Capítulo 1: Descuido

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Erea una noche fría en Grecia. Unos ojos verdes enormes no puden cerrarse a la hora de dormir, porque esa noche Pecas, el perro dálmata de Brith, estaba muy enfermo.  Pecas se quejaba del dolor y al pequeño Brith se le llenaban los ojos de lágrimas  al darse cuenta que su mascota sufría y él no podía hacer nada al respecto.

–No llores pecas–decía Brith llorando y acariciando a su perro–prometo que ya no dolerá más.

Con tan solo ocho años, la conección de Brith y Pecas, era tan grande como la de un adulto con un hermano querido. Pecas sólo tenía a Brith y Brith sólo tenía a Pecas. Luego de llorar y de pasar toda la noche cansado, Brith logró quedarse dormido al lado de Pecas. La noche pasó como si fuesen cinco minutos y cuando Brith despertó, no encontró a Pecas junto a él, lo que lo hizo desesperar.

Brith sin pensarlo bajó las escaleras corriendo y se encontró a sus padres, los dos sentados en el comedor.

–¿Han visto a pecas?–les preguntó Brith.

–No–respondieron los dos al mismo tiempo, sin mostrar ningún sentimiento al hablar o siquiera un poco de interés.

Brith salió al patio delantero con desespero, pero para su suerte encontró a Pecas corriendo detrás de un gato, lo que hizo que Brith riera de felicidad. El sol estaba puesto encima de Brith, pero la brisa fría no hacía que Brith lograra sentir el calor del sol.

Pecas corría sin parar y Brith reía mientras lo veía. Brith lo llamó por su nombre, lo que hizo a Pecas detenerse y correr con emoción hacia él. La lengua rosa de Pecas recorrió por la mitad de la cara de Brith, a quien le causaba gracia los besos tan grandes en su rostro pequeño. 

–¿Tienes hambre pecas?–le preguntó Brith una vez comenzaron a caminar juntos hacia adentro.

Pecas moviendo su cola le saltó encima y Brith rio de felicidad al ver la energía que Pecas había recuperado después de una noche tan cansada y triste. Brith y Pecas entraron a la casa llendo directamente a la cocina.

–Madre ¿Y la comida?–le preguntó Brith a su madre.

–Me voy, apúrate amor, llego tarde–dijo la madre del niño levantándose de la mesa y saliendo de casa con todas sus cosas, sin responderle a Brith.

–Adiós Brith–le dijo el padre, quien por lo menos lo notó allí. Enseguida el padre de Brith salió detrás de la madre.

Brith suspiró y abrió el refrigerador, como si estuviese acostumbrado a vivir así. 

–¿Qué quieres comer Pecas? Podríamos hacer...–se quedó un momento pensando mientras miraba la comida dentro de la nevera–¿Waffles?

Pecas ladró y dio una vueltita confirmando su gusto por los waffles.

–Bien, haremos waffles–dijo Brith acariciando la cabeza de pecas.

Luego de que Brith hiciera los waffles, los dos se sentaron juntos a comer frente a la ventana más grande de la casa donde se podía ver muy bien el paisaje. Los dos comieron juntos y aunque Pecas no podía hablarle con palabras a Brith, se comunicaban de diferentes maneras y así creaban esa conección infinita de hermanos.

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