La vida a ojos de un esqueleto

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Las paredes se derrumban, a la tierra el techo cae,

La madera arde en llamas mientras el polvo cubre las voces.

Un fuerte viento aúlla desde las vidrieras rotas

¡Muerde los cimientos, barre el fuego...!

Pero el fuego no se apaga, no se apaga,  no se apaga.


Mis cuencas vacías son faros en la oscuridad,

ojos que solo ven negro, negra y gélida bruma,

ojos que vigilan lo inhumano, lo azotado...

Pero los ojos no se ciegan, no se ciegan, no se ciegan.


Mil titanes de arena sujetan mis huesos,

mas no falta mucho para que se deshagan entre aguas.

¿Aguas de dónde? ¿De la lluvia? ¿De la oscuridad? ¿De mis lágrimas?

Pero los gigantes no decaen, no decaen, no decaen.


Por mis venas no circula sangre sino un efluvio de cruda amargura

que contagia la enfermedad de la locura por todo mi cuerpo.

Hace tiempo que dejé de escuchar mi corazón, no palpito.

La serpiente que robó a Adán el paraíso se enrosca sobre mi pecho.

¿Por qué no oigo el tambor de este corazón calizo?

Pero no estoy muerto, no estoy muerto... ¡No estoy muerto!


No tengo corazón más un alma reside en mi interior.

No me muevo, no converso, no respiro... pero siento.


Siglos son los que espero la llegada de aquella pócima mágica

que me libere del hechizo que Medusa lanzó sobre mi alma,

y así poder reír, andar, ¡vivir!


Y escuchar de nuevo y para siempre: el palpitar de este corazón calizo.


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Poesía para dejar el escudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora