Los tres atravesaron precipitadamente el portal de Mario, bajaron a la calle y cogieron el metro más cercano. Una vez dentro, se dispusieron alrededor de una barra vertical y empezaron a hablar sobre el supuesto paradero de su amigo:
-¿Por qué crees que estará allí, Sergio? – preguntó Ángela.
-¿Dónde si no? No es propio de Mario desaparecer un día así sin más. Tiene que haber sucedido algo grave, y este es precisamente un sitio que debe de tener algo en especial para ser capaz de suavizar y hacer más llevadero este tipo de etapas.
-Justamente allí fue donde pasamos los últimos momentos con Marta antes de irse porque su padre había encontrado trabajo en Lugo... - añadió Natalia.
Los tres permanecieron unos largos segundos con la cabeza baja y la mirada perdida en sus recuerdos. Ángela decidió cambiar de tema con la intención de olvidar aquellos tristes y duros momentos:
-¿Os dijo Mario algo acerca de lo que le estaba pasando?, a mí no me concretó demasiado.
-Sí que me habló – empezó Sergio – sobre que sentía mucha presión sobre él, como una mirada penetrante que le observaba a todas horas y seguía cada uno de sus movimientos. Yo pensé que, claro, estando en época de exámenes y con lo nervioso que es él, normal sentirse así.
-Hay algo que... – siguió Natalia –...que quizás debería haberos contado. Un día hace un par de semanas en clase, me habló sobre que, aparte de todo este tema de la presión, tenía visiones.
Los dos le miraron con un gesto de extrañeza.
-A veces le parecía ver por el rabillo del ojo, en un rincón oscuro de la calle o al hacer un barrido de mirada rápido una figura como de un payaso. A él desde pequeño nunca le han gustado precisamente y lo entiendo; a pesar de que son personajes cómicos a mucha gente le desagrada o incluso aterra su aspecto, y Mario era un caso de estos. El caso es que me dijo que durante los últimos días se estaban volviendo más frecuentes: que si lo veía pasar por delante de la puerta de su habitación, que si al mirar a los lados antes de cruzar una calle, que si al ir caminando se daba la vuelta y estaba ahí... Lo más siniestro fue que me contó que, desde hacía un par de días, al levantarse por la mañana y abrir los ojos, lo tenía delante de su cara, luego los cerraba y reabría y había desaparecido.
Ángela y Sergio se quedaron impactados con este relato.
-A ver, – empezó él – ¿me estás diciendo que Mario tenía alucinaciones? Siempre he dicho que todos estamos un poco locos; pero no como para llegar a ese punto. ¿Y cómo es que no nos ha pedido ayuda ni nos ha contado nada?
A medida que terminaba de decir esto último había empezado a elevar su tono de voz considerablemente. En vista de que varias personas de su alrededor se estaban girando para mirarles con cara de molestia, Ángela contuvo el sobresalto de Sergio mientras Natalia se mostraba casi asustada por la intervención de su amigo.
-Lo siento – dijo él – pero es que el momento es tan agobiante y tan...
-Próxima estación: – le cortó la megafonía – Senagel, correspondencia con: línea...
-Aquí es.
Los tres aparecieron por una boca de metro situada en un barrio periférico, todo lleno de edificios de nueva construcción, zonas verdes e incluso algún enorme bloque de hormigón cuyas obras habían sido paralizadas, en resumen, un ensanche de la ciudad afectado por la crisis.
Atravesaron las calles del barrio en silencio, la tensión del momento era demasiada y sobraban las palabras. A medida que avanzaban, la angustia se apoderaba lenta y agónicamente de ellos. Se estaban alejando del núcleo del barrio hacia una zona más elevada y menos poblada. Finalmente, doblaron una esquina para entrar en una calle sin salida. Al fondo había una simple cinta atada a dos farolas que separaba e asfalto del terraplén que descendía hacia el bosque que rodeaba esa zona. Los tres estaban completamente solos allí, pues no había ni un solo coche ni peatón a la vista; únicamente solares vacíos, construcciones a medias y una grúa que se había oxidado con el paso de los años.
-Vamos allá – dijo Sergio nada más llegar y pararse todos delante de un muro de piedra; aunque luego se arrepintió mentalmente de haber abierto la boca y haber roto ese silencio tan incómodo.
Se encontraban ante una pared de roca rugosa y gris con un hueco que, supuestamente iba a servir de entrada a la parcela, pero acabó cubierto con una malla metálica colocada allí por albañiles en su entonces para que no se colasen indeseados en la obra. Se podía decir que con ellos no había funcionado. Ángela y Sergio ayudaron a Natalia a saltar, ya que ella llevaba sandalias; y luego sortearon el muro cada uno por su cuenta.
Al otro lado, un descuidado jardín plagado de hierbajos y cardos que incluso sobrepasaban el metro de altura daba entrada a un edificio en proceso de serlo. Quince pisos de hormigón, vigas de acero y ladrillos se erigían ante sus miradas. En la planta baja se podían observar restos de mármol cubiertos de polvo y alguna tímida planta que pretendía recuperar el terreno que antes había sido suyo. También había una vieja hormigonera al lado del pie de la escalera que supuestamente iba a ser usada por numerosos vecinos. Los tres iniciaron su ascenso por el bloque de viviendas. Cada piso ampliaba un poco más el horizonte y descubría un trozo más de la ciudad. La impresionante vista, sumada a la refrescante brisa que soplaba entre los huecos más altos del edificio, tenía un inexplicable componente tranquilizador que les había servido como pañuelo durante muchos años.
Ya iban por el décimo piso; los rascacielos del centro despuntaban en el panorama, mientras que las urbanizaciones y bloques residenciales se abrían paso en torno al río. Decenas de parques y zonas verdes daban un respiro al vertiginoso ajetreo de la ciudad.
Subieron los últimos peldaños antes del decimoquinto y último piso. Al llegar, algo les impactó de una forma inimaginable. Ángela pegó un grito, se formó una expresión de horror en su rostro, sintió que le fallaban las piernas y cayó al suelo; Sergio intentó sostenerla, pero él también estaba demasiado afectado; Natalia salió corriendo hacia adelante mientras se le escapaban las lágrimas.
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En tu cabeza
HorrorFue un día al salir de clase cuando las peculiaridades de Mario empezaron a volverse más extrañas. A partir de este punto no parecía él, algo le estaba sobrepasando; no obstante, era el único que podía dar testimonio de ello. Aunque no aparentase se...