Luna de lobo

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—¿Estás seguro de que en este pueblo no nos encontrará nadie? —dijo Dean mientras conducía.
—Sí, está perdido, como aquel que dice, de la mano de Dios —respondía Sam, lo que provocó un bufido de Castiel que estaba sentado atrás.
—Mira a ver si despiertas al chico con tus ruidos —reprendió Dean al ángel.
—Además, he empleado conjuros y símbolos de sigilo, no pueden seguirnos. Ahora mismo estamos fuera del radar —continuó Sam.
—Entonces, adelante —Dean aceleró, adentrándose en un pueblo cuyo cartel en la entrada rezaba “Beacon Hills”.

En doce años las cosas han logrado hacerse bastante estables para los Winchester. Dean puso un taller para reparar autos como siempre había querido. Samuel se sacó online los cursos que le faltaban de la universidad y realizó las oposiciones, aunque luego se dio cuenta de que el derecho no era lo suyo. Desde entonces ha trabajado de vez en cuando en el Instituto de Beacon Hills como profesor. En cuanto a Castiel, un ángel no tiene realmente demasiados sueños en la vida; por ello se ha empleado la mayor parte del tiempo en realizar tareas del hogar y cuidar del pequeño Stiles. También suele visitar el hospital del pueblo para ayudar discretamente con sus poderes a algún doliente. Pero lo mejor de todo es, sin dudas, que los tres han logrado mantenerse al margen del mundo de la caza y de la guerra entre el cielo y el infierno que pareciera detenida luego de la desaparición de los hermanos, y que han podido hacer que el pequeño Stiles crezca seguro y convirtiéndose en un buen chico.
Durante este tiempo la relación entre Dean y Castiel se ha fortalecido considerablemente en torno a Stiles. Tanto, que nadie podría decir que no es su hijo. Castiel jamás creyó que un ángel pudiera experimentar semejantes sentimientos paternales. Dean amaba profundamente al chico, a quien no le perdía el ojo de encima. Sam, en cambio, a pesar de haber apoyado plenamente a su hermano en la decisión de quedarse al pequeño, prefirió cederle las cuestiones de padres a los otros. El menor de los hermanos también había aprendido a querer con delirio al niño, pero comprendió que definitivamente no estaba hecho para tener esa vida de mamá, papá y nené. Ironías de la vida: él era quien siempre había deseado una vida normal al contrario de su hermano, a quien se le veía ahora como si esa vida se la hubieran tejido a medida.
Stiles realmente no tenía más problemas que aquellos comunes a los de su edad. Era un muchacho hiperactivo e inteligente al que le interesaba cuanta cosa ocurría a su alrededor; también muy observador, y poco le pasaba desapercibido, aunque había vivido toda la vida, ajeno a la verdadera historia de su familia. Él desconocía la condición de ángel de su pa-Cas, como llamaba a Castiel; no sabía que su papá Dean y que su tío Sam se dedicaban o, mejor, se dedican —porque es un trabajo del que no hay jubilación, al parecer, ni con la muerte— a cazar criaturas sobrenaturales, y, de hecho, siquiera estaba al tanto de la existencia de tal mundo sobrenatural. Tampoco recordaba a Claudia y a John Stilinski: Cas se había encargado de ello. Su familia era para él todo lo normal que podían ser una pareja de padres gay con un chico, y un tío que no encontraba aún que hacer con su vida luego de haberse sacado una carrera de leyes con honores. Lo más raro de su casa sería la afición de su papá por enseñarle desde pequeño a manejar armas y a pelear. Esto último no le sorprendía demasiado, pareciendo su padre, como lo hacía —salvo por el hecho de dormir con un hombre—, un veterano de Vietnam. En este aspecto Stiles prefería más a su tío Sam, quien le enseñaba a hackear computadoras en su tiempo libre y que era tan nerd como él.
Claro que no pensaba en estas cuestiones ningún miembro de la familia Winchester la mañana de ese día en el que comenzó a desmontarse poco a poco ese sueño de paz en el que estaban viviendo.

Scott y Stiles estaban saliendo del Instituto de Beacon Hills. Acababan de terminar su primer día de clases.
—Vamos al bosque más tarde.
—¿Al bosque? ¿Para qué, Stiles? —Scott sabía que la idea de su amigo no traería más que problemas. —¿No has escuchado que han matado alguien?
—Por eso mismo —el de lunares se acercó más su amigo y comenzó a susurrar. —Me he metido en la computadora del sheriff Parrish. Tengo la localización. Solo apareció la mitad del cuerpo. No me digas que no estaría de muerte verlo.
Stiles tenía una vena ahí detectivesca que lo incitaba a entrometerse en todo aquello que no le importaba. Por mucho Dean había luchado contra ella, no pudo extirpársela.
Scott lo miró con cara de duda.
—¿Comprendes la ironía de lo que acabas de decir?
—Sí. Es uno de mis talentos.
—Stiles…
—Por favor, por favor, por favor…
El latino puso los ojos en blanco y suspiró con hastío para decir:
—Está bien. Iremos.
—Scotty, ¿qué haría sin ti? Eres el mejor amigo del mundo.
Stiles salto hacia Scott y le dio un fuerte abrazo ante la mirada extrañada del resto de los estudiantes que pasaban por allí.
—¡Stiles! —al escuchar la voz de su padre soltó rápidamente a Scott.
—Te paso a buscar más tarde —le dijo el de lunares al latino mientras caminaba hacia el Impala.
—¡McCall, te estoy vigilando! —le gritó Dean al chico señalándolo con dos dedos. Scott se ruborizó e intentó responder algo, pero ya su amigo-hermano y su padre iban calle abajo en aquel auto negro.

Carry on wayward sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora