Cuando golpeé muy fornidamente la puerta de salida de mi casa, aquella noche. Una amalgama, una mezcla de sentimientos que se me iban mezclando mientras que continuaba caminando por los largos e intesos caminos de tierras, sentía como mi nariz respingada de a poco se ponía colorada y sobre como tanto mis pies como el resto de mi cuerpo, comenzaba de a poco a congelarse por las bajas temperaturas que hacia allí, en ese lugar.
De repente y sin esperarlo, a no muy lejos observaba como los trotes de un caballo junto acompañado con un señor gordo que tenía delante de su cuello que lo cubría, una bufanda color verde oscura, vestido con un pantalón vaquero y con unas botas de cuero, detienendo a su fiel amigo que lo llamaban "Rfioxciuk" para decirme:
— ¡Ey, don Tomás! ¿Cómo le va?, ¿Quiere que lo ayude con algo?— Preguntó con un tono de voz de preocupado, uno de los empleados que tenía una de las estancias más visitadas de ese país.
— Bien, bien, señor Ovidio. No, no, gracias señor. ¿Cómo está la señora Isildia?.
— Bien, bien. Ella está recuperándose de un fuerte resfrío que tuvo; porque hace un par de semanas atrás, ella estaba tejiendo las nuevas bufandas, gorros, guantes y buzos para la fundación en la cual nosotros estamos ayudando ¿vio? y yo en esa misma noche a las altas horas de la madrugada, me encontraba dándole de comer a todos ls animales de la estancia.
— Disculpe patrón, pero... ¿No quiere que le regale mi campera de algodon?.
— De acuerdo, deme su campera y además... ¿puedo pedirle un favor?, ¿Me podría llevar en su carreta hacia la casa de uno de mis compañeros? porque en los próximos días tenemos que entregarle un tabajo a nuestra profesora.
—¡Sí, patrón! ¿Cómo, no?, ¡No hay problema, suba nomás!, ¡Quédate quieto, Rfioxciuk!.