al submarino. El terreno era irregular, con piedras negras, grises, térreas, unas de color ladrillo, o escarlata. La tierra era aún más oscura. Era un nuevo planeta, con una fórmula de vida totalmente distinta. Todo estaba cubierto de niebla, y mientras avanzaban, la computadora analizaba el terreno, para que todo quede registrado en un mapa y así poder volver. El capitán iba adelante, dos hombres lo cubrían, y entre estos dos hombres, iban dos mujeres armadas, cuyos movimientos daban la impresión de haber sido correctamente entrenadas. Llegaron más al fondo, el terreno se ponía duro y también caliente, había grietas en cuyo interior brillaba un material blanco muy difuminado. Eran cuidadosos con cada paso que daban e iban lento. Al ir más hacia al fondo, se encontraron inmersos en un bosque lleno de árboles delgados, cuyas copas no se podían ver porque eran muy altos y arriba había un denso material negro con forma irregular lleno de púas o espinas, era el humo que se había petrificado. Los antiguos mapas señalaban que más al fondo se encontraba la ciudad. No veían bien, así que tenían la mira infrarroja para que poder detectar señales de vida o luces. Al activar el visor, observaron algo extraño. Debajo de ellos había formas que pululaban, grandes como caimanes. Se quedaron quietos. El capitán observó que aquellas formas se arremolinaban e iban hacia ellos con lentitud y ordenó a sus soldados que suban a los árboles. Señaló la mano hacia unas ramas, y luego disparó un cordón con un garfio que se incrustó en una rama, tirándolo a él hacia arriba. Todos hacen lo mismo y las criaturas empezaron a salir de la tierra. Eran deformaciones con patas impares de insecto, con cientos de ojos, y el cuerpo tan elástico que se metían por agujeros pequeños o se entrelazaban entre ellos; además poseían púas en todo el cuerpo. Mientras más se adentraban, los árboles de al fondo tenían espinas que ponían en peligro los trajes a pesar de ser muy fuertes y algunos carecían de ramas en las cuales sostenerse. Las criaturas abajo seguían pululando, yendo hacia muchas direcciones, no eran muy listas; pero sí, innumerables como una plaga de langostas. Aterrados, se dan cuenta que algunos árboles tenían fierros incrustados, incluso el vagón de un tren bala colgaba entre los rieles y las ramas, era la ciudad, y más allá habían automóviles atascados entre los árboles, como si éstos seres hubiesen emergido bajo ellos con violencia, atravesándolos. Había esqueletos humanos regados por todos lados, huesos llenos de agujeros y bultos reventados. Al pasar por un árbol no se percataron que los huesos de un rostro humano estaban impregnados en él; y luego, más allá, se adentraron a un túnel del tren atrapado entre varios árboles, no parecía seguro pero era la única forma de ir más hacia adelante, el resto de árboles carecían de ramas y tenían extrañas formas de vida adheridas a los troncos. Adentro, muchas osamentas estaban pegadas a las paredes de metal formando un solo cuerpo con cientos de agujeros y protuberancias que daban la impresión de haber soportado temperaturas muy altas, se habían fundido. Las caras y los cráneos estaban llegando a su final, los pasos sordos eran más lentos, y todos juntos miraron por un momento algo extraño a través de la mira infrarroja. Una luz había destellado en la salida del túnel durante un segundo o menos. El capitán caminó sigilosamente, y sosteniendo su arma se paró el borde de la salida que estaba llena de fierros retorcidos. Miró hacia arriba, abajo, dando movimientos muy rápidos de derecha a izquierda, y sin embargo, no había nada ni nadie, solo oscuridad y calma. Ordenó a sus hombres que vayan al árbol ulterior, saltando desde el borde del túnel, con ayuda de sus garfios. Al pisar la rama, sintieron una brisa tenue que poco a poco se hacía más brusca hasta llegar a ser violenta, provocando que pierdan el equilibrio, así que se engancharon a las ramas con sus herramientas quedándose adheridos. Poco a poco los envolvía una densa niebla de color gris, que era tibia. Podría ser que los gases provocasen algo a los seres vivos, como una orden o un viaje que lleve sus mentes hacia la dicha. Ellas estaban cogidas de las ramas y vieron que los soldados se soltaron a voluntad y se fueron con el extraño gas, lentamente. Se observaba desde abajo a dos cuerpos prendidos de una rama, eran las dos mujeres que vieron cómo el gas se desvaneció poco después de llevarse a sus camaradas. Al incorporarse, se miraron y hablaron acerca de lo ocurrido. Habían perdido sus armas y suministros.
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Sombras
Научная фантастикаNovela de ciencia ficción que abarca los temas de la extinción humana, la evolución, el instinto de supervivencia y la capacidad de adaptación. Es tal vez una descripción de la forma en que el mundo nos visualiza.