Sonata mortal

Capítulo 2: Tratos melodiosos

Apenas puse un pie dentro de la mansión que sentí un aura sumamente negativa y fría. La luna solo alumbraba algunos sectores dándole ese misterio, ese miedo de lo que te podrías encontrar en las zonas donde aún reinaba la oscuridad.

O soy muy valiente o muy inconsciente porque aún así, seguí avanzando. Adentrándome en la mansión en la que antes habitaba una de las familias más adineradas de Wigleigh, donde después cada uno de sus miembros murió.

Las paredes que antes parecían ser blancas se encontraban humedecidas dándoles un aspecto horrible. Las estructuras de mármol se veían descuidadas y resquebrajadas. A mi izquierda estaba la sala de estar, con los sillones cubiertos con sábanas grises. La mesa ratona seguía fundada en adornos con una capa bastante gruesa de polvo. Luego, del otro ala el comedor conectado a una cocina. Todo estaba tan pulcramente ordenado que era por demás seguro que era así tal y como la habían dejado los Haider antes de morir.

Esta casa había sido testigo y escenario de los últimos minutos de vida de cada uno de los Haider. Quizás Julie estaba maquillándose cuando el asesino entró y disparó a su cabeza. Sophia y Jackson tal vez jugaban al Scrabble cuando corrieron el mismo destino que su hermana. Amelia y Michael dormían abrazados y no despertaron nunca más. Declan tocaba el piano, característico de su amor por la música, cuando el disparo en su corazón hizo que diera las últimas notas de su vida. Y por último Katherine, la dulce e inocente Katherine que según dicen las últimas palabras que escribió en su cuaderno fueron: "Y ahora viene por mí" antes de dejar de existir.

No se sabe a ciencia cierta si es que Katherine tenía idea alguna de lo sucedía fuera de su habitación esa macabra noche. Pero tampoco se reveló que era lo que estaba relatando antes de escribir esa sentencia tan íntimamente relacionada con los hechos.

Nunca se supo quién mató a la familia Haider. Sólo ellos reconocerían el rostro de su asesino. Sólo ellos lo saben, y se llevaron el secreto consigo.

Después de dar un último vistazo a la planta baja decidí explorar un poco lo que había arriba de la enorme escalera central. Subí cada escalón lentamente, acariciando el frío mármol de la baranda, pensando y visualizando cómo se habría visto la mansión Haider por dentro cuando estaba llena de vida. Los mellizos haciendo travesuras, Julie llegando felizmente a casa después de meses estudiando en California, Katherine pintando un retrato, Declan tocando una hermosa pieza musical en su habitación y Amelia y Michael tomando una taza de café hablando de sus días en el trabajo. Imaginaba todo ese escenario, hasta que el sonido de un piano me paralizó.

Una melodía triste, melancólica. Hizo que recordara cada desgracia de mi vida en tan solo un segundo; como si millones de fotografías pasaran frente a mis ojos e hicieran que mi corazón se estrujara en mi pecho. Yo no podía creer lo que mis oídos escuchaban, lo que estaba pasando. Creí ser la única capaz de ingresar a la mansión Haider de forma completamente ilegal e incluso vivir ahí hasta encontrar algo con lo que solventarme.

Pero aún así, lo más sigilosamente posible dirigí mis pasos hacia el lugar de origen de la pieza pianística. Quizás con cada paso que daba la vida se me acortaba un segundo, pero sentía la necesidad de averiguar quién era el dueño de dichas notas, de esas emociones que se transmitían a lo largo de la sonata.

Con cada paso, más fuerte se escuchaba todo. El silencio sepulcral de la mansión lo acentuaba todo. A mi parecer, mi caminar hacía eco, tal vez hasta se oía mi respiración. Pero el pianista no se percataba de ello sumido en la combinación de notas que realizaba una y otra vez.

Tenía que transitar un pasillo en curva, con puertas a ambos lados. Las tres primeras a mi derecha estaban cerradas, mientras que la segunda a mi izquierda se encontraba abierta, dejando que un halo de luz de la luna se reflejara en el suelo esclareciendo la penumbra.