¿Cuánto tiempo había pasado desde que había dejado su tierra natal? ¿Meses? ¿Años?
Un suspiro escapó de sus labios tras recordar porqué había ido a América: HoSeok. Aquel muchachillo beta con una sonrisa hermosa y deslumbrante. Llevó su mano a un pequeño collar que colgaba de su cuello con elegancia, teniendo la forma de una estrella. Sí, ése era su amuleto, su recuerdo amargo y dulce.
El avión había tocado tierras coreanas y ahora estaba con su maleta a rastras recorriendo el aeropuerto en busca de la salida. Con audífonos a todo volumen, lentes de sol a pesar de ser un día nublado. Llevaba una playera blanca, unos pantalones ajustados con rasgaduras en las rodillas y un cardigan negro. Su cabello rubio hacía un juego tentador con su piel pálida y sus orbes oscuras (hasta ese momento cubiertas).
Al llegar fuera del aeropuerto se topó con un auto negro sumamente lujoso esperando por él. Más a fuerza que porque realmente quisiera subir a ese automóvil, se adentró con ayuda del chofer. Odiaba que tuviera tantos privilegios, que pareciera un chico mimado al momento de regresar a su amada Corea. En América se había cuidado por sí mismo durante cinco años, habiéndose negado a ocupar las tarjetas que le habían dado, negándose a pisar el departamento que le habían comprado y negándose rotundamente a regresar pronto a Corea.
Hasta ese momento él se sentía un poco más fuerte para hacer frente a lo que había dejado por cobarde.
Tiempo atrás, siendo joven, inexperto y con las hormonas alborotadas a causa de los primeros cambios, YoonGi había sido todo un busca pleitos. Cada tanto se peleaba con cualquiera que siquiera respirara a su lado. Odiaba a la gente y tanto sus acciones como su vocabulario se habían vuelto cada vez más agresivos. Siendo hijo del alfa dominante de la manada de Aulladores no podía ser reprendido como los demás jóvenes, y eso le enfurecía. Las diferencias, los privilegios, las distinciones: le enfermaban.
Fue hasta que su padre decidió ponerle un alto que mandó al lindo de HoSeok como alguien que reprendería al menor de los hijos del alfa líder. Al principio YoonGi se rehusó a tener a alguien de "niñera", hasta llegó a enfrentarse con el alegre y siempre sonriente de Hobi (como solicitaba que le llamara). En todas sus peleas perdió, sintiéndose cada vez más humillado, como si hubieran atentado contra su posición como futuro alfa; pero eso tenía sin cuidado al beta de ojos brillantes y cabellos castaños como la caoba.
Pasó el tiempo y pronto YoonGi se acostumbró a la compañía del otro. Llegó un punto donde comenzó a participar de las pláticas que solía llevar solo el castaño: «¡Es lindo escuchar tu voz, Suga!». Sí, Hobi le había puesto Suga puesto que: «Tu piel parecida al azúcar; sin ofender». Al principio sí que se había ofendido, pero terminó aceptándolo.
Siguieron los meses y ya hablaba más con Hobi, disfrutaba de su compañía y su agresividad había disminuido, tranquilizando a su manada y a sus padres. Sin embargo, la sensación de tener acaparada la atención del castaño se estaba volviendo una obseción. Siempre que podía, trataba de atraer aquellos orbes aceitunados, trataba que la bella sonrisa del otro fuera sólo para él, cuidaba de que no se hiciera daño, tenía esa imperiosa necesidad de saber qué estaba haciendo el otro, cómo estaría, si le extrañaba como él lo hacía.
Sí, YoonGi se había enamorado del castaño y tardó en salir de la negación a tal cosa.
«¡No! ¡Es sólo que es mi amigo, por eso me preocupo, por eso golpeo a todo aquel que le dice feo, por eso...!»
Tantas veces quiso ignorar aquel sentimiento hasta que se dio cuenta que anhelaba que aquel bello beta se volviera su pareja, aunque no fuera destinada; ya eran tiempos "modernos" ¿por qué preocuparse si era su pareja destinada o no?
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Dudando a amarte
أدب الهواةPark JiMin, joven de ojos increíblemente azules, hijo de una de las cinco manadas más importantes de licántropos en Seoul: la manada Zafiro. Como todos los años, a fines del mes de febrero, se celebra una reunión donde asisten los alfas, sus parej...