Preludio

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La niña empezaba a sentir retortijones en el estómago. ¿O era en la tripa? No lo sabía a ciencia cierta, ya que era la primera vez que notaba algo tan extraño. Lo que sí sabía, pese a su corta edad, es que dolía, y mucho. Tenía que avisar a su mamá porque seguro que era algo malo; una cosa que duele tanto no puede ser buena. Atravesó el pasillo rozando las paredes con las manos y dejando un rastro de pintura en ellas. Había estado toda la tarde pintando con sus acuarelas, le parecía divertido pintar a mamá. Escuchó ruido en la cocina, seguro que era ella. Mamá podía ayudarla, siempre que le dolía algo lo hacía. Aceleró el paso todo lo que le permitieron los retortijones y entró en la cocina brillantemente iluminada. Mamá parecía estar preparando la cena. Se acercó a ella sin hacer ruido y mamá pegó un salto al girarse y verla.

  —Dios santo, cariño, ¿qué te ocurre? ¿Te encuentras mal? —la mujer corrió hasta su hija y la cogió en brazos, poniéndole una mano en la frente para comprobar si tenía fiebre.

—No me encuentro muy bien, la verdad —contestó la niña con voz entrecortada. Empezaba a sudar—. Habrá sido la hamburguesa que hemos comido.

—Claro cariño, será tan sólo que te ha sentado mal. ¿Te duele la tripa? —puso la  mano que había depositado antes en la frente en la barriga de la niña. Notó cómo se le movían los intestinos. Sí, seguramente la mahonesa estaba en mal estado—. No te preocupes, mamá ahora va a por el coche y nos vamos al hospital y allí te curaran, ¿de acuerdo?

La pequeña asintió con la cabeza y se sentó en una de las sillas de la cocina a esperar a que mami volviera con el coche, que lo tenía aparcado a unas cuantas manzanas de allí. Encendió la televisión, a esas horas estaban retransmitiendo las noticias.

—Se están tomando medidas preventivas para el nuevo virus, que parece estar propagándose más deprisa de lo que esperábamos. No tenemos noticias aún de cómo es dicho virus, ni cuáles son sus síntomas. Parece ser que en Inglaterra se ha cobrado la vida de gran número de personas y el Ministro de Sanidad está haciendo todo lo posible por evitar que llegue a España y que…

Apagó la tele porque un nuevo retortijón la pilló desprevenida. Era muy fuerte y muy doloroso, tan sólo quería que mamá volviese y la abrazase. Estaba un poco asustada aunque era una niña que se había enfrentado a muchas cosas malas. Otras veces había sufrido cólicos pero no tan fuertes.

Miró por la ventana para ver si volvía su madre, y aunque tan sólo habían pasado un par de minutos, se le antojaron horas. Pensó que si mamá no volvía pronto iba a morir allí. El estómago le hizo un ruido raro, como cuando tenía hambre, sólo que ahora no le apetecía comer nada. Quiso levantarse de la silla pero le pesaban demasiado las piernas y al balancearse un poco notó una arcada. Oh, no, ahí venía, pero así al menos lo echaría. Un extraño sabor metálico le rozó la garganta. Era el vómito, sólo que no había comido nada con ese sabor. Abrió la boca profiriendo una arcada y vomitó. Había cerrado los ojos, así que cuando los abrió y vio lo que había vomitado se asustó todavía más. Delante de ella un enorme charco de sangre parecía advertirle de lo enferma que estaba.

—Mami… —susurró apretándose el estómago con las manitas. Se levantó de la silla, caminando hacia el teléfono. Ni siquiera le importó pisar el charco de sangre y dejar un reguero de huellas rojas tras ella. Sólo quería llegar al teléfono y llamar a ese maldito número que su madre le había dicho para cuando tuviera una emergencia. Antes de llegar cayó al suelo. Se golpeó en la nariz contra él y volvió a notar el sabor metálico de la sangre. Seguramente se la había roto, sólo le faltaba aquello. Empezó a llorar y a llamar a gritos a su madre, pero ella no estaba ahí todavía. Una nueva arcada provocó que se contrajera y agachó la cabeza vomitando de nuevo. Más sangre, junto con… con algo extraño que no sabía lo que era. Porque no era comida, de eso estaba segura.

El Hambre. Crónicas de los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora