Humo

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Era una tarde aburrida. De un día aburrido. De una semana aburrida. De un mes aburrido. De un año aburrido. De una vida aburrida.

Esa es mi vida.

A mis 16 años nunca he experimentado nada excitante, nunca había tomado drogas, bebido alcohol o hecho un tatuaje. Nada. Así de aburrida es mi vida. Pero no me molesto tampoco en hacerla entretenida.

Realmente, nunca me he entusiasmado en ser un poco popular e intentar alguna de las cosas anteriormente mencionadas.

¿Qué caso tiene?

Después de todo, me arrepentiría de lo que hice y no hice como estoy haciendo ahora.

Y nadie me hará cambiar mi opinión.

Nadie.

*

—¡Iero! ¡Iero! –Seguía gritando la mujer que se encontraba frente a sus alumnos dando la espalda a la pizarra, la cual tenía unos escritos en español que nadie comprendía. —¿Qué pasa, profesora? –Preguntó algo atontado el menor. —"¿Qué pasa, profesora?" no es la traducción de la oración que hay en la pizarra. —Disculpe, ¿me puede repetir la pregunta? —No, no volveré a repetir. Debería prestar atención, joven Iero. –La mujer de gran edad empezó con sus sermones– ¡No debe distraerse pensando en Dios sabe qué! –Finalizó la mujer. Su vida era así. No hacía nada, ni siquiera estudiar y era sorprendente que pasara sus evaluaciones. Frank Iero no tenía aspiraciones en la vida. Desde el divorcio de sus padres, su vida se llenó de frustración seguida de apatía total hacia la vida.

Simplemente, apatía.

Había dejado de tocar su guitarra a los 12 años, las actividades extraescolares también. Sus estudios no importaban, con que pasara la materia se conformaba. Tampoco era lo contrario a ser un buen estudiante. No hablaba en clases, no se metía en problemas, ni siquiera salía de su hogar a alguna fiesta. No hacía nada.

No vivía la vida.

No hacia amigos, no tenía amigos. Cuando sus padres se divorciaron, con su madre se mudó de Texas a Nueva Jersey, perdiendo contacto con todos sus conocidos, y ni siquiera intento comunicarse con ellos.

Se había aislado del mundo.

—Frank. –Un susurro proveniente del asiento de atrás perturba sus pensamientos. No conocía al que emitía esa voz, pero parece que a él si lo conocía– ¡Oye, Frank! –Finalmente voltea a ver al chico que lo llama. —¿Qué quieres? –Pregunta con desgano. El joven no parecía mala onda, a decir verdad, parecía amigable, e incluso, un poco nerd debido a los lentes que llevaba.

—Estoy haciendo una fiesta y quería saber si te gustaría ir. ¡Habrá cerveza y chicas lindas! –Terminó la oración con un tono cantadito en la voz. Frank no entendía el porqué de su invitación. Iba a declinar con un simple "no" pero algo le dijo (tal vez, su conciencia) que debería ser más creativo.

—No bebo, ni salgo con chicas y tampoco me gustan las fiestas.

Realmente, no era mentira. Él sabía cómo recalcar su obvia actitud asocial que lo caracteriza. —Entonces, ¿sales con chicos? Porque habrá chicos lindos también. –A Frank se le abrieron los ojos como platos. No esperaba esa deducción de aquel chico, esperaba una reacción distinta como la de los demás, que lo apodará de fenómeno o asocial. —No quiero ir, no estoy interesado. –Dijo al fin y se volteó hacia la clase.

Por primera vez, le pareció interesante la clase, pero aquella deducción lo había dejado pensando. Nunca había cuestionado su sexualidad, ya que nunca se sintió atraído por nadie. Tal vez, era asexual.

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