Últimamente, le resulta más fácil caminar que pensar. Por eso prefiere
recorrer andando las calles vacías en lugar de buscar qué autobús cubre la distancia hasta su casa. La claridad de primera hora ha pintado la ciudad de gris .Hay luz en algunas panaderías, donde se adivina una actividad frenética. Un camión de la limpieza hace ruidosamente su trabajo .Apenas hay coches. Las aceras son un descampado.
_____ mira la hora en el escaparate de una relojería. Son las siete menos veinte. Su madre no se habrá levantado aún y su padre estará a punto de salir del trabajo. Perfecto, porque no tiene ganas de hablar con nadie de lo que ha pasado.
Tiene la cabeza hecha un lío.
Por suerte, esta vez no olvidó sus llaves. No enciende la luz del recibidor y cierra la puerta procurando no hacer ningún ruido. Se queda quieta unos segundos, escuchando. Todo está en silencio. El despertador de su madre no debe de haber sonado todavía. Camina de puntillas por el pasillo, hasta su cuarto.
Pasa por delante de Trasto, su perro mastín, que está durmiendo en su rincón habitual. Sin abrir los ojos, el perro la olfatea y deja escapar un largo gruñido.
«Debe de estar soñando», piensa ______ mientras entra en su habitación y cierra la puerta.
Una vez dentro de su cuarto, se siente a salvo, igual que el náufrago que de pronto llega a tierra firme. Aunque luego mira a su alrededor y presiente algo raro. Como si la habitación no estuviera igual que siempre. Como si algún detalle muy importante hubiera cambiado.
Se siente igual que cuando era pequeña y regresaba de vacaciones .Después de siete, a veces ocho semanas de ausencia, sus cosas no le parecían las mismas. Las miraba con extrañeza, como si ya no fueran suyas. Las encontraba más bonitas que antes de marcharse.
Ahora le ocurre exactamente lo mismo. Observa sus viejos pósteres colgados en las paredes, sus fotos, su ordenador cubierto con esta funda azul horrible que le hizo su madre, su elefante de peluche de cuando era pequeña, sus docenas de libros amontonados en las estanterías y todo lo demás. Es como estar contemplando la habitación de otra persona.
De pronto repara en lo que ocurre. ¡El orden! Todo está perfectamente ordenado. No hay ropa sucia amontonada de cualquier manera sobre la silla, ni libros ni tebeos tirados por todas partes. Las puertas del armario y todos los cajones están cerrados. Las cortinas están corridas. La papelera no rebosa de papeles arrugados. No hay vasos sucios o latas vacías sobre el escritorio. La cama está hecha.
No recuerda haber visto jamás su habitación tan ordenada. Siente una especie de escalofrío al tumbarse sobre su colcha rosa de Kitty y recostar la cabeza sobre su almohada. Mira hacia el techo, allí donde el sol proyecta dibujos geométricos a través de la persiana bajada. Vuelve la cabeza para observar las fotos colgadas en el corcho. La primera, su favorita, es aquella que se tomó con Justinen El Piojo Mareado, su bar de siempre, cuando apenas llevaban veinticuatro horas saliendo. Detrás de ellos se veía el billar donde acababan de echar una partida. La foto la hizo Amanda, claro, que como siempre había salido con ellos: las dos amigas inseparables y él, un trío para todas las ocasiones. En la segunda foto estaban solo las dos chicas.
Amanda y ella eran amigas desde el primer día de quinto. ______ lo recuerda muy bien: le sentaron en la mesa de al lado a una chica nueva que no pronunciaba palabra. Sin necesidad de hablar, ambas sabían que tenían mucho en común: usaban la misma marca de deportivas, olían a la misma colonia y hasta llevaban la misma canción de Pink Floyd como sintonía en el móvil:
We don't need no educatton
We don't need no thought control...{*}
{*Del inglés: No necesitamos educación / no necesitamos que controlen nuestro pensamiento.}
Esta fue la coincidencia más increíble, porque no era precisamente una canción de moda, ni una novedad discográfica. A los dos días ya eran íntimas. Ya hora, cinco años después, la consideraba la única amiga que había tenido nunca, además de la persona que mejor la conocía del mundo. Alguien a quien contarle absolutamente todo, esas cosas que nunca te atreverías a contarle a tu madre. Y mucho menos a tu padre, claro.
En la foto se las veía mejilla contra mejilla, muy sonrientes. Amanda, tan delgada como de costumbre, con su melena lacia y rubia que le llegaba hasta la cintura, sus preciosos ojos de color gris claro y aquella sonrisa encantadora a la que nadie--ni siquiera los profesores-- podía resistirse._______ estaba a su lado: melena igualmente larga, pero ondulada y más morena, un poco más Nenita, un poco menos sonriente. Por lo demás, habrían podido pasar por mellizas: las mismas gafas de sol, las mismas pulseras en ambas muñecas, hasta la misma camiseta: una de color rosa muy ajustada con la inscripción «l'm crazy, lazy and sexy», que dejaba sus ombligos al aire. El de Amanda lucía un piercing. El de _______ no, porque sus padres no le dieron permiso, por mucho que insistió tratando de convencerlos. Se enfadó tanto que se prometió a sí misma celebrar su decimoctavo cumpleaños en la tienda de piercings y tatuajes.