Pasada una hora, la avenida, los edificios y el hombre del sombrero habían desaparecido y con el sus escalofriantes silbidos. Esta vez, la huida había dado resultado y los dos transeúntes se encontraron con una calle corta y angosta, pero con el mismo gas ennegrecido de unas cuantas calles atrás, y una luz mucho mejor que los alejaba un tanto del ambiente oscuro en el que se habían encontrado hace unos momentos.
En aquella oportunidad, los jóvenes bajaron el ritmo de su trote, hallandose moribundos, sin fuerzas y agotados, pero algo esperanzados por terminar lo que les parecía una interminable carrera en círculos. Sin bajar la guardia miraban en todas direcciones, con las mismas caras de asombro con las que salieron estrepitosamente de aquel restaurante donde la peor pesadilla de sus vidas habia iniciado, y en el que habían visto por primera vez aquella figura descomunal y extraña, muchísimo más aterradora que el sujeto del sombrero.
Alarmados, se arrinconaron debajo de un pequeño toldo rojo, de líneas blancas en sus bordes. Este, en la parte superior de su fachada sostenía el logo de un famoso café de la ciudad, el cual además poseía una caída extensa de un metro y medio aproximadamente y que en combinación con los altos y gruesos arbustos que lo rodeaban, se convertía en el lugar perfecto para descansar y esconderse, por lo que admirándolo de forma rápida y aprensiva, entraron furtivamente en él.
Adentro, una chica alta, de piel canela y frondosa melena rizada de un rojo fuego, miraba temerosa a su compañero con sus grandes e impactantes ojos verdes esmeralda, a la vez que seguía recuperando dolorosamente el aire. La chica, de corta edad, esbelta e imponente, poseía un rostro asimétrico, nariz perfilada y labios delgados. Era muy extraño ver una adolescente con esa tipología. De seguro en esta y en otras circunstancias llamaría muchísimo la atención de quienes llegaran a encontrársela.
La joven, después de un breve descanso y un poco más recuperada, intentó decirle algo con gesto de sufrimiento a su acompañante, pero solo pudo emitir lo que parecía ser un soplido en el viento, dejando ver así una dentadura pequeña, pálida y sobresaliente. Esta, volviendo a tomar aire se animó a preguntar:
-¿Logras ver algo?, ¿distingues algo?
-¡No!...no logro ver nada, nada más- dijo su compañero en un tono que parecía se encontraba aún más débil.
-¡Oh dios! ... ¿qué...que...fue eso del restaurante?, ¿quién...quién era aquel hombre del sombrero?- volvió a preguntar la chica en tono incrédulo
-No lo sé, pero siento que se me romperá la cabeza, todo me da... vueeeltas...¡Aurora! -exclamó el joven a punto de desmayarse.
-¡Luan, no!, no...no cálmate, respira, vamos, respira hondo, te necesito. !No puedo sola!- rogaba la chica preocupada a su amigo.
-¡No puedo más...no más! - Luan cayó de rodillas, cansado y mareado, sentía que ya no tenía fuerza en su piernas para seguir la marcha.
Este, al igual que Aurora era un adolescente de dieciocho años muy llamativo, pero a diferencia de la chica, Luan era mucho más alto, de cuerpo atlético y delgado, tenía la piel blanca, tan pálida que parecía de papel, su cabello era de un negro azulado, parecido al cielo cuando está próximo a caer la noche. De cara ovalada y nariz recta, poseia abundantes y largas pestañas oscuras que cubrían sus enormes ojos plateados.
Pero en aquella ocasion, sus labios rosados habian perdido el color, pues todo aquello lo habia debilitado a tal punto que casi pierde el conocimiento. Aun así y para alivio de Aurora, el chico siguió respirando, intentando calmarsey pensando a la vez que aquel acto, era lo que más tiempo llevaba repitiendo con profundidad toda la noche, y lo cual parecía no acabar.
Aurora acompañando a su hermano en el suelo, vigilaba y analizaba cada cinco o diez minutos por entre los arbustos la calle en la que se encontraban, mientras que el chico poco a poco normalizaba su respiración.
-Tenemos que llegar a tu casa, ya hemos corrido demasiado y no podremos estar así toda la noche, necesitamos resguárdanos... ...tu... ¿tu escuchaste lo que esa cosa dijo?... ¿verdad?-preguntó Luan entrecortadamente, buscando una respuesta que le confirmara que no fue el único desquiciado en escuchar aquello en el restaurante.
-¡Eeh...si!,- dudó Aurora al hablar -lo escuché, pero...no podemos volver, nos mataran o nos llevaran...! Dios no lo sé –exclamo la chica en tono de llanto.
-Calma, ten calma, tenemos que pensar, algo tiene que ocurrírsenos...a ver... ¿A dónde podremos ir?-Pensaba Luan en voz alta. Pero un sonido extraño interrumpió sus pensamientos. Daba la impresión que provenia de la calle y se aproximaba a hacia donde ellos se encontraban.
-¡Shh calla!- le rogó Aurora a su hermano al sentir aquellos movimientos, pero inmediatamente preguntó- ¿serán ellos otra vez Lu?- sintiendo otra vez que el corazón se le saldría por la boca
-¡Déjame escuchar¡-dijo este en tono cortante y alarmado.
Parecía como si detras de los arbustos, algo chocara contra el suelo y lo hiciera chirriar, rasguñándolo, haciéndolo vibrar y no habia dudas, era algo grande y pesado.
De un momento a otro, todo se apagó, la poca luz que había en la calle parpadeo varias veces y desapareció. En aquel instante el ambiente se tornó frio, muy frio. Luan y Aurora preocupados observaban como su aliento al exhalar, se proyectaba y se disolvia en el aire, como si estuviesen en medio de una tormenta de nieve.
Aurora, aterrada y congelada, impulsivamente se abrazó a Luan, que aún permanecía en el suelo, un tanto débil, a la vez que intentaba cubrir con una de sus manos la boca de su hermano para ocultar su respiración, oprimiendo a la vez la suya al sentir otra vez un brusco movimiento que les llevó a confirmar que algo se posaba detrás de los arbustos.
Y fue así, como en lo que iba de noche y por segunda vez, aquella voz les quebrantó nuevamente el alma. Les sorprendió tanto aquel sonido, que sin darse cuenta se habían quedado inmóviles y sin voluntad para moverse.
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Los Legendarios y El Roble de Plata. Libro #1 Los Nativos.
General FictionUna guerra despiadada, tan antigua como el universo. Una lucha interminable, de incontables sacrificios. Una energía fracturada. Cicatrices que rememoran los triunfos y derrotas de innumerables batallas. Pero, hasta la eternidad se cansa de sí misma...