Nota del autor: Los diálogos escritos en cursiva , son de los animales.
¡Cachorritos! Para muchos, el disfrute visual se encontraba en lo tiernos que se veían al nacer; para otros, el disfrute se encontraba dentro del juego. Perros de pelea. Como muchos angelitos desafortunados, Oikawa nació bajo la luz de una lámpara, en la profundidad de un sótano, sin la menor idea de lo que le esperaba el destino. Perteneciente a una camada de labradores, ciego y sin colmillos, a este bebé le sonreía un futuro cruel en el que apostarían a su suerte, en su edad adulta, si relucía lo suficientemente bravo para ganar sus contiendas. Sí, a este dulce cachorrito la pelea de perros le esperaba con ansias en su siguiente año de vida... ¿o tal vez no...?
Luego de crecer en la oscuridad de un sótano, oyendo los desgarradores alaridos de los perros que subían... cuando muy de vez en cuando pocos volvían, Oikawa fue rescatado y decomisado por la policía. Siendo aún un cachorro de poco más de un mes de edad, el pequeño labrador de pelaje color caramelo vio por primera vez la luz del día cuando fue separado de su madre y de sus hermanos debido a la conmoción del momento. Oikawa sólo lamentó no haber tenido el suficiente coraje para regresar con su familia; golpear el suelo y correr en dirección a ella...
Cuando Oikawa fue trasladado a una tienda de mascotas, supo que sus días siempre serían grises hasta que la tristeza consumiera por completo su quebrantado corazón. Solía relamer el vidrio de su vitrina para matar el tiempo, e ignoraba a los niños con un pesimismo insuperable. Cabe decir que su primera semana en la tienda de mascotas le apeteció eterna, aun cuando el pecoso asistente del jefe lo cuidara, lo sostuviera en sus brazos para animarle y le llenara de promesas.
"Algún día tendrás una familia, lo sé."
Días pasaron y pronto Oikawa cumplió los dos meses. A su alrededor pequeños cachorros, peces, gatitos, hámsters, todos recibían con entusiasmo la gran oportunidad de ser adoptados... todos menos él, igual de pesimista desde que llegó, con la única diferencia de que ahora vivía de muy mal humor. Cuando el pecoso de cabellos verdes se asomó a su vitrina, con una cándida sonrisa en los labios, encontró a Oikawa, como siempre, apoyado de lomo en una de las esquinas de su vitrina, dentro de su zona de confort relamiendo lo que parecía ser su lugar favorito.
– Es hora del baño – sonrió el joven muchacho, el único al que Oikawa permitía que le pusiera las manos encima. Claro que no en su pancita... Oikawa odiaba que acariciaran su pancita.
Cuando Oikawa regresó de su hora del baño, muy perfumado y menos malhumorado porque en serio le encantaba jugar con ese patito de hule, se arrancó el lazo rojo de su cuello y regresó a su esquina favorita, a retomar las lamidas en el vidrio de su vitrina. Cuando se apoyó de lomo a ésta, sentándose como todo un ser humano, exponiendo su regordeta barriguita y extendiendo sus cortas patitas, se percató de algo inusual en su lado del mostrador. Lo que a su parecer era un diminuto y esponjoso juguete para morder, estaba en la vitrina vacía de al lado. Con esfuerzo, Oikawa se puso en sus cuatro patitas y se dirigió a él hasta donde la transparente barrera le dio cabida. Sin poder saltar por encima de ella, se resignó a contemplar esa esponjosa pelotita de color negro, imaginando que jugaba con ella y que chillaba igual que su patito de hule.
Las horas transcurrieron con total naturalidad en la tienda de mascotas, tan monótonas y lentas como siempre. Sin embargo, para sorpresa de un par de intrépidos hámsters, que continuamente se escabullían de los niños para evitar ser comprados, Oikawa permaneció inmóvil; mucho más de lo que podría considerarse normal para un cachorro tan pequeño. Con su diminuta lengüita de perro y las patitas adheridas a la vitrina, Oikawa, aún ensimismado en esa felpuda pelotita de color negro, permaneció la tarde entera relamiendo el lado erróneo de su vitrina hasta la hora del almuerzo. El asistente de la tienda, por supuesto, tuvo que incitar a Oikawa a la hora de la comida; desviando la atención del cachorro, de la vitrina del costado, para que pudiese aliviar un hambre voraz. Fue sencillo.
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Huellitas - Haikyuu - Oikawa
FanficEra una cálida noche en la prefectura de Miyagi, cuando un tierno cachorrito escapó despavorido de un establecimiento. Su único crimen: amar desmesuradamente a su familia. Con sus cortitas patitas y su regordeta pancita rozando el pavimento, Oikawa...