El cuarto hombre en mi vida que me falló fue el hombre al que más he amado hasta ahora.
Pensar en él me humedece los ojos. Él sabía que yo estaba rota, pero le gustaba aun así. Era un muñeco defectuoso y roto y él prefería jugar conmigo que con Barbies último modelo.
O al menos eso me hacía creer.
Así aprendí que si bien los golpes dejan cicatrices, las palabras también.
Me decía que era fría, que estaba rota, que no tenía sentimientos... su Princesa de Hielo. Me lo dijo tanto que me lo creí. Me dijo que debía sentirme afortunada de que él se fijara en mí y no en otra chica, y yo me lo creí.
Si pareciera que nací pendeja, ¿verdad? Porque así es como me criaron.
Tú eres la estúpida por perdonarlo, no él por cometer el error. Tú eres la estúpida por amarlo sabiendo de lo que era capaz, no él por no amarte lo suficiente.
Sé que él me amó. Sé que él se equivocó. Sé que él no era perfecto y que yo tampoco lo soy. Pero también sé que él sabía cuánto me duelen las traiciones, y aun así se besó con una amiga mía. Fue solo un beso, me dijo.
¿Desde cuándo es solo un beso? ¿Cuándo los besos dejaron de carecer de importancia? Nunca he besado a nadie que no haya sido mi novio.
Aún lo amo. A veces creo que nunca dejaré de hacerlo. Aun así, me falló. Y nunca le perdonaré a él, que sabía lo que más me lastimaba y aun así lo hizo.