Pepero day

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Arbus no entendía lo que hacía Dios con su Diablo, la verdad no entendía ni la mitad de las acciones de Dios y hace siglos la minina dejó de intentar comprender. Movió su cola, chocando con el lomo de su hermana que dormía plácidamente, la discusión de los mayores creaba eco en la enorme y vacía habitación. Movió ligeramente sus orejas al ver como el rostro, ya sonrojado de su Diablo, irradiaba rojo puro y tartamudeaba, Dios rio con diversión.

La minina se levantó y caminó sin hacer el mínimo ruido hasta el par; observó curiosa como en los labios de las otras dos personas había un palito de chocolate. Era un pocky, así lo llamó Dios, y estaban celebrando el pepero day, Arbus no entendía nada, pero horas antes Dios le dio una caja de esos dulces a ella y a Ater; Arbus no iba a mentir, eran deliciosos. Giró la cabeza curiosa, al ver como las deidades iban mordiendo poco a poco el bocadillo, su Diablo iba a desmayarse en cualquier momento.

La cola de Arbus serpenteó y se giró, dándole privacidad a los otros dos. Regresó a la pequeña cama que estaba cerca de la puerta principal, Ater seguía durmiendo e incluso ronroneaba. Arbus rebuscó en su cama y encontró su caja; Ater había devorado la suya en segundos y Arbus decidió guardarlo para después. Encajó sus filosos colmillos en un lugar que no dañará la caja o tirará el contenido. Se dirigió a la puerta y salió, dejando a su hermana dormida y a las deidades que hace mucho habían devorado el bocadillo.

Caminó por los pulcros pasillos, sus acojinadas patas no creaban sonido. Unos cuantos ángeles y demonios pasaban sin notarla, bastante ocupados con sus propios problemas y el interminable papeleo con el cual tenían que lidiar. Bajó y bajó con agilidad las escaleras, hasta llegar al último piso, donde había ciudadanos que contaban sus problemas o sólo pasaban a saludar a los pobres trabajadores. Con facilidad llegó a la puerta que quería y tuvo suerte que un ángel salía de ahí mismo, así que se libró de tener que transformarse y abrir la puerta por sí misma.

Se escabulló con facilidad entre las piernas tambaleantes de ángel que cargaba una pila de papeles e ingresó. Se topó con el escritorio de madera blanca y barnizada, era el único mueble en el castillo que Arbus no había usado de rascador, de un salto grácil subió al mueble. La superficie estaba llena de papeles apilados y sueltos, carpetas y fólderes, todo perfectamente ordenado. Un par de bolígrafos estaban cerca de la orilla derecha.

Observó al ángel jefe escribir rápidamente uno de los papeles, cuando lo terminó lo colocó en el lado izquierdo de la mesa y tomaba otro de la pila de la derecha. Su ojo gris estaba pegado a los papeles y su mano se movía con velocidad, parpadeaba y sus oscuras pestañas contrastaban con su piel blanca. La cola de Arbus se balanceó y dejó con cuidado la caja de dulces sobre los papeles a revisar y esperó pacientemente.

No pasó mucho hasta que el ángel terminó el documento y estiró la mano para tomar otro, pero se encontró una caja rectangular. Despegó la mirada del centro del escritorio y observó la caja, para después ver al minino negro que estaba en la punta derecha del escritorio, en un lugar donde no molestaba. Arbus sonrió internamente, el varón tomó la caja y la observó, leyendo todo el texto de la pequeña caja.

—Es el pepero day—. Dijo ella.

Arbus, ahora en su forma de demonio, balanceaba sus piernas que colgaban del escritorio, sus colas serpenteaban a sus espaldas, sonreía con diversión. La demonio le arrebató con cuidado la caja al otro y la abrió, tomó uno de los palillos y se colocó la pequeña parte descubierta de chocolate en los labios. Se recostó en el escritorio, teniendo cuidado de no tirar las pilas de papeles. Sus codos en la madera y uso sus manos para descansar su barbilla, una sonrisa felina en sus labios y el bocadillo sostenido por sus dientes.

—Celebremos—. Comentó.

Rojo y gris. Las colas de Arbus se balanceaban en distintas direcciones, la verdad no sabía si así se celebraba el dichoso día, pero no perdía nada con intentarlo con Wodahs, ganas no le faltaban de robarle un beso al ángel, pero este siempre estaba ocupado haciendo de todo; desde cocinar la cena hasta enclaustrarse en su oficina y trabajar sin fin.

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