Una adicción.

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Creo que esto de hacer pequeñas marcas en mi piel, se me hizo algo como... Una adicción, si, esa era la palabra correcta "Adicción". Cualquier recuerdo horrible o cada discusión que tenía, siempre acudía a esa maldita adicción, para mí, no tenía otra salida, ya que no confiaba en nadie, las personas que creí que me apoyarían en todo, fueron las primeras en fallarme; de igual manera, no me gustaba ni me gusta contar mis problemas, ya que soy muy desconfiada, siempre pienso en que los demás también tienen sus problemas y sería algo descarado de mi parte ponerles un peso más.
Creo que habían pasado al rededor de unos 10 días desde aquella noche, era 14 de junio, cumpleaños de mi hermano y primito. Íbamos a hacer algo sencillo, unas pizzas, snacks, lo básico. A la hora de cocinar, cosa que nos tocaba a mi prima y a mi, yo vestía un jean negro, una remera con gatitos y una campera de jean con mangas grises. Comenzamos a amasar la masa, todo bien hasta que llegó mi madre, me dijo que me subiera la manga, yo me negaba. Tuvimos una larga pelea, hasta que me llevó a la pieza, levantó mis mangas y vió mi cara de dolor, había descubierto mis marcas. Ver sus lágrimas caer mientras me decía "por qué lo hiciste?" Me partía el alma, ahí fue cuando caí en tierra firme y me di cuenta que desde aquel seis, las cosas habían cambiado. Con este acto mío, sabía que había decepcionado a mi mamá, no solo a mi mamá, a mi familia en general. No lo digo por exagerada que soy, solo que mi papá se tomó el trabajo de contarle a todos sobre mis bajas notas y todos me miraban con desprecio (había sido la primera vez en 6 años que no me llevaba materias, pero al fin y al cabo, que tiene de malo?), Todos en mi familia comenzaron a ponerme apodos como "burra", "tonta" o me decían cosas como "ahí la tenés a la burra", "te hacías la inteligente y resultase ser re burra", cosas así, de nenes chiquitos, pero me molestaba, y mucho. Nunca me hice la inteligente, no entendía su comentario, pero me afectaba, y nuevamente acudía al maldito filo, ya lo hacía sin pensarlo, pero esta vez no fueron mis brazos quienes tenían heridas, sino mis piernas, ambas estaban marcadas por ese filo, veía caer la sangre por mis piernas, nadie podía verme ni escucharme.
Nadie sabía de mi adicción con el filo, hasta que por fin hablé con un amigo, en ese momento no sabía si era mi amigo, pero era con el que más tiempo pasaba, ya que en el colegio compartíamos banco, estábamos 25 horas semanales juntos; nos llevábamos bastante bien, él es parte muy escencial de mi historia y de mi vida, comencé a contarle mis cosas y él me contaba las suyas, nos ayudabamos mutuamente, eso me estaba gustando, poder desahogarme con alguien quien pasó cosas similares a las mías, me hacía sentir bien saber que tenía a alguien con quien contar en mis momentos más difíciles , alguien que me escuche, trate de comprenderme y que me ayude a salir adelante. No es mi mejor amigo, ni tampoco es una persona con la cual hablo todo y todos los días, solo era una persona con la cual sabía que podía contar en cualquier momento. Desde ese entonces, solo él y nadie más que él sabe de mis problemas y de todo lo que me sucede.
Amaba las conversaciones que teníamos y fue desde entonces que me di cuenta que cortarme no servía de nada, que solo me causaba más dolor a mi misma, que cortarme era de cobarde porque no enfrentaba mis problemas como debía, sino, los empeoraba. Gracias a él pude darme cuenta de cómo eran las cosas, que no todo era color rosa, él siempre tenía las palabras adecuadas, nunca me dijo algo ofensivo, ni mucho menos nombraba mis problemas delante de los demás, todo lo que yo contaba, sabía que en él estaba seguro.
Hablando con él me sentía segura, ya no sentía esa necesidad de cortarme, no era necesario, ahora mi única salida era él.

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