4 Sin Avisar

66 0 0
                                    

Hoy por la noche no podía aguantar más y, antes de dormir, he ido volando con mi cama hasta tu casa y me he presentado allí sin avisar. He entrado por la ventana, he aparcado la cama en tu salón y me he quedado a ver qué hacías. Tú te has levantado del sofá, has puesto música en el iPad, te has encendido un cigarro y has ido a la cocina a ponerte una copa. He sonreído. Se ve que no has cambiado mucho tus hábitos desde que no estás conmigo. Cuando has vuelto de la cocina te has acercado a la mesa del ordenador, has tecleado tu clave, te has sentado en la butaca y has sacado del cajón uno de tus cuadernos. Yo me he quedado muy quieta sobre mi cama, observándote sin hacer apenas ruido, y cuando ya estabas completamente enfrascado en tus dibujos he empezado a hablar.

Te he contado que llevo cuatro meses peleándome con todos, intentando explicarles que sé que me quieres aunque no estés conmigo. Cuatro meses tragándome que me digan que lo que me dijiste aquella tarde sólo eran excusas baratas porque nadie deja a su pareja queriéndola, y que, como no supiste qué decir, dijiste aquello. Nadie te cree, Alberto, sólo te creo yo.

—Beto —he dicho poniéndome de rodillas de un salto sobre la cama—, te voy a decir una cosa que no le he dicho hasta ahora a nadie y que te va a dejar muy tranquilo: yo tengo la culpa. Tengo la culpa de que te fueras. Tenías razón cuando me dijiste que las cosas ya no eran como antes. El último año fue muy difícil para los dos porque yo entré en la agencia de publicidad y sé que a partir de ahí todo empezó a ser diferente. El trabajo fue una bocanada de aire fresco, un lugar lleno de gente con la que tenía mucho que ver y con la que no me importaba echar horas y horas porque disfrutaba con lo que hacía...

Cuando pienso en todas las veces en las que me llamabas para ver si quedábamos para cenar y yo te decía que mejor no porque no tenía ni idea de cuándo iba a terminar, me pongo a llorar. Me gustaría borrar todos los «Mejor no» y escribir «Reserva en cualquier sitio a las diez», porque seguro que habría podido estar en cualquier sitio a las diez.

Te has dado la vuelta de repente y me he asustado. He pensado que me habías visto. Has mirado la hora en el reloj de la pared, te has abrazado a ti mismo como si tuvieras frío y te has levantado. Has cerrado la ventana del pasillo, has cambiado la música del iPad y has vuelto a sentarte en la butaca para seguir con lo tuyo. Yo he seguido con lo mío.

—Y entonces tú también empezaste a hacerlo, Beto. Dejaste de preguntarme a qué hora salía y empezaste a llegar a casa más tarde que yo. A veces muy, muy tarde, casi de madrugada. Al principio te esperaba despierta, pero al final yo también estaba tan cansada que me metía en la cama y cuando llegabas, ya estaba medio dormida. Entrabas, te quitabas muy despacio la ropa y, antes de apagar la luz de tu mesilla, decías en voz baja que estabas cansado y que habías tenido un día durísimo. Me dabas un beso y te dabas la vuelta. Yo no decía nada porque también quería que te dieras la vuelta y pudiéramos dormir los dos hasta que sonara el despertador al día siguiente. Ya tendríamos tiempo de salir a cenar, de hacer el amor, de retomarnos el uno al otro. ¿Qué cambiaba una noche más o menos? Yo te amaba igual. O más. Te amaba más. Pero ¡qué diablos! También hay algunas cosas que no entiendo de nuestra historia. ¿Por qué no me dijiste que te sentías solo? ¿Por qué, si estabas tan triste, no me lo contaste antes para que pudiéramos arreglarlo? No entiendo que no te sentaras conmigo una tarde para decirme: «Nata, me pasa esto» o «Nata, no sé qué me pasa» o «Nata, nos pasa algo. Nos está pasando algo y quiero hablarlo». Nunca dijiste nada. Cuando discutíamos, después nos abrazábamos, nos pedíamos perdón y nos decíamos que, pasara lo que pasase, nada era más importante que nosotros... Por eso yo estaba tranquila.

Te he dicho que te echo un huevo de menos. Que te echo profundamente de menos y quiero volver contigo porque no soporto estar sin ti. Estos meses en los que ya no estoy en tu buhardilla y he tenido que volver a vivir en mi casa han sido los más tristes de toda mi vida. Y una vez que he asumido lo que nos ha pasado, una vez que he asumido que te dejé de lado, estoy dispuesta a empezar de nuevo. No quiero que nunca jamás te sientas solo. Y si lo que necesitas es tiempo, no te preocupes, porque te voy a esperar.

—Te lo prometo, amor. Te prometo que te voy a esperar. «Amor.» Yo también te he llamado amor. De repente, me ha interrumpido el sonido de tu móvil. Has dejado de dibujar, has apartado la butaca de la mesa, te has levantado y has ido hacia el brazo del sofá en el que estaba el teléfono apoyado. Has descolgado y no he podido saber con quién hablabas, porque no has dicho ningún nombre, sólo has dicho «Hola, ¿qué tal te ha ido?». Debía de ser alguien del curro, así que he decidido que mejor me iba, porque no quería que me pillaras en pijama en medio de tu salón y con todas las sábanas de la cama revueltas.
En el vuelo de vuelta a casa me he puesto aquel disco que me regalaste con las canciones que habíamos hecho nuestras. Me lo he puesto sin parar, una y otra vez, una y otra vez. Cuando he llegado a mi habitación he sacado todas nuestras fotos y los cuadernos de viajes y he estado mirándolos con la música puesta hasta que ya no sabía si el disco me estaba gustando o me estaba matando, creo que lo segundo. «Hola, ¿qué tal te ha ido?» Te. A ti. «¿Qué tal te ha ido?» Eran casi las doce de la noche cuando han llamado. No puedo respirar.

La vida imaginariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora