Prólogo

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Era medianoche, las hojas de los árboles, quienes caían despaciosamente hacia las embaldosadas calles húmedos, hacían que aquelas personas, que pasaran tanto por la vereda, como para así también, por la calle, se pudiera oír los crujidos que hacían aquellas hojas, a la hora de que una  o varias personas, las pisara fornidamente.

― M............., M..............., M............, ¿Mael?, ¿Mael?, ¿dónde estás?, ¡Ay díos mío!, ¡este niño!― preguntó desesperada Mirly, quien no dejaba de marcharse, de un lado hacia el otro, para poder hallar a su hijo.

― ¿Todo a la corriente má?― Cuestionó el jóven muchacho, mirándola fijamente hacia los ojos, a su madre, quien estaba firmemnte parada, como a su vez, cruzada de brazos y frunciendo en ceño.

― ¡Tomás Toribio Mael Ditasini!, ¿cómo se te ocurre a vos, regresar a estas altas horas de la madrugada?, ¿Eh?, ¿Eh?― interrogó Mirly, cada vez más, levantando su tono de voz de aguda que posseía. ― ¿cómo se te ocurre a vos, en tú mente, que podés venir, vestido de ese modo, con el frío intolerable y crudo de invierno que estamos pasando ahora?― Inerpeló retándolo a uno de sus hijos más mayores, que Ella tenía, dento de su familia, quien tanto Ella, como su ex esposo, habían formado, ya hace un largo tiempo.

En esos precisos minutos, en donde tanto hijo y madre, como madre e hijo, hicieron un silencio bastante sepulcral, como a su vez casi eterno.

― B................., b...................., b.................., bueno, b.............., b.............., b..........., basta mamá, en serio, déjame de estar vigilando las veinti y cuatro horas de mi vida, por favor―  Pidió el jóven muchacho, alborotándose con su propia cabellera corta morocha parada, sus ambas manos en ella, mientras que Él, caminaba de un lado hacia el otro lado, con un cierto grado de nerviosismo, ― Además,  prosiguió― ya no soy un niño, ya tengo veinte y cinco años, ¡ya soy yo, todo un señor, todo un hombre!, ¿estamos?― contestó elevando cada vez más, con un tono de voz intimidador, mientras que Él, observándola a los ojos a su madre, con una mirada casi sádica, se aproximó hacia una de las sillas de madera principales de aquella sala del living, para que Él pudiera retomar de nuevo, su nuevo trabajo que había conseguido hace unas dos semanas atrás, por medio de uno de los diarios que su pueblo, sacaba cada semana que pasara. 

Por Tu AromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora