Capítulo 2: Cierra los ojos

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El silencio invadió su Escondite con el golpetazo de la proposición. Aquella mañana de verano había amanecido con una estridente lluvia pero tan solo unas blancas nubes cubrían el cielo a la hora de la comida. Ahora estas se habían convertido en ovejitas regordetas hechas de algodón de azúcar sobre la inmensa pradera azulada del mar de aire que cubría las cabezas de ambos jóvenes, y lo recorrían con tranquilidad, moviéndose con la leve respiración de plantas y animales que las impulsaban. Una fresca brisa veraniega pasó por la húmeda hierba de la granja invadiendo sus hectáreas y haciendo que, desde los cielos, las nubes observaran una ola verde entrando hacia el lugar donde los dos se encontraban. Pasó por ellos y refrescó primero sus pies, erizándoles la piel; luego invadió el resto de su cuerpo hasta revolverles sus cabellos mientras se metía entre estos y se fundía con ambos, haciéndoles formar parte de su ligero ser durante unos segundos. Sus columpios se movieron con levedad por culpa de aquel soplido y el sonido de las cuerdas de estos rozándose con la madera de la rama del árbol fue lo único que pudieron escuchar. Lerié se agarró a ellas con fuerza, tal vez para escapar del momento tan tenso que se había producido, y empezó a balancearse en el suyo mientras cerraba sus ojos y dejaba caer su cabeza sobre la madera acolchada, mirando hacia arriba mientras sentía como si la gravedad no existiese. A momentos sus piernas notaban el ligero calor del sol con intensidad al salir de la cobertura de sombra del árbol, como cuando se encontraba en el Mundo de los Poderes correteando con su amiga Wenling en aquellas mismas interminables praderas verdes. Al recordarla supo que estaba haciendo lo correcto, pese a que Kayler estuviera pensando lo contrario en aquellos momentos.

Él no demostró ira pero tampoco tristeza, aunque ambas sensaciones invadían su pecho, comprimiéndolo. De hecho la noticia le dejó tan parado que apenas había sentido aquella brisa pasar por él. Él apretaba las cuerdas de su columpio con más fuerza que ella, tal vez porque le afectaba más. La miró balanceándose y siguió sin comprender su respuesta. Algo en su interior se encendió, una sensación parecida a un fuego que provocaba tensión en los músculos de su estómago, un cosquilleo muy desagradable que trató de expulsar de su ser con un suspiro resignado pero no pudo. Entonces bajó la cabeza y la apoyó sobre sus puños a la vez que puso sus codos encima de sus piernas. Lerié abrió los ojos todavía sin atender a su reacción y vio como algunos rayos solares deslumbraban las hojas del árbol que les cubría las diversas plantas del Escondite con su radiante luz. Luego puso los dedos de sus pies  en la tierra húmeda para detener el impulso que ella había estado manteniendo y le pareció recordar el momento en el que sus alas se rompieron, pues cuando se levantó la gravedad volvió sobre ella y dejó de volar de nuevo. Se separó del artilugio y se sentó enfrente suya para poder mirarle mejor con confianza. Al ver que la miraba sonrió desviando sus labios hacia un lado y alzó su brazo para tocar su mejilla con cariño, sin pensar en las consecuencias de ello (sobre todo la fundamental: el columpio era de una plaza y la madera rechinaba quejándose del peso de ambos). Él no cambió su rostro, pues no podía fingir que todo iba bien por aquella opresión que le aturdía por dentro pero tomó la mano que estaba sobre su cara y entrelazó sus dedos con ella para que el contacto durase más. Quién sabía si era de las últimas conversaciones que tendrían.

-Si te digo que te quedes, ¿vas a hacer cómo siempre y vas a darme la contraria o te pararás a  escucharme?- Sonrió entristecido a modo de respuesta. El golpe era duro, pero él debía comportarse y no ser un niño egoísta que la retuviese con quejas estúpidas a su lado. Eso solo le alejaría más de ella.

Se encogió de hombros riendo con levedad y cogió la mano que ambos tenían vacía para tranquilizarlo, queriéndole decir que era una proposición pero que seguía allí.

-No lo sé, por ahora es una idea. Tampoco me gustaría tener que marcharme pero si tu tía se queja mucho deberé hacerlo. No soy nada de lo que dice, y soy consciente, pero sí soy su molestia más sensata...-Miró hacia la granja y dejó que la tensión saliese por su boca con un exhalo.

Fragmentos de Alas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora