Prólogo

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La autopista era hermosa, o quizás solo era por el sol que se encontraba en su máximo esplendor. El coche se encontraba en total silencio a excepción del sonido del motor, y el zumbido producido por la velocidad en que se cortaba el viento. El niño miraba por la ventana desde el asiento de atrás perdido en sus pensamientos. La madre miraba a su esposo un tanto furiosa, quizás era culpa de los síntomas de embarazo. El padre estaba concentrado en la autopista, cuando sintió la mirada de su esposa.
—¿Que pasa cariño?—pregunto él con la esperanza de que no se enfadara aún más.
—No es nada amor—guardo silencio buscando como expresar sus pensamientos de forma adecuada para que su esposo no la malinterpretara. —No estoy totalmente convencida de mudarnos.
—Imaginaba que era eso.
—Mi vida es por Tomás, dejo a todos sus amigos atrás, no se si esto sea bueno para él.
—Tranquila amor, el vecindario es  hermoso, además hay muchos niños de la edad de Tomás.
—Ojalá se adapte rápido. —pero aún así ella no estaba convencida. Lo miro por el retrovisor y le sonrió.
Tomás seguía en silencio mirando hacia el horizonte, una hermosa playa se veía a lo lejos. <Lástima que no se nadar. >pensó.
El padre de Tomás quiso enseñarle a nadar en la casa de su tío el año anterior, pero los métodos de crianza que recibió el padre de Tomás fueron un poco severos, y creyó que Tomás aprendería de la misma manera que él. Así que ese día tomo a Tomás de los hombros, lo alzó y acto seguido lo lanzó a la piscina. Tomás sintió el dolor cuando su espalda golpeó contra la superficie del agua, el agua entró sin clemencia en sus oídos, boca y nariz, por un instinto de supervivencia que desconocía sus brazos y piernas se movían, tratando de conseguir oxígeno de nuevo, con gran esfuerzo saco la cabeza del agua e hizo un grito ahogado de ayuda, y volvió a hundirse, bajo el agua sintió como una pesada mano lo sujetaba y tiraba de él hacia la luz. Fue un momento de su vida que no olvidaría. los padres discutieron los siguientes días por lo que había sucedido.

El padre miro por el retrovisor y miro la playa, supo los pensamientos de su hijo.—No te preocupes, ya aprenderás, hijo lo importante es nunca rendirse.
Tomás le sonrió por el retrovisor, aunque lo veía imposible, algo le decía que nunca aprendería.
—Amor, solo tienes trece años no te preocupes, yo aprendí hasta los quince.—le dijo la madre mirándolo.

Él le respondió con una gran sonrisa.
Tomás era de muy pocas palabras, un niño normal, inteligente, responsable y respetuoso. El resto del camino permanecieron en silencio, hasta que el auto se detuvo.
—¿Te gusta Tomás?
—Si, solo es algo diferente.
La casa que tenían al frente era de dos pisos muy deteriorada, el padre de Tomás la consiguió a un gran precio, pero fue evidente la razón, prácticamente estaba en ruinas. Salieron del coche y se dirigieron a la entrada de la casa.
—¡Hola!
Todos se giraron en busca de la persona que había hablado.
—Hola.—respondió la madre. A un individuo alto, demasiado alto pensó Tomás cuando se acerco parecía un gigante, junto a él iba una niña.
—Soy Derek Cleveland, y ella es mi hija Abigail.
Los padres respondieron el saludo, pero Tomás solo escuchaba ecos de sus voces, su mirada estaba perdida en Abigail. Una niña linda de piel blanca y con una cabellera larga y roja, un par de pecas pequeñas adornaban su pequeño rostro, sus ojos eran de color miel. Ella ni lo determinaba, sentía algo indescriptible o quizás solo era algo nuevo para él.
—Hasta luego señor y señora Thompson. —dijo la Abigail.
Esto lo hizo regresar a la realidad, siguió con la mirada a la dulce niña hasta que cruzaron la calle y entraron en la casa.

Siempre JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora