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Mi cita era a las seis, y había llegado tarde.
Estaba parada en el umbral. Miré el reloj. La recepcionista me dijo que me sentara. El doctor no iba a tardar mucho, me insistió.
Me senté. La sala tenía muebles anchos y y pinturas de atardeceres. Había muchos barquitos descansando en las orillas. Pensé que era una sala hecha para tranquilizar a pacientes como yo.
Leí alguna revistas. Las dejé a un lado. Me puse a dibujar en un papel. Algo parecido a lo que hacía en la clase de de Miss Tina. Después de llenarlo, arrugué el papel y lo puse en mi cartera.
Por fin la puerta se abrió. Mi médico, Pepe Barco, estaba de pie, y sonriendo, junto a la puerta. Me saludo con más cariño de lo usual, lo que me preocupó.
Su consultorio era un lugar amplio, con estantes llenos de libros, algunos diplomas y muchas fotos de sus hijas. En la esquina había una planta alta y frondosa, un objeto algo excesivo para esa habitación. Pero todo el resto -los cuadros, los libros, los adornos- parecía haber sido colocado en su lugar.
Era una oficina agradable, como el médico que la ocupaba. Quizá por eso, yo había ido allí tantas veces, siempre para consultarle acerca de mis alergias y demás problemas.
Nos sentamos. La luz del final de la tarde lo iluminaba en ese momento. Era casi un sueño realizado. Un hombre fuerte y bondadoso frente a mí.

-Bueno, todo está en orden. -me dijo mientras sostenía las hojas del informe.
-¿Estoy bien? -le contesté.
-Estás estupenda -me felicitó-. La glucosa, el colesterol, los leucocitos y los hematíes. Todo normal. Mira.
Di un suspiro de alivio. Miré hacia la ventana.
-Bueno... que bien
-La noche que te trajeron en la ambulancia nos diste un susto tremendo. No me puedo olvidar de cómo estabas, toda bañada en sangre. En cambio ahora, mírate, estás radiante.
-Bueno, por lo menos recuperada. Gracias a ti.
En ese momento sonó el teléfono. Lo oí decir que llamaría más tarde.
-Y todo lo demás, ¿qué tal? -me dijo.
-Bien. Todo tranquilo.
-¿Todo bien con la familia?
-Ay, sí. Mi hijo Sebastián va a terminar el año con buenas notas en el colegio. Está muy bien.
-¿Y en el trabajo?
-Bueno, la verdad es que me encanta mi trabajo. Me hace aprender algo nuevo todos los días. Además, a veces hago viajes interesantes. Y ahora vamos a ampliar la sección.
-Me alegro mucho, Verónica. Ya todo pasó, entonces. Hablamos un rato más. Nos despedimos.
Mientras salía, pensé que tenía razón. Sí, en cierto modo ya todo había pasado. Me sentía más tranquila. Pero él no sabía nada de lo que ocurrir para llegar a este punto.

***

Al salir del consultorio, en vez de ir frente al ascensor, seguí por el pasillo de la clínica. De pronto me encontré con la habitación donde me habían internado tiempo antes. Entré. Estaba vacía.
Me quede allí un rato, todo lo que pude.
Esa tarde, al llegar a mi auto, tomé la decisión. Iba a terminar de escribir este libro. Iba a encontrar un modo de escribirlo en las mañanas, en las noches, los fines de semana. Recuerdo que era un día de fines del 2005.
Durante los meses anteriores había reunido apuntes, fragmentos, un diario personal. Pero esa tarde, después de estar en la habitación, me decidí a terminar de contar la historia y a buscar que se supiera, a pesar de todos los riesgos. La he escrito por ella.
Quiero aclarar que en ta versión he cambiado los nombres y algunas circunstancias. No puedo aparecer aquí con mi verdadero nombre, ya se entenderá por qué.
Gracias a la gestión de una amiga le di el texto a un escritor que ha agregado algunas frases y ha quitado otras, pero no ha omitido nada.
La historia con Rebeca empezó, o más bien se reinició, precisamente durante uno de mis viajes como periodista de la sección internacional.

***

Una mañana, al llegar al periódico, recibí una llamada de Lucho, el director.
Lo encontré como siempre, ocupado frente a la computadora.
-Hay un viaje en tu presupuesto que no se ha cumplido -me dijo-. Te sugiero ir a Colombia.
-¿De qué quieres que escriba?
-De todo. Como siempre.
Mi encargo en Bogotá era escribir una serie de informes sobre la situación general. Lucho me lo describió. -Un texto con el sabor de una crónica y la seriedad de un informe, ¿me entiendes? Datos de la economía, declaraciones de la gente en la calle y algo de comentario general. ¿Te parece?
-Claro.
El último de los viajes de mi vida, tal como era por entonces, resultó interesante y hasta divertido. Todo salió como lo había previsto. Llegué al Hotel Tequendama de Bogotá muy temprano un martes y de inmediato llamé a confirmar mi cita con el presidente Uribe.
Un taxi me dejo en el barrio de La Candelaria y tuve tiempo de tomar un café mientras miraba pasar a la gente. A la doce estaba sentada en el despacho presidencial. Uribe salió de una puerta y me sonrió.
Durante la conversación, recordó a su padre muerto por la guerrilla y hablo de su afición a escribir poemas. Me dijo que su esposa era una gran lectora de poesía, y que debes en cuando reunía en el Palacio de Nariño a un grupo de poetas para recitar y comentar libros recientes.
No solo hable con él. También con la ministra de Relaciones Exteriores y con líderes de la oposición, también con los escritores Jorge Franco Ramos y Juan Gustavo Cobo Borda. Y con mucha gente de la calle. Gracias a un amigo periodista, me encontré con un exmiembro de las FARC que me hizo dos o tres confesiones. Escribí también una crónica sobre mi visita a la colección de Fernando Botero. Arte, gobierno, violencia y literatura. Espero que sea un buen cóctel de temas, le dije a Lucho en un correo.
Mandé partes del informe tres días seguidos al periódico de en Lima, y el cuarto paseé por la ciudad. Caminé mucho por La Candelaria. Un ambulante me tomó una foto junto a la Alcaldía (tengo la foto aquí cerca, como un recuerdo). La última tarde comí un exquisito ajiaco en casa de una amiga a la que no había visto en muchos años.
Llegué al aeropuerto esa noche, pensando en todo lo que me esperaba en Lima. Tenía que presentar un informe sobre la marcha de mi sección al día siguiente frente al directorio del periódico.
El vuelo estaba casi lleno. Hice una cola larga, siguiendo los pasos de unos mochileros rubios que despedían un olor a tierra. Por fin, entre al avión equipada con una novela que había empezado en el hotel. En el corredor del avión, empecé a sentir frío.
Vi a dos monjas sentadas en el asiento delantero. Ambas miraban de frente. Parecían ensimismadas, atentas a un rosario entre los dedos. Miré hacia el fondo. La mitad o más de los pasajeros hablaba por sus celulares.
Aunque le tengo pánico, la altura me fascina. Quizá por eso en los aviones escojo sentarme junto a la ventana. Durante esos segundos en los que el avión despega y me quedo de pronto suspendida, me siento (perdonar la cursilería) como un ángel que se escapa de su cuerpo.
Saqué una libreta y me puse a escribir. Encontré la libreta hace poco. Había escrito algo así.

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⏰ Última actualización: Jan 19, 2017 ⏰

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El Susurro De La Mujer Ballena.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora