Los Oscuros Visitantes

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El gran e imponente Vulcan parecía muy paternal saludando a todos los niños que se acercaban a este, a pesar de su aspecto claramente parecido al leñador de Caperucita Roja, y quizás esto era lo que más gustaba a los niños, se veía muy alegre y amable. Tenía un toque especial con estos, no me sorprendía si había cuidado de Camila cuando ella quedó desprotegida de su madre, y ahora que había vuelto al bosque. La pobre Camila que tenía que huir ahora que las personas sabían que ella había estado en la ciudad y quería que a como diera lugar volviera a salir para divertirse como todos los jóvenes de su edad.

–Lo siento, si volviera a la ciudad tendría que dejar a mi novio –dijo ella–, además, aquí está mi tío, es el dirigente, y también está la tumba de mi madre. Creo que por ahora no tengo ganas de volver a la ciudad.

Esa fue la única manera como pudo conseguir que algo se alejaran de ella. Sí que era difícil soportar a esas personas tan insistentes. Y nadie tenía sencilla esa tarea. ¿Cómo era que los chicos de la aldea fueran tan amables, supieran tantas palabras si nunca habían asistido a una escuela? ¿Por qué nadie pensaba que los jóvenes necesitaban divertirse conforme a su edad? ¿Qué no les importaba que no tuvieran universidad?

–Bueno –dijo Vulcan–, nuestros chicos aprenden de lo que escuchan, no sólo los chicos de la aldea, sino los suyos también, ellos aprenden lo que nosotros hablamos, si no en nuestras casas, fuera de estas en la calle divirtiéndose como jóvenes de su edad. Nuestros muchachos no tienen tiempo de aprender malas palabras porque están invirtiéndolo escuchando las historias de los mayores, trabajando y aprendiendo labores del hogar. Aquí cada quien tiene su lugar.

–¿Está diciendo que las niñas son las que se encargan de limpiar la casa como si fueran sirvientas? –preguntó la madre de Giselle, la reconocí porque esta iba a su lado.

–No sólo las niñas, los chicos también. En un hogar usted encontrará que la madre tiene todo en orden, pero que los niños, y su padre han ayudado a mantenerla así.

–Tener a una mujer trabajando en su casa es inaudito. Eso es machismo, la mujer tiene que ser libre no un objeto –dijo la madre de Giselle–, queda claro que aquí tratan a las mujeres como hace cien años. Hoy en día la mujer en la ciudad tiene el mismo lugar que un hombre y puede trabajar en lo mismo que un hombre.

–Creo yo, mi señora feminista –dijo Vulcan–, que usted no podría hacer el trabajo de una mujer, ni de un hombre en esta aldea. Puede que en su ciudad sepa usted trabajar en lo mismo que ejerce su esposo, pero aquí laborar la tierra es el trabajo de los hombres, ¿creen ustedes que una mujer debe laborar la tierra con pico y pala, cargando un peso que podría desviar sus huesos para demostrar que es capaz de hacer lo mismo que un hombre?

Las murmuraciones entre las personas de la ciudad comenzaron antes que Vulcan terminara de hablar. Tenía un punto a su favor. Nadie en realidad, de la ciudad, tuviera o no un trabajo tan importante como el que parecía tener la madre de Giselle, podría hacer el trabajo que hacía un hombre en la aldea, y tampoco el de una mujer. En la aldea las mujeres parecían tener más fuerza que las de la ciudad, pero de todas maneras no podrían laborar tantas horas como los hombres, por otra parte, ¿para qué quería una mujer en la aldea trabajar si eso significaría perderse la educación de sus hijos que era lo más importante para las aldeanas?

–Podemos sacarlos si queremos –amenazó la madre de Giselle–. Y quedarnos con su precioso bosque.

–Me gustaría que lo intente señora –dijo Vulcan.

–Y lo haremos, ustedes no tienen modo de comprobar que este sitio les pertenece, no hay papeles que prueben que son dueños de donde viven, sólo están invadiendo un pedazo de tierra que es de nuestra ciudad –dijo la mujer.

El Bosque de las Ilusiones: El Bosque NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora