Capítulo 8

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Capítulo 8

Lo primero que Harry notó cuando despertó fue que el dolor había desaparecido. Respiró profundamente, disfrutando del hecho de que podía hacerlo sin sentir dolor. Al parecer alguien había sido bueno con él y lo sanó mientras estaba inconsciente.

Abrió los ojos, rodó fuera de la cama en la que había dormido y aterrizó en el suelo con un golpe seco. Se quedó donde estaba y observó lo que al parecer, si no se equivocaba, era la habitación de un niño. Las paredes estaban pintadas de un suave tono azul, y ubicados alrededor había ositos y viejos juguetes, cosas con las que parecía un padre había jugado con su hijo si hubiera nacido en una familia muggle.

Lentamente y esperando que su anfitrión no lo hubiera escuchado despertarse pese al bullicio que había hecho, se sentó. En la habitación había una buena mezcla de juguetes para niños y libros para alguien de su edad. Recordaba haber visto alguno de esos libros en la segunda habitación de Dudley. Su primo nunca se molestó en leerlos, pero eso no significaba que él, Harry, no lo había hecho. Simplemente se aseguró de que nadie se enterara de que los leía para que no se lo quitaran.

Mirando alrededor se fijó en una ventana, y por lo que veía parecía ser medio día. Se acercó a la ventana, quería saber dónde estaba, se apoyó en el alfeizar. Donde quiera que estuviera, el lugar tenía un gran jardín, y aunque no estaba tan ordenado como los de Privet Drive, no parecía tener ninguna planta inútil a la vista.

—¿Qué cree que está haciendo afuera de la cama, señor Potter?

Harry se giró con la mano levantada, listo para lanzar una maldición. Cualquiera que lo conociera en esos días era un posible enemigo. Después de todo lo que había vivido no correría el riesgo de relajarse.

Su sorpresa fue mayor cuando vio al profesor Snape, el idiota grasiento de Hogwarts, el murciélago de las mazmorras, y cualquier otro apodo que se le hubiera ocurrido a los estudiantes a través del tiempo, parado en la puerta.

Su cuerpo se tensó y se preparó para huir o pelear. Severus Snape probablemente era una de las personas más peligrosas con las que se pudo haber encontrado. No tenía idea de si Snape estaba con Dumbledore o Voldemort, aunque en realidad no había gran diferencia. Sin importar con quién lo entregara el hombre, terminaría en una cosa: Harry muerto. La única diferencia sería el tiempo y lo doloroso que sería.

—Así que la celebridad del mundo mágico al fin a decidido unirse al mundo de los vivos.

Harry se quedó de pie, tenso, sin molestarse en responder. Snape no era peor que otras personas que había enfrentado en el pasado. El hombre vestía ropa muggle, algo que Harry nunca pensó ver y vivir para contarlo. Claro que aún no sabía si viviría, y no era como si tuviera a alguien a quien contárselo.

—Snape, ¿qué está haciendo aquí?— habló al fin.

—Es Profesor Snape, Potter. Y ya que ésta es mi casa tengo todo el derecho de estar aquí.

Harry se quedó mirando al hombre.

—¿Cómo llegué aquí y dónde estoy exactamente?

Snape ignoró la pregunta y dio un paso enfrente. Harry caminó hacia atrás, hasta que su espalda chocó contra la pared.

—Siéntate en la cama, Potter, para echarte una mirada. Sería una lástima que destuyeras todo mi duro trabajo.

Harry bufó y se cruzó de brazos.

—Deme una buena razón para confiar en usted… profesor. ¿Qué lo detiene para entregarme a Dumbledore o a Voldemort? Es seguro que cualquiera de sus amos lo recompensaría por entregarme.

Decido mi propio destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora