Capítulo 5

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—Feliz día de noche buena. – dijo con la voz muy ronca y los ojos aún cerrados.

Seguramente me había sentido moverme, y se habría dado cuenta de que ya esta despierta.

—Ehm, feliz... feliz día. – dije atolondrada tratando de incorporarme, luchando contra el mareo terrible que tenía.

Un tirón en medio del abdomen me hizo frenar y me quejé llevándome los dedos a la zona, que se sentía como si acabaran de darme un mordisco afilado. Auch. ¿Qué era...?

Levanté la sábana espantada y un par de bolitas plateadas, adornaban alegremente mi ombligo que estaba eso si, algo enrojecido.

—¿Qué es esto? – chillé.

—¿El tatuaje? – preguntó abriendo los párpados, y rascándose la barba confundido.

—¿Qué tatuaje? – dije sin aire y él, señaló mi antebrazo. Auch, también escocía. —¿Qué es esto? ¡Ay no, me quiero morir!

—Son unos pajaritos, que simbolizan la libertad. – se aclaró la voz y se señaló el hombro y parte de sus pectorales. Entre manchitas rojas, había pajaritos también. Los mismos que tenía yo, entremezclados con su tatuaje. Calzando como piezas perfectas en un rompecabezas. —Un recuerdo.

—Un recuerdo. – me reí con un poco de histeria en la voz. —¿No podíamos sacarnos una foto? ¿Comprarnos una camiseta que dijera "libertad"? Un souvenir como los cuernitos de renos que tenían las chicas anoche, hubiera sido suficiente. – me señalé el brazo muerta de nervios. —Esto es para siempre.

Me sentía como en la película "The Hangover". Me faltaba solo encontrarme un tigre en el baño, o mirarme en un espejo y darme cuenta de que había perdido un diente. Mierda. Que no me faltara ninguno. – pensé, repasándome el comedor con la punta de la lengua. Estaban todos, gracias Dios.

—Ya sé. – se rio. —Tengo un par, sé qué es un tatuaje.

—P-pero yo no... ¡Yo no quería tatuarme ni hacerme agujeros en el cuerpo! – grité. —¿Cómo me dejaste que hiciera semejante cosa? Estaba borracha. – lo miré llena de reproche.

Me sentía traicionada, y sumamente estúpida por mi comportamiento. Se nos había ido la mano, muchísimo. Ni siquiera sabía hasta qué punto.

—Y esto... – nos señalé y señalé la cama. —¿Qué pasó? ¿Nosotros...? – no podía ni terminar la frase, y menos cuando él me miraba levantando una ceja. —¿Nosotros hicimos ...algo?

—Dormimos abrazados. – levantó sus manos en señal de inocencia. —Nada más. – contuvo una sonrisa. —Bueno, puede que nos diéramos un par de besos. Pero eso es todo.

Asentí un poco más tranquila, y me llevé las manos al tatuaje que irritaba mi piel. Tenía relieve.

Era bonito. No lo reconocería en voz alta, pero era de verdad muy bonito. Unos pajaritos delicados volando... que daban sensación de ser libres. Era precioso.

—Ey... – dijo sentándose a mi lado y levantándome la barbilla para que lo mirara. —Yo no hubiera dejado que te pasara nada malo, te lo juro. Y es verdad que el piercing fue mi idea, y vos dijiste que ibas a cumplir en no decirme que no, pero el tatuaje...

—¿El tatuaje que? – pregunté, recordando que había accedido a hacerme un arito en el ombligo y a todos les había parecido genial.

—El tatuaje fue tu idea. – confesó. —Y creeme, yo quise que lo pensaras mejor. Que volviéramos en otro momento cuando no estuvieras borracha, pero no quisiste.

Ese maldito vestidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora