Capítulo #2: Una ausencia

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A la mañana siguiente; Ángela, Natalia y Sergio aparecieron en el portal de la casa de Mario, lugar donde le habían visto por última vez. Según la ruta que seguían a diario para ir al instituto, esta era la última parada por donde pasaban veinte minutos antes de la primera clase para recoger a su amigo. Cuando llegaron estaban hablando, tampoco importa sobre qué; pero el caso era que, de repente, Natalia interrumpió la conversación diciendo:

-Ya son menos dieciséis exactamente, y se supone que la hora tope para que nos dé tiempo a llegar son menos cuarto.

-¿Llamamos por el telefonillo? – preguntó Ángela.

-No creo que sea buena idea, seguramente aún haya alguien de su familia durmiendo.

-¿Os dijo algo Mario anoche sobre si no iba a venir hoy?

Ante la negativa de todos, Sergio sugirió que probablemente se habría dormido o estaría enfermo. Cerrado así el asunto, los tres reanudaron el camino hacia el instituto.

La primera hora en la clase de biológicas, el itinerario de Natalia y Mario, era de anatomía. Como pasaba todos los días, entró la profesora puntual, se sentó en su silla, esperó a que todo el mundo hiciese silencio y empezó a pasar lista con voz potente. Cuando llegó al nombre de Mario Guísplez, su amiga se apresuró a contestar:

-Hoy no ha venido. Ayer se le notaba un poco raro, así que supongo que habrá cogido un virus o algo así.

-Entiendo... Aun así recuérdale que tiene que traer un justificante firmado por sus padres.

-Vale, se lo diré.

Pasaron varias horas más hasta que sonó el timbre del recreo; entonces, los tres se reunieron abajo e iniciaron la conversación sobre el asunto de Mario:

-No sé si tendría que ir al médico, – dijo Natalia – aunque me parece muy raro que, de ser así, no haya venido aún.

-¿Hablasteis alguno con él ayer? – preguntó Ángela.

-Ni siquiera dijo nada por el grupo de nuestra clase.

Mientras decía esto último, Sergio sacó su móvil del bolsillo y abrió WhatsApp. La hora de la conexión más reciente de su amigo eran las tres menos cuarto del mediodía.

-¡Es verdad!, – exclamó Natalia al verlo – ayer cuando volvíamos le vi sacar el teléfono un momento, probablemente pasase hacia esa hora. Aunque me parece muy extraño que no se conectase después. A ver, Mario no es precisamente el más adicto al móvil del mundo, pero siempre suele mirarlo cada dos o tres horas para ver qué le han contado. Lo más probable, creo, es que haya pillado alguna enfermedad y que esté guardando reposo en la cama porque no se encuentra con fuerzas. Además... hace unos días me contó que... como que se sentía muy observado y muy incómodo. Yo le dije que intentase relajarse, que seguro que era por la ansiedad de la época de exámenes; probablemente su mente habría materializado la presión en algo que estaba encima de él, pero que ese algo estaba solo en su cabeza.

Después de unos largos, prácticamente interminables, segundos de silencio por el asombro y el impacto de estos sucesos Ángela se atrevió a hacer el primer comentario:

-Vaya, sí que parece útil la clase de psicología que elegiste.

-Una de las primeras cosas que nos enseñaron es que es increíble el poder de la imaginación.

Dando el tema por zanjado, siguieron hablando de otras cosas hasta que terminó el tiempo del recreo y volvieron a clase. Ahora, para continuar con la historia, voy a hacer realidad el sueño de cualquier estudiante: saltémonos las asignaturas que hay en medio para ir directamente al final de la jornada escolar, cuando se volvieron a juntar para regresar a sus respectivas casas.

Ya iban avanzando por la calle donde vivía Mario cuando a Sergio se le ocurrió preguntar si llamaban para ver qué tal estaba. Se pararon delante de su portal y, a pocas décimas de segundo de que Natalia apretase el botón del telefonillo, Ángela le paró el brazo diciendo:

-¿Y si está durmiendo? A lo mejor le despertamos, o si le duele la cabeza puede que no le gusten los ruidos fuertes como el que hace el timbre.

-¿Tienes alguna alternativa?

-Yo creo que tengo el número de su madre, – dijo Sergio – la llamaré. Es menos probable que a Mario le despierte el sonido del móvil.

Puso el sonido de la llamada en manos libres para poder hablar todos. Cuando descolgó, saludaron y le preguntaron por su amigo.

-¿Cómo que cómo está?

-No... ¿no está enfermo o algo?

-¿Por qué iba a estarlo?

-Entonces, ¿por qué no ha ido hoy a clase?

-Espera, ¿cómo que no ha ido? ¿No está con vosotros?

-No, supusimos que estaría malo.

-Pero... – repuso con una voz que empezaba a volverse temblorosa – hoy cuando me desperté no estaba en casa y di por hecho que se había ido con vosotros como todos los días. Esperad, que os abro para que subáis.

Una vez en su casa, se sentaron en el salón para reanudar la charla.

-A ver, que me aclare las ideas, – dijo la madre de Mario – ¿mi hijo no ha ido hoy al instituto?

-No, – contestó Natalia – por eso creíamos que se habría quedado en casa por algo. Y lo más razonable nos parecía eso.

-Pero entonces... ¿si no ha estado con vosotros, ni en casa, ni ha dejado ningún tipo de aviso sobre dónde iba a estar?

La madre sucumbió a la tensión del momento y empezó a hiperventilar. Natalia y Sergio se dedicaron a intentar tranquilizarla, cosa que parecía difícil. Mientras tanto, Ángela marcó el teléfono de Emergencias en su móvil y empezó a informar de lo sucedido:

-¿Hola?, quería denunciar la desaparición de Mario Guísplez.

Siguió dando el resto de datos necesarios hasta que le informaron de que ya había un agente en camino. Cuando llegó la policía, una se puso a intentar paliar los nervios de la madre para poder hablar con ella, y el otro interrogó a los tres para que contasen todo lo sucedido, que tampoco es que sirviera de mucho. Una vez acabaron, Sergio se quedó pensativo y les dijo susurrando:

-Tengo una ligera idea acerca de dónde podría estar Mario.

Las otras dos abrieron los ojos impresionados e intrigados. Entonces, él añadió:

-Vamos a coger el metro.

Ángela y Natalia esbozaron una ligera sonrisa.

En tu cabezaWhere stories live. Discover now