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Era joven y era el nuevo. Acababa de llegar a esa escuela y no conocía a absolutamente un alma allí. No hablé con nadie en mi primer día. Tampoco el segundo. La verdad a mis padres les parecía raro que con quince años no estuviera saliendo de fiesta con mis amigos. Nunca quise confesarles que no tenía siquiera uno de esos.

Y luego llegaste tú.

Te conocí el cuarto día de clases (¿o habrá sido el quinto?). No lo recuerdo con exactitud. Sólo sé que te conocí y como al parecer vienes con todo el paquete incluido, también los conocí a ellos: tus amigos y pronto también los míos.

Compartíamos algunas clases. Me contaste que llevaban conociéndose desde kínder, que eran inseparables y que incluso con los cambios de clases y horarios lograban pasar el tiempo juntos porque de hecho los unos y los otros eran lo único que les gustaba de venir a la escuela. Eran inseparables y agradecí de todo corazón que me unieran a ustedes. Me hicieron uno más del grupo y me recibieron como si siempre hubiera estado allí. Como si de hecho perteneciera a ustedes.

Apuesto a que ahora te arrepientes de eso.

Pero no quiero recordar lo ocurrido sino lo de antes; esos tiempos donde todo era sencillo y donde no teníamos el peso del mundo encima. Donde sólo éramos ese par de niños que se conocieron en la clase de música y que se enamoraron perdidamente del otro.

Yo lo hice de ella cuando me la presentaste como tu mejor amiga. Tú nos uniste y luego me culpaste por lo que pasó cuando tú fuiste la que lo inició y dijo que no le importaba, que era lo correcto y lo que correspondía. Que querías que fuéramos felices pues es obvio que estábamos destinados a ser más que amigos, aunque ambos nos negáramos a creerlo.

Más Que Amigos (S.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora