El rastro de persecuciones que dejaba atrás de su trote la hacía desear aún más correr, correr, huir qué me va a alcanzar el maldito. Se corría el pelo con cada volteo, su vestido era peso muerto a esas alturas y la tierra iba en dirección contraria. La secuencia de árboles no se detenía nunca, por Dios. No le habían querido vender un caballo, mucho menos transportarla; los cocheros habían templado su voz antes de responderle, temían que los matara con pronunciar palabras. No se equivocaron, la presión descorcha en uno vinos de la cepa más oscura, la tentación se vierte y solo algunas veces el exceso se previene. Naedlen evitó embriagarse en esa ocasión.
Vieron la violencia del calor que compartía el departamento junto con los gritos que se lanzaban. No era necesario aventarse cosas, un silencio al intermedio de la discusión hacía todo el trabajo. El éxito de Simón se había estrellado con el fin, y desde ese punto Olivia se vio acorralada. Las cuentas y las compras, la subsistencia de pololear con un escritor. Pensar que no había sido sino hace un par de meses que unos amigos habían tirado a la mesa la idea de un matrimonio, cásate luego que se te puede ir esta mujer. Ahora el apartamento que cobijaban en Providencia resonaba con el rencor desatado, llegó en consecuencia el perdóname y el no importa y el mejor me voy tengo trabajo y Olivia se fue con indecisión.
Con la pestilencia de dos hombres en plena borrachera y la neblina de un humo tabaquero, "El Banquero Acaudalado" no parecía la opción de refugio más llamativa, pero no por eso la menos conveniente. Lo mejor será disimular quién soy con esta capa y Naedlen miró de reojo a todos lados. El aire de cualquier posada se podía respirar, el aroma de lo acabado, de una rendición miserable consignada a los sorbos. Tras la barra se distinguía lo rojo de una cabellera; la niña trabajaba bajo una hipnosis de servir, cerveza tras cerveza se le iba un trozo de su razón. Acostumbraba a husmear en conversaciones sostenidas solo entre hombres, esos machos que no frenan la mano ante su mujer o que dan enseñanzas significativas a sus hijos con obligarlos a participar en guerras, claro que de las que nunca se vuelve. Le llamó la atención ver a una mujer entrar con la misma seguridad que esos hombres.
-¿Alguna habitación libre, amor?
-Son dos nairocs la noche.
Nada mejor que sujetarse la cabeza con ambas manos y porqué soy tan inútil, llorar la impotencia a lo largo del corredor, destrozar uno que otro plato. Llevaba tan solo un libro publicado, y aún así la arrogancia no pudo esperar para llegar a su encuentro. No fue algo épico, pero tampoco quiso que así fuera. Un par de conferencias, firmas de libros y qué pensó cuando escribió esta parte o qué tal esta otra, eso le llenaba el corazón. Pero últimamente ya todo eso parecía tan lejano, pensaba en una trama y en otra y en otra, una no le bastaba u otra era mucho qué puedo hacer. Simón se lamentaba por sí mismo, pero eran días como ese en el que se volvía hacia su polola, y así sentía que intercambiaban una pena ahogada. Tenía en su mente los besos que le había dado, los que signficaban un reto, los que no habían alcanzado la cama, los que. Escribir, eso deseaba más que nada, dejarse llevar con los dedos como cómplices de su acto: armando, desarmando, ordenando u ordenando, armando, desarmando.
No puedo dormir no conciliaría el sueño y vueltas, Naedlen daba vueltas en esa habitación tan pequeña, tan fea. Debe estar afuera esperando atento el muy bestia, cerró las cortinas, se sentó, se levantó, cabello, mordida de dedo. Escuchar como arrastraban a otro borracho más a una pieza era música para sus oídos, lo común le daba la sensación de protección y detente. Nada la alertó, solo se mantuvo ahí, apagándose ella pero no su vigilia. Lo físico permaneció y sólo su mente se apareció en otro sitio, en armoniosa suspensión.
Olivia regresó agotada del colegio en el que trabajaba, y fue desprendiéndose de su ropa a medida que la cama se hacía cercana. Vio a su pololo dormido con el notebook prendido, fallando en el intento de sonsacar inspiración. Lo despertó y amor vamos a la cama, pero a Simón seguía atormendándole el eco de su dependencia vergonzosa. Muy bien quédate aquí en el sillón entonces y agotó su paciencia tras un beso y taparlo con la manta más próxima. Se arrepentía de sus acusaciones, ahora que vivía los frutos de su propia siembra, una plantación inintencionada. Se tendió y durmió, con el lamento como acompañante entre las sábanas. Claro que Olivia nunca fue totalmente consicente de lo que posiblemente desataría.
La epifanía los chocó sobre raíles tren. Ya no estaban en el departamento de Providencia o en el "Banquero Acaudalado", ahora estaban en un espacio distinto, con percepciones distintas. Se perdieron en algo más que perdición, aunque no estaban seguros de desear encontrarse. Tuvieron la decencia de mirarse, se reconfortaron con la compañía de sus presencias. Jugaron con sus situaciones, pues desconociéndose no quedaba más que echar mano de la diversión, por poca que resultara. No fue sino unos segundos luego de conocer su mutuo anonimato que la luz desapareció, y volvió en un rato corto. Les arrebataban y les devolvían el aliento, cada vez en lapsos más diminutos. Los instantes entre lo encendido y lo apagado dejaban de ser notorios. Solo era cuestión de esperar a que el juego de luces acabara.
Encendido.
Apagado.
Encendido.
Apagado.
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Nota de Autor: Hola a todos! Esta historia la había publicado hace tiempo pero me di cuenta que había tomado un rumbo equivocado, entonces la empecé de nuevo y aquí está :D. Así que espero que les guste mucho, y agradecería mucho si comentaran o votarán, sobre todo si compartieran mi historia a otras personas :).
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Intermitente Resplandor
AdventureSería cuando el sueño colapsa en debilidad sobre los detalles, y eso se sume o reste, que Simón se toparía de casualidad con una vía de escape. Dormir cedería la batuta del descanso, dormir con Olivia o con él mismo, tal vez también con algo más de...