Prólogo:

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—Te odio —grité aún con más fuerza, sintiendo en mi lengua el amargo sabor del ron.

—¿Sabes qué? —se acercó hasta que estuvimos a cinco centímetros de distancia, sus largas pestañas me invitaban a observarlas más de cerca.

—¿Qué? —le respondí bruscamente, alejando esos destructivos pensamientos de mi cabeza que se colaban más fácil con la ayuda del alcohol que recientemente había ingerido.

—Si no me crees, ya no hay nada que hacer aquí.

La rabia me inundó, quería llorar hasta morir. Quería tirarme en el suelo y hacer un tremendo berrinche como una niña pequeña que quiere convencer a sus padres para que le compren un caramelo. Lo quería besar y golpear al mismo tiempo. 

—¿Así sin más? ¿Es todo lo que vas a decir? 

—Lo siento, ya no hay nada más que pueda hacer—respondió con lágrimas a punto de salir de sus ojos. 

—Está bien, déjalo así maldito cobarde de mierda—me dí media vuelta dispuesta a caminar hasta mi casa.

—Ya te lo explique millones de veces, joder —se jaló el cabello y me gritó: —¿Qué más quieres de mí?

Me volví hacia su dirección y le dije. —De tí ya no quiero nada, idiota.

Se hincó en el piso acunando sus mejillas cubiertas por una barba de unos días en sus grandes manos, para después hundir por completo su cara en ellas, ocultándose de mi mirada enfurecida.

—Perdón—dijo al fin.

No me molesté en regresar y gritarle que eso no arreglaba nada, tan sólo tomé un trago  de la botella que tenía en mano todo este tiempo y seguí mi camino a casa, ignorando el hecho de que él seguía de rodillas gritando mi nombre. 

Take my hand.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora