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Lila siempre llegaba temprano, traía las compras y alivianaba a Kate con los quehaceres. No era fácil para dos mujeres, vivir solas en Manhattan. Pero bastante maña se daban. Su pequeña vivienda de la Quinta Avenida no les hacía gracia, pero era lo mejor que podían pagar. Tenía apenas una habitación, la cual al principio compartían, pero luego, justo cuando Lila comenzó una dudosa pero larga relación con un muchacho de los suburbios, Kate optó por dormir en lo que era una mezcla de salón comedor y cocina. Allí había un sofá, que con la llegada del nuevo novio -Michaels-, sería reemplazado por un colchón viejo. Una estufa muy precaria, una mesita que apenas les servía de apoyo para comer, y la cocina que habían conseguido en una subasta, formaba parte de lo que consideraban su zona de confort. Compartían un diminuto baño, cuya agua de la ducha difícilmente estaba caliente alguna vez. Inviernos como estos eran devastadores. El viento se colaba por las dos únicas ventanas de la vivienda, la del baño y la de la cocina. Un cuadro de una niña triste posaba inerte en la pared del cuarto; a veces Lila lo observaba durante varios minutos, como quien intenta analizar una pintura de Dalí. Llevaba repitiendo ese ritual miles de veces y en su inconsciente resonaba aún la misma duda: ¿Por qué esa niña se encontraba triste? Kate tan solo apareció con la pintura un día, así sin más, y con sus dotes la insertó en la pared. Siempre tenía más ingenio que Lila en ese tipo de tareas, y ella lo sabía. Al preguntar que de dónde había salido aquel cuadro, solo recibió el nombre de una casa de subastas a la que seguido acudían juntas. No es que fuera raro, Kate era muy excéntrica y a la vez, amante del arte, pero del arte verdadero, al que no podía acceder por obvias razones. De vez en cuando se pasaba por las galerías con algún vestido un tanto mejor que el resto de su ropa, aunque no dejaban de ser prendas vulgares, y ella lo sabía. Nunca alcanzaba a entrar, claro está; y siempre que su amiga preguntaba sobre su día, ésta mentía, esbozaba una sonrisa y exclamaba "vaya, no sabes los cuadros que he visto". Lila asentía despreocupada, y la conversación tomaba otro rumbo. Por todo aquello es que no le resultaba del todo extraña la llegada de aquel cuadro hace ya varios años.

Ese día Lila no llegó. Kate salió a buscarla un tanto preocupada. Siempre era puntual y predecible, además no tenían mucho que hacer en la ciudad, al menos no con sus posibilidades. El viento que golpeaba su rostro con brusquedad, los ruidos del tránsito, las personas y sus atareadas vidas, le quitaba la calma de su rutina. Cruzar aquella Avenida entre todos esos inestables neoyorquinos le resultaba todo un desafío. Pasó por la misma tienda de siempre, lo cierto es que a veces ésta se abarrotaba y su amiga se veía demorada en la fila. Esperó fuera unos minutos, pero Lila no salió. Conocía a la cajera del lugar así que se le aproximó sigilosamente, de mientras que recibía un par de miradas a regañadientes. Claire era la típica ciudadana frustrada a la que no se le puede envidiar nada en lo absoluto. Llevaba ya varios años viviendo en Manhattan, con su hija no tan pequeña, madre soltera hace algún tiempo tras descubrir que a su esposo le gustaba mucho pasarse por las esquinas solicitando el trabajo de distintas mujeres. Kate lo había visto un par de veces merodeando y decidió hablar con su mujer, quien no vaciló y lo enfrentó, echándolo de casa. Resulta que venían llenos de sueños, o al menos Claire, y en aquel momento la ruptura de esa relación la sumió en una profunda depresión, dejando entrever desdicha en el interior de sus ojos marrones. Odiaba su trabajo, pero la verdad es que habían cosas peores, y Kate se lo recordaba cada tanto.

- Buenos días, Claire. De casualidad, ¿Ha pasado Lila por aquí? ¿Se encuentra dentro? Ha de haber demasiadas personas, ¿verdad? Un duro día imagino

Claire se mostró indiferente, lo suficiente como para alterar a Kate. Dejó salir una cuota de aire y exclamó:

- Tu amiga no ha venido por aquí hoy. Has de buscar en ot7ra parte.

Kate se volteó, un tanto confundida.

50 lunas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora