Despertar

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Si ya antes las cosas eran bastante extrañas conmigo sin dejar ni un día de ir al bosque, lo era ahora más todavía más tomando en cuenta que Jan prácticamente no salía de la casa, iba todos los días a que mi tío le enseñara a defenderse. Al parecer Jan creía que si no podía usar los poderes como guardián para protegerme de Ginger Kermish, tendría que usar la fuerza física. Y aunque a Jan no le gustar admitirlo, no era precisamente un chico físicamente fuerte, pero no tenía por qué ser el estereotipo de chico perfecto, no había mucha fuerza física en él, tampoco era atractivo, a mí me parecía apuesto, pero mis gustos eran un poco más sencillos.

No sé qué le había atraído de mí precisamente, era más bonita que María, sin duda, pero no era la más bella. Había visto muchas chicas en el bosque que eran muy hermosas, pero a Jan no le gustaba ninguna de esas chicas. Y yo no me había enamorado de Jan por su posición como miembro de la familia Sorcer, tampoco porque fuera precisamente guapo, si por guapos hablábamos, ese sin duda era Zafiro, pero Jan tenía otro encanto.

Volviendo al tema del entrenamiento, tampoco estaba ganando mucha fuerza física. De todas maneras Jan siempre terminaba en el suelo, y se volvía a levantar. Eso de hecho ya era mucho. Estaba claro que Jan no era llamativo únicamente para mí, sino que también lo era para María, porque desde que él iba, ella no dejaba de asomarse por la puerta. Yo casi quería gruñirle cada vez que la veía sacar la cabeza para afuera, pero me limitaba a mirarla como advirtiéndole que o se metía a la casa, o la jalaría de los cabellos arrastrándola para adentro, suponía que con eso era más que suficiente porque se metía. De manera que eso provocaba carcajadas en Jan.

Cierto que las cosas entre mi prima y yo siempre habían sido de esa manera, ella impulsada por la envidia y por los malos consejos de su madre intentaba tener lo que yo poseía y ella carecía. Casi siempre eran las buenas notas, cuando yo terminaba mi tarea, ella iba por mi libreta y lo copiaba todo. Para su mala suerte nadie creía que se hubiera esforzado en hacer su tarea por sí misma y por ello terminaban sugiriéndome que no le ayudara ya. Podía pretender que le ayudaba con sus malas calificaciones, que le prestaba mis apuntes y que hasta le hacía su tarea, pero pretender que le prestaría a mi novio, eso estaba completamente fuera de discusión.

–Tal vez te gusta que María te mire de esa manera, ¿o por qué te pones tan feliz cada vez que ella se asoma? –le pregunté una vez.

–¿Quién crees que soy? –preguntó a respuesta–. Es obvio que no, tu prima no me gusta ni el diez por ciento de lo que me gustas tú, pero amo que te pongas celosa.

–No son celos, conozco a María, ella es demasiado... ella.

En seguida soltó una carcajada. Estábamos en la entrada al bosque, después de cruzar el rio, de manera que nadie no escucharía, a menos que se tratara, claro, de alguna otra persona del bosque. En lo que se refería a María, ella jamás pondría un pie en el bosque a menos que tuviera que hacerlo muy obligadamente.

–¿No eres celosa, simplemente defiendes lo que es tuyo? –me preguntó arqueando una ceja.

–¿Por qué tengo la impresión de que eso te gusta? –pregunté.

–Claro que me gusta. Mira, no digo que los celos sean buenos, en exceso son pésimos, pero digo que antes no los demostrabas, creía que era porque dudabas de tus sentimientos, sin embargo ahora creo que realmente me quieres –comentó.

–No sería tu novia si no te quisiera. Tú lo dijiste, eres mío y no quiero que María piense en acercarse a ti, no porque crea que harás algo estúpido, simplemente porque si consigue tu atención, bastará para molestar, y no puedo romperle la cara por inventar cosas.

El Bosque de las Ilusiones: El Bosque NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora