ESTÚPIDA REALIDAD

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ESTÚPIDA REALIDAD:

Shirley, con dieciséis años, seguía siendo callada, puesto que conocía la estupidez humana y no quería contagiarse. La mayor parte de los adolescentes de su misma edad , se preocupaban, principalmente, en el que dirán. Ella, simplemente, ignoraba las criticas que recibió desde el principio de los tiempos. Odiaba a todos y cada uno de los humanos que habitaban en el cruel e idealista mundo en el que vivía.

El sonido más desagradable en el mundo, la desadormeció, el despertador. "Ese estúpido e inservible objeto usado para despertar a las personas de sus más maravillosas fantasías" Así describía Shirley a los despertadores.

Con un golpe en seco, golpeó al despertador y éste cayó al suelo produciendo un molesto sonido. Shirley gruñó, no sin antes rebuscar en el cajón de su mesilla, una caja que contenía un sustituto para su despertador.

La puerta del dormitorio de la muchacha se abrió, dejando a la vista a una señora enfurecida. Shirley saltó de la cama y se dirigió hacia Catherine, su madre adoptiva.

—¿Qué te tengo dicho sobre romper los despertadores? —Comentó su madre adoptiva señalando con el dedo indice, los restos del, sin vida, despertador que yacía en el suelo.

—Los despertadores están creados para hacer sufrir a la humanidad. Cuando yo gobierne, haré que todos y cada unos de los relojes existentes, sean destruidos.—Le respondió Shirley, a lo que Catherine rió.

—Vamos, niña. Es tu primer día de clases. Vístete tu padre te llevará. —Dijo Catherine por última vez, antes de salir del acogedor cuarto de la castaña.

Shirley caminó hacia su armario, donde encontró su habitual vestimenta; unos pantalones negros, acompañados de una camiseta roja y una chaqueta, también negra. Acompañó su outfit diario con sus desgastadas converse negras. No se maquillo, solo se aplicó una crema anti-acné. Peinó su castaña melena y la recogió en su común y sencilla coleta. La joven, apresurada, bajó las escaleras para dejar de oír la irritante voz de su padre, invitándola a acudir a desayunar.

Shirley se adentró en la cocina, en busca de su desayuno. Rebuscó entre los armarios y encontró una caja de cereales de chocolate, los que sirvió en un cuenco, acompañados de leche, para comer. Dejó el recipiente en la mesa y salió de la cocina, mientras recibía una mirada de desaprobación, por parte de su padrastro.

—Entra en el coche, ya. —Habló su padre, antes de subir escaleras arribas, en busca de su esposa, para despedirse de ella.

Shirley, como de costumbre, ob edeció y entró en el vehículo. Se sentó en el lujoso asiento aterciopelado, mientras pensaba en sus padres biológicos.

Shirley observaba desde la ventana lateral del vehículo, las cortas y apacibles calles parisinas. La muchacha recordaba el trayecto que realizó su "padre" desde su hogar hasta el instituto.

—Saca tu culo de mi coche.—Le dijo su padre adoptivo, mientras observaba desde el retrovisor panorámico a su hijastra, la chica que arruinó su matrimonio.

Bajó del vehículo, no sin antes, dedicarle una mirada de desprecio a su padre adoptivo. Cruzó una puerta metálica que la condujo a un extenso pasillo. Una señora vestida totalmente de rosa, caminaba de un lado a otro. Cuando vio a Shirley, se acercó rápidamente a ella. La señora la saludó amablemente mientras la guiaba hacia su despacho, para confirmar su inscripción en Sweet Amoris. Una vez allí, Shirley rellenó algún que otro formulario y pagó una pequeña tasa.

Salió de ahí, no sin antes recoger su horario de clases. Repasó mentalmente todas y cada una de las asignaturas de cada día, mientras caminaba por el pasillo principal. Decidió encontrar un lugar tranquilo en el que descansar sin molestias, puesto que quedaban alrededor de diez minutos para que terminase el primer bloque de clases.

ADICCIÓN A TU AMOR (Castiel, corazón de melón)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora